Adriana Lucía o la tragedia de ser mujer

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Por Pablo Emilio
Obando

peobando@gmail.com
La encontramos en la
calle, en pleno centro, durmiendo,
protegida por una jauría de perros y abrigada por unas viejas cobijas que días
atrás recogió en una vieja caneca de
basura
. Son las diez de la mañana y la
gente pasa a su lado sin que nadie se compadezca de su condición; hace parte
del paisaje urbano, de esa cotidianidad que se convirtió en rutina y forma
parte de nuestra existencia en las ciudades.

Cae una leve llovizna y su triste humanidad empieza a ser tocada por
esas frías y deseadas gotas de lluvia, unos leves movimientos indican que está
viva, que respira, que aún hace parte de los vivos.  A su lado seis grandes perros parecen
protegerla de los intrusos, grandes y pequeñas cajas de cartón se constituyen
en sus únicas y preciadas pertenencías. Restos de comida se encuentran
esparcidos a su alrededor, la lluvia invade sus sueños y toca su lamentable
humanidad. Es entonces cuando deja ver su rostro, su risa, su humanidad entera
temblando de frío y hambre
; sobre el asfalto yace una mujer, de aproximadamente
cincuenta y cinco años, sin dentadura, de rostro adusto y magro como los mismos
sentimientos que inspira su presencia.
Se llama Adriana
Lucia, una mujer venida del campo, abandonada de su familia y de todos los
suyos cuando las desgracias tocaron sus puertas
. Primero fue la pobreza, luego la miseria y
posteriormente el alcohol y las drogas; una a una se le fueron cerrando los
vínculos con su familia y víctima del abandono, de la soledad y la depresión se
hundió en esa oscura noche de la que aún no sale y de la cual de vez en cuando
contempla una pequeña luz para hundirse nuevamente entre las oscuridades de la
resignación. 
Adriana Lucía
Foto: Pablo Emilio Obando

Sin familia, sin
amigos, sin dolientes que le permitan un atisbo de esperanza, así yace en la
calle en espera de una nada que acabe con sus sufrimientos y su desgracia de
ser mujer. Ni gobernantes, ni pobladores
reparan en su presencia; es un ser invisible que acabó resignada a su suerte
,
dejada a sus propios designios en los cuales una jauría de perros parece ser su
único contacto con la humanidad.

Así como Adriana Lucia
encontramos cientos de mujeres en las calles de Latinoamérica, espectros de
algo que fueron y que ya nunca más serán por esa gran tara social que nos ha
hecho creer que ellas nacieron para ser las estrellas negras que florecen sobre
el asfalto de las calles o en el terror de las ciudades
. Seguramente ella y los seres como ella, las
mujeres como ella, no recibirán este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer,
un abrazo, una caricia, un reconocimiento, un gesto de amor o fraternidad; en
cambio, recibirán la misma indiferencia de los transeúntes, el mismo gesto de
repugnancia de quienes osen pasar por entre su improvisada cama hecha de jirones y retazos. El abrazo y la
ternura de sus perros alivia en algo su dolor, ese dolor de saberse y sentirse
sola en una ciudad que ya hace rato perdió su alma, su esencia de fraternidad y
solidaridad.
Sus palabras salen
torvas y frías… no reclama nada, no pide nada ya. Nos habla en pequeñas ráfagas
de conciencia para hacernos sentir su desolación, a nuestro lado pasan hombres
y mujeres que ya nada quieren ver, ni el rostro perdido de Adriana Lucia ni sus
perros guardianes con los cuales comparte un pequeño bizcocho. ¡¡Es sólo una
mujer!! Es sólo una más entre tantas que no merecen el privilegio de una mirada
o mucho menos una palabra de afecto y comprensión
.  Es posible que no llegue con vida al 8 de
marzo, por eso me anticipo a desearle  a
Adriana Lucia: ¡Feliz día de la mujer!!
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