Es ingrato y amargo utilizar este muro bajo la connotación de obituario; pero son sucesivas las noticias de amigos que se anticipan a caminar por el etéreo e incierto mundo de las tinieblas y la espiritualidad.
Hoy, lo transita el intelectual, artista y excelente deportista Orlando, con quien tuve el privilegio de compartir tantas agradables y constructivas tertulias durante mi época de universitario. Recuerdo que compartíamos temas literarios y deportivos que editaban gacetas dominicales de diversos diarios nacionales. Él conservaba una voluminosa colección. En mi caso, eran tiempos difíciles para adquirir libros impresos, y ese era el método más asequible para la gestión del conocimiento.
Una apurada copa de vino y la inevitable humedad de lágrimas me transportan a esas épocas de irreverencia, de actitudes contestatarias, de barba y cabellos largos, y de sueños y desesperanzas encontrados. Con todo, muy pocos fuimos ajenos con el compromiso social, político, deportivo y cultural de entonces.
Posteriormente, el ejercicio profesional en diferentes disciplinas nos obligó a caminar por rumbos distintos; aunque con esencias intactas.
Nunca supe cuándo Orlando decidió encerrarse en aquella burbuja impermeable, la misma que quizá le impidió catapultarse al camino de la gloria en las diferentes facetas donde tuvo alto desempeño. Es posible que esa introvertida actitud le procuraba soledad y felicidad, y fue respetable su elección. No así en mentes pacatas.
Comentarios sobre su deceso indican que no fue un docente ortodoxo, que orientaba a sus alumnos a transitar por la libertad de pensamiento y de actitud ante la sociedad. Que a muy pocos debería interesarnos en dónde nace el río Paraná, por ejemplo. Y vaya que sí fue un gran exponente de la libertad y genuino accionar.
Los mensajes que he leído de sus pupilos expresan el agradecimiento por las enseñanzas recibidas bajo ese esquema dialéctico.
Me atormenta pensar que durante esporádicas visitas a mi pueblo, jamás pude encontrar el espacio ni oportunidad para saludarlo; me consuela, entonces, escribir estas honestas palabras para reconocer de manera póstuma cuánto lo apreciaba, y cuán agradecido estoy de haber compartido la voracidad por la lectura, y la afición por la práctica competitiva en el deporte; él, ciclista; yo, aprendiz de futbolista. Mis condolencias a sus deudos; especialmente a su hermano Libardo.
Enero 3 de 2020.