Columna Desde Nod por Alejandro García Gómez

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Cristianismo católico actual

pakahuay@gmail.com
Quizá el cristianismo nace como otra respuesta
más a la inequidad, en la era antigua
, en un pueblo nacionalista tal vez con
espíritu mercader y taimado, pero sometido a su vez por otro más fuerte y
esclavista, su invasor romano. Esta actitud sería a veces más socio-política y
otras más espiritual, una mezcla de la que cada adepto tomaba la proporción que
más le interesara, como había ocurrido en ocasiones anteriores.

Pienso que
cuando esta nueva doctrina logra más seguidores, es donde comienza a tomar forma
de primigenia democracia: un pueblo de señores y siervos, sometidos todos a una
potencia, con memoria colectiva escrita de que a cada sometimiento extranjero
aparecían uno o más individuos que predicaban verdades fuertes –locos para
unos, profetas para otros- que se ganaban las enemistades de aquellos
compatriotas que vivían de las migajas de prebendas de los foráneos, como
ahora. Un loco al que había que matar física o simbólicamente, como ahora, y al
que después de muerto se le rendiría culto u homenaje, como ahora.

Es ahí donde alguien llega a pregonar que
todos somos hijos de Yahvé-Dios: los siervos y los señores, los esclavos y los
amos, los hombres y las mujeres, es decir opresores y oprimidos, marginadores y
marginados. ¿Sí pregonó Jesús esto? Lo dicen los evangelios, escritos mucho
después de muerto Él en un idioma que no era el suyo y después de que ya había
triunfado la “herejía” de Pablo –por la que trataron de asesinarlo-, que se
oponía a la corriente de poder, la de los judíos pudientes y conservadores, que
manifestaba que sólo éstos eran hijos de Yahvé, sólo los nacidos de judíos,
bajo la Ley Mosaica. Para Pablo los gentiles también eran hijos de Yahvé, si se
sometían a la nueva Ley, la del Amor fraterno
y adoración a Cristo como Hijo de
Dios, con todas sus implicaciones.
Cuando esta “democracia espiritual” se
encuentra con la incompleta democracia política de los griegos –incompleta
porque era sólo aristocrática, difundida y practicada a su modo por los
romanos- se imbrican las culturas y nace un nuevo orden intelectual, una nueva
ideología
. Es subversiva del orden conservado y se convierte en peligrosa por
los ríos humanos que se acogen a ella. Desvalidos que sufren y poderosos con
sed espiritual son seducidos. Luego, cuando deviene la leyenda de Constantino,
esta ya era una ideología fuerte, convertida en religión, es decir, era una
fuerza política a considerar.
Entonces, sus líderes son atraídos con lo de
siempre: prebendas o amenazas
. Un riguroso sistema de jerarquías empieza a
perpetuar el orden, guardando la llave que abre y cierra las puertas de la
doctrina. Esa religión revolucionaria y transformadora se convierte entonces en
conservadora, retardataria y reaccionaria.
La rebelión contra este nuevo orden se da en
intentos fallidos en la Edad Media –que siembran la semilla (ver novela El
nombre de la rosa, de Humberto Eco)-, crece en el renacimiento y madura con el
iluminismo francés. Su Revolución entroniza a la Razón como la nueva diosa,
ideología que también sirve para independizar a las colonias americanas de
Europa
, quedando en América castiza la herencia católica del torquemadismo
español.
Hoy la lucha continúa. “El Gran Inquisidor” de
la novela Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski, se viste con ropajes de
político, empresario de la ciudad o del campo, procurador, presidente o
expresidentes, con un largo etcétera. Los grandes grupos de poder político
religioso (Opus Dei y similares