Por Pablo Emilio Obando Acosta
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Tremenda e inaudita la polvareda que se ha levantado en círculos gremiales, empresariales, industriales y políticos de Colombia tras la determinación del gobierno nacional de incrementar el salario mínimo en un 9.54%. Cifra que traducida a pesos constantes y sonantes equivalen a cuatro mil cien pesos diarios. Es decir, una bolsa, de leche y cinco panes.
Y digo que indignante e inaudito por la sencilla razón que quienes han levantado su voz de protesta y rechazo, aduciendo una especie de debacle económica y financiera nacional, perciben como salario sumas exorbitantes y ofensivas para el pueblo colombiano. Tomemos un ejemplo, un congresista recibe mensualmente como salario, con todas las gabelas, primas y prestaciones una cifra superior a cincuenta millones de pesos.
Inverosímil que protesten por un digno y precario incremento salarial que simboliza una esperanza para el pueblo colombiano. Aducen estos adefesios que la inflación nos Asfixiaría , que los empresarios quebrarían o que el desempleo aumentaría de una forma desproporcional al crecimiento económico.
Creemos que se equivocan estos analistas y que, por el contrario, con una mejora salarial, así no sea la óptima, nuestra economía se dinamizaría permitiendo un mejor y mayor flujo comercial. La capacidad adquisitiva determina el crecimiento del sector industrial y empresarial, lo mismo que renglones como el comercial, turístico y de cada uno de los emprendimientos laborales del país.
Esos cuatro mil cien pesos diarios pueden marcar una diferencia. Lo inaudito, reitero, es que congresistas, empresarios y políticos se rasguen sus vestiduras aduciendo un excesivo incremento salarial.
Le damos la razón al presidente Gustavo Petro y rodeamos su gesto de buena voluntad con la clase trabajadora de Colombia que debe sobrevivir con un salario mínimo. No hay derecho a tanto despropósito y ataques por parte de una oposición que también ha perdido su sensatez y decoro con los verdaderos intereses de los colombianos de estrato uno, dos y tres.
Nos están obligando a mirar hacia el lado equivocado en materia salarial. El país entrará en crisis cuando el pueblo pierda aún más su escasa capacidad adquisitiva. El salario mínimo a duras penas permite una sobrevivencia en condiciones de precariedad.
Sabemos que cuatro mil cien pesos diarios no significan un avance en la dignidad humana; también conocemos que esos “estadistas” que proclaman una especie de apocalipsis económico por este breve respiro salarial son la clara representación de esa mezquina y arrogante clase social que únicamente mira por sus propios intereses.
Sería interesante que gremios sindicales, laborales, empresariales y trabajadores en general convoquen a un gran diálogo nacional en torno a salario mínimo y economía nacional. Quienes gozan de privilegios y de aumentos que superan los dos millones de pesos diarios, como los congresistas, le den la cara al país y le hablen de esa injusticia salarial.
El salario mínimo debe responder a las necesidades del trabajador, cubrir sus mínimas condiciones humanas y propender por el mejoramiento de su vida y de su familia. Es un ultraje al colombiano de a pie insinuar que cuatro mil cien pesos diarios son la causa del deterioro económico del país. Una visión sesgada, miope, torpe e irracional. Con argumentos de esta clase vamos a una verdadera debacle nacional, al hundimiento de los verdaderos cimientos de una reconstrucción nacional. El progreso y bienestar de los pueblos se mide en la calidad de vida de sus trabajadores.
Que esos cuatro mil cien pesos diarios sean el cimiento de una reivindicación salarial, laboral e ideológica del pueblo colombiano.