Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
-Tío, acaba de fallecer nuestro primo.
-¿Cuál?
-Jorge.
-De todos los Jorges de la familia, ¿cuál?
-Jorge Rodríguez Gómez.
Sentí como cuando, hacía años, en mi otra ciudad, llena de terrorismo, entonces, una de las bombas de Pablo Escobar estallara en la 4ª Brigada, de Medellín. Mi casa está situada a 800 metros, un poco más o menos, de esa guarnición militar. Mi cuerpo y más mis piernas, temblaron en aquella ocasión. Ahora la sensación fue similar, pero con mayor intensidad. Comprobé que es verdad que, en fracciones de tiempo, que se vuelven eternas, se alcanza a redondear una vida que nos ha abrazado, la nuestra o la de otra u otras personas a las que nos ha unido el afecto. Ya lo había señalado Dostoyevski en una carta a su hermano al día siguiente de que el zar le hubiese conmutado su pena de muerte por fusilamiento, a cambio de la de trabajos forzados. Un luto verdadero es otra muerte. De alguna u otra manera con mi primo Jorge, fue un cariño de cómplices, pero siempre respetándonos el pensamiento divergente, el actuar caótico de cada uno y el diferente equipo de fútbol.
Creo que, al notar mi semblante, Zulma se preocupó. Entonces comenzó a apiñar su conversa… Tío esto, tío esto otro… Y continuó su hablar y hablar y hablar de muchas cosas y, cuando observó un cambio favorable en mí, continuó su amable, inteligente como siempre, e interesantísima conversación, pero ya sin la preocupación inicial.
Defino a mi primo (claro está que desde mi corazón más que desde mi razón) como un seguidor del filósofo griego Epicuro, quien enseñaba que los sentidos son la única fuente confiable de nuestro conocimiento humano sobre el mundo. En palabras nuestras, un sensualista; y más nuestras, aún y muy respetuosas con su memoria, un fiestero; y más aún, un “gocetas” en el más amplio y considerado sentido humano de ese neologismo nuestro, el cual según la RAE es “una persona alegre y extrovertida”. A cada frase o respuesta de sus contertulios se mandaba con un gracejo inteligente; deferente, pero con tanto humor que ponía a reír y gozar hasta al más serio. Por su residencia, él en Bogotá con su padre, El Pote Mideros, su madre, mi tía Alicia Gómez, hermana de mi madre, y sus hermanas, es decir mis primas, y yo en Sandoná, luego en Pasto, luego en Túquerres y luego en Medellín, donde resido hace bastante, el tiempo que convivimos personalmente no fue mucho. Siempre quedan faltando conversas con los que amamos. ¡Pero cuánto disfrutamos esas mínimas ocasiones en que pudimos comentar y hacer esas seriedades serias, muy serias y esas locuras locas, muy locas, irreflexiones irreflexivas, es decir, estar verdaderamente unidos, es decir una fraterna connivencia de ingenuidades! La noche del 26 de abril de este año, con ocasión del lanzamiento del ensayo filosófico de mi padre, Alejandro García Enríquez, Cuyanacentrismo, en la Filbo/2024, tuvimos ocasión de encontrarnos y rememorar algunas anécdotas juveniles -las de contar-, exponiéndolas a la luz pública; la familia reunida -la que logró escucharnos- esa noche las disfrutó desternillándose a rabiar. Jamás imaginé que sería la última vez.
Como digno hijo de El Pote, llevaba la música en su sangre. Fue compositor, arreglista e intérprete. Yo, aunque no he sido ni seré músico jamás, gozaba del privilegio de encontrarme entre los primeros escuchantes de sus nuevas obras, que antes me las hacía llegar por correo electrónico, luego por WhatsApp. ¡Cómo las disfruté! Algunas las difundió públicamente en cd, pero es posible que haya varias, aunque no han visto la luz. Ojalá sus hermanas e hijos, mis primos, nos las den a conocer. Estoy seguro de que sí. Tenía finura y era exigente para consigo mismo en relación con su creación.
