
Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Un amigo pastuso, quizá Carlos “Zenón” o quizá Carlos Bastidas Padilla, excelente escritor, ambos ratones de librerías de nuevos y de usados (o leídos, mejor) como yo, u otro, fue quien me habló de ese pequeño, pero tuquio negocio (tuquio: regionalismo por aglomeración), ubicado en un centro comercial popular, en la carrera 22, entre calles 18 y 19. Cuando arribé a su mínimo cubículo, él un poco parco al inicio, como somos muchos nariñenses, con delicadeza me preguntó si venía por algún libro en especial o si sólo deseaba mirar.
-Vengo a conocerlo a ud y a mirar -le dije. Quizá esto rompió su hielo. Pasados unos segundos de mirarme con cierta dedicación, me espetó:
-Usted es “El Tango del profe”, ¿cierto? -Yo sonreí y le asentí. El hielo se derritió.
-¿Por qué?
-Tengo buena retentiva y ahí está su foto… Pero más joven -y ahora quien sonrió fue él.
-¿Lo tiene aquí?
-Nooo. Ese libro es buena venta; libro que cae, libro que se va.
A mis lectores les cuento que “El tango del profe” es una novela mía en la que se interesó personalmente en publicarla, en 2007, Julián Bastidas Urresty (qepd), a su paso por la dirección de la Secretaría Municipal de Cultura de Pasto (alcaldía del profe Raúl Delgado). Desde esa vez, el librero, en cada visita mía a su negocio, me saludaba con su puño y sus palabras “El tango del profe” y chocaba con el mío.
Se llama Alfredo Martínez, tiene 61 años de edad (Pasto,1963) y desde hace 45 tomó el oficio de convertirse en “el distribuidor de los rayos, la lámpara” de Pasto y Nariño, como le dije, y me sonrió. Lo hace desde su brevísimo-inmenso espacio de leídos (también vende revistas y más impresos) a los que adora porque dice que le prodigan sus dos cucharas, la de aquí (y se toca su corazón y su cabeza) y la de acá, dice llevándose una imaginaria a su boca y sonríe.

Es viudo; vive solo y tiene cuatro hijos (cada uno con su propia familia) y con nostalgia menciona que quizás, de entre sus herederos, lo más triste es que ninguno se ha apropiado de su amor por los libros y lo más probable es que éstos y su cubículo (que ya es propio, aunque aún sigue pagando las últimas cuotas, desde los tiempos de la alcaldía del profe R. Delgado), posiblemente serán realizados como mercancías de desecho o de reciclaje o algo similar. Eso le duele (y a mí). ¿Qué es un verdadero librero?
No es un simple “vendedor de libros leídos o nuevos”, como cree el común de la gente. Aunque en Pasto hay otras librerías de leídos, hasta donde mis pesquisas personales me lo han permitido, ninguna es atendida por libreros, sino sólo por comerciantes de libros o sus dependientes. Un librero, aunque devenga su sustento de comprar, cambalachar y vender o revender libros nuevos y leídos, es un lector insaciable, siente voracidad por meterse dentro del misterio de las páginas llenas de letras, y se nutre de ellas con inigualable avidez siempre, es decir, siempre vive una continua gula por el conocimiento humano almacenado allí. Ansía conversar con otras personas afines de esas misteriosas apetencias. Pero, además, un librero debe poseer un inmenso Corazón Humano (con mayúsculas) o deja de serlo. Todo eso es y tiene Alfredo. Su padre los abandonó cuando él contaba con apenas 10 años de edad. Desde allí, su madre comenzó a llevarlo a su puesto de ventas de revistas y diarios nuevos, y de libros y revistas leídas y de otros impresos. Sólo estudió hasta quinto de primaria y no continuó los estudios secundarios porque en su primigenia adolescencia se fue detrás de los espejismos del amor y, aunque no precisa quién era ella, todo indica que fue alguien de esos grupos que aparecieron posteriores a la rebeldía política o a la del hipismo (otro tipo de rebeldía) del mayo del 68’. “Eran los 70’”, dice, “y me fui detrás de esas tonteras”, y no precisa más, aún frente a mi insistencia, pero da a entender que esa tontera se llama Amor, disfrazado, como siempre nos llega y nos tupe. “No estudié como sí lo hicieron mis hermanos, que son profesores”, asegura, pero sin ningún asomo de nostalgia ni envidia; afirma en seguida, “yo, aquí -y señala su posesión de libros- he leído y he estudiado mucho más de lo que otros lo han hecho en sus colegios, y eso me da alegría, me da gusto”, (alegría por lo que se hace es la felicidad, pienso, pero no se lo digo).
En sus lecturas, se inició como muchos de nosotros, leyendo comics (Kalimán, Llanero solitario, etc) y luego se fue interesando por las biografías, los ensayos (“la crítica, lo que me ponga a pensar”, dice) y novelas, cuentos, etc.
Y al profe Raúl, a su paso por la alcaldía de Pasto, hay que reconocerle que hizo ese centro comercial popular y les vendió, a los comerciantes ambulantes, a un precio accesible y financiado a varios años; una manera digna de sacarlos de las calles. La venta se hizo con todos los requisitos legales de parte y parte. Y con los libreros, que eran nueve entonces (pero que la muerte o las enfermedades de la edad los ha mermado) tuvo especial deferencia para la escogencia de los locales.
Invito a los lectores empedernidos, y a los que no lo son, a que conozcan a Alfredo Martínez, último “distribuidor de los rayos de la lámpara” en Pasto, último individuo quizás de una especie en extinción en nuestra fauna. Medellín, 20 febrero, 2025.
Qué bonito conocer la historia de un librero en mi ciudad, aunque no vivo en ella, cuando voy me detengo a ver cosas culturales. Me gustaría conocerlo. Hace tres años soy escritora independiente. Sé lo que significa un libro. Gracias por compartir esa historia. Un abrazo