Cambio de época

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Por Héctor Riveros
Tomado de www.lasillavacia.com

Los cambios de los valores culturales y de las reglas sociales mayoritariamente aceptadas provocan transformaciones institucionales y en los modos de producción que son más o menos dolorosas dependiendo qué tanto se resisten al cambio quienes representan el statu quo. Eso es lo que está en juego.

A las causas, digamos, superficiales, no por poco importantes sino por que están ahí a la vista, que en este caso son las, llamémoslas, sociales, el desempleo y la pobreza, hay que sumarles las de la desesperanza y la desconfianza propias de las circunstancias históricas particulares de Colombia, pero sobre todo las más profundas derivadas de la consolidación de la renovación de los referentes culturales y de autoridad que se han cocinado en el mundo occidental en los últimos treinta años al menos.

La generación que se expresa en las calles de las ciudades de Colombia, pero también en Chile, en la periferia de París y en un larguísimo etcétera de lugares, lo que reclama es un diseño institucional nuevo que responda a una nueva época.

No es retórico. En las últimas décadas se han ido dando paulatinamente al menos los siguientes cambios:

1. En las relaciones interpersonales. Hay, por decir lo menos, una reescritura del pacto que permitió la perpetuación del patriarcado. Eso significa en la práctica que la sociedad se está reorganizando y trata de definir unas nuevas reglas basadas en una relación de género más equitativa, lo que comporta nuevas formas de familia, nuevos roles de la mujer en la sociedad y sus consecuentes cambios demográficos y por esa vía económicos, urbanísticos, sociales y culturales.

2. En las relaciones de la especie humana con su entorno y el medio ambiente en general. Hay una conciencia de que los efectos que generan el modo de producción y la manera como los humanos nos relacionamos con las demás especies son insostenibles. Eso cuestiona la economía extractiva, los medios de transporte, el uso y explotación de los animales.

3. En los referentes de autoridad. Hay un desprecio por la “autoridad” impuesta o justificada por relaciones jerárquicas, lo que genera la necesidad de pasar a un concepto de autoridad menos basado en la fuerza y más en el reconocimiento, la negociación o el consenso.

Quienes se expresan en las calles en forma lúdica o incluso de forma violenta o provocadora han cuestionado los criterios de autoridad de padres y maestros prácticamente desde el primer día y esas formas de poder han debido recrearse hacia manifestaciones que corresponden más al auctoritas que al potestas romano. La autoridad está basada en una legitimación derivada del saber socialmente reconocido más que en la posición que se ocupa en la organización social.

4. En los criterios de representación. Una relación de poder más horizontal pone, en consecuencia, en cuestión la representación, la organización y la intermediación tradicional de las democracias liberales clásicas.

El viejo diseño institucional está superado. Fue hecho para una democracia representativa, basada en una separación de poderes pensada hace tres siglos, cuando solo a una parte minoritaria de la sociedad se le reconocían los derechos de ciudadanía y cuando eran inexistentes las tecnologías de comunicación que hoy hacen innecesarios medios e intermediarios fundamentales en el pasado.

Es cierto que nadie ha propuesto una forma de organización política mejor y que sigue estando vigente la frase, atribuida a Churchill, de que ese modelo de gobierno es el peor de todos, salvo todos los demás, lo cual no quiere decir que se adecue bien a los nuevos tiempos.

Hay que rediscutir las reglas de la representación y los límites al poder que se han confiado, en los últimos 250 años, a las instituciones que conocemos. Habrá que desempolvar el debate que Rousseau le planteó a la democracia representativa de Montesquieu y Locke.

5. En los proyectos de vida. Los intereses personales, los referentes de éxito, las aspiraciones laborales e incluso las expectativas económicas también se han modificado profundamente en las últimas décadas.

Están totalmente cuestionados los criterios de triunfo basados en la estabilidad, en la carrera pensada como lineal y previsible, en la garantía de las condiciones para la vejez.

Si se suman los cambios y se dimensiona lo opuesto de los valores se puede entender porque es casi imposible encontrarse en una interpretación.

De un lado está una sociedad basada en un hombre proveedor, una mujer cuidadora, que conforman una familia cuyo principal finalidad es aportar a la supervivencia humana; una especie cazadora y explotadora de los recursos sin conciencia de los efectos de su conducta, que acepta -casi sin discutir- la autoridad y que por tanto valora eso que llaman “el principio de autoridad”, que se parece al anticuado: “mientras usted viva en esta casa….”, que anhela un empleo en el cual permanecer 30 años a la espera de una jubilación.

De otro hay una sociedad en las que los géneros asumen igualitariamente los roles, que discute la monogamia, la necesidad de conformar una familia con otras personas, que no duda en sacrificar indicadores de crecimiento económico por evitar los efectos sobre el medio ambiente, que no acepta imposiciones sino eventualmente razones, que se informa a través de iguales y que no quiere ataduras, ni a empleos, ni a relaciones filiales, ni a créditos de largo plazo, ni a expectativas de jubilación.

Hay un mundo nuevo, más liberal y en un camino imparable de ser más equitativo. El parto del nuevo orden acomodado a esa nueva concepción puede ser largo y probablemente doloroso.

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