Jorge amaba su ancestro sandoneño, la tierra de sus padres y de toda su familia extensa. Aquí pasó muchas de sus vacaciones cuando el trabajo se lo permitía a su padre. Fue una de las personas que más me colaboró en una reseña biográfica que yo me había propuesto escribir, como deber familiar, y como ciudadano de nuestro Sur, con la imagen recordatoria de su padre, nuestro gran trompetista (intérprete, compositor y arreglista), quien, aparte, fue mi amigo a pesar de nuestras diferencias de edad, de conceptos sobre la vida y la sociedad, de nuestros equipos de fútbol y de mi mínimo interés por los crucigramas. En varias ocasiones lo “molesté” por datos para mi crónica, y él muy solícitamente, siempre me los aportó. Por espacio, sólo referiré aquí algo relacionado con esa composición que es nuestro himno (no sólo de Sandoná sino de toda esta región suriana): el Sonsureño Sandoná. Todo esto último se encuentra –in extenso– en mi reseña sobre nuestro gran músico, El Pote, su padre, publicado en la web en el Informativo del Guaico.
Para los días en que me encontraba escribiendo -o quizá antes, no recuerdo bien- se habían plasmado unas afirmaciones en nuestro Informativo del Guaico (Sandoná, 27 de febrero y 25 de junio de 2019) de algunos respetables y respetados músicos nuestros. El tema se había vuelto muy comentado; se trataba sobre la autoría de nuestro Sonsureño Sandoná. Aunque El Pote jamás se lo atribuyó como creación suya, muchas personas entraron en esa amable y fraternal controversia. La prueba más fehaciente, de que jamás se lo atribuyó como propio, es que quienes recuerdan su primer sello de grabación (Philips) no traía su nombre sino la sigla DRA (Derechos Reservados de Autor). Fuimos nosotros, sus paisanos, sus amigos y sus admiradores, quienes se lo escrituramos. (Aunque en mi terca opinión, El Pote sí es el creador del actual Sonsureño Sandoná y, aunque no soy músico, expongo mis argumentos -digamos que sociológicos, si se me permite el término- en la referida reseña en el portal web señalado antes; repito: ni soy ni seré músico, aunque los respeto profundamente y los disfruto).
Yo le pregunté a Jorge su opinión sobre este “debate” y esta fue su respuesta en marzo de 2019, en correo personal que, le expliqué, era con fines de publicación:
“Hola, primo, no había tenido un tiempito para opinar sobre la historia del tema Sandoná y [éste] es así: según me lo contó mi papá, es que esas tres tonadas se escuchaban desde el siglo XIX, o sea antes de que nacieran los señores Castillo, Narváez, Benavides, [Pote] Mideros y demás contemporáneos. Eso podría comprobarse en grabaciones de bandas ecuatorianas de tiempos añejos sin que lleven el nombre de Sandoná. Por la cercanía [Nariño-sur colombiano- y Ecuador] mucha gente se desplazó [y aún lo hace] hacia Colombia [y viceversa] con sus costumbres y cultura musical, entre otras, y las tonadas se quedarían en la memoria de los nariñenses. A El Pote le gustaba unir varias tonadas o temas en sus interpretaciones, como se oye en el disco que se grabó hace varios años y se regaló por todo Nariño como “De parranda con El Pote Mideros”. Así fue que (sic) [él] unió estas tres tonadas que es la misma [unión] entre la primera y la segunda y la segunda y la tercera.
[…Un tiempo más adelante…] En la grabación del long play de música colombiana que dirigía el maestro Álvaro Dalmar, llamado “Plegaria”, el mismo Pote le insinuó a Álvaro Dalmar que faltaba música del sur del país, entonces le dijo, tengo esto y le tocó las tres tonadas unidas por las liguillas que ya había ensayado un tiempo antes (reteñido y subrayado, míos). Fue entonces cuando Álvaro Dalmar le dijo, “Me gusta, ¿cómo se llama?”. “No tiene nombre”, le contestó El Pote. “Pónle el nombre de tu pueblo”, replicó Álvaro. Así fue como el tema se llamó Sandoná”. La unión de tonadas la explica también por “liguillas” y está esclarecido en la reseña mencionada arriba.
Aquí termino estas líneas de despedida a mi primo Jorge. El abrazo sigue, Jorge, primo. Sandoná, 21 de diciembre, solsticio de 2024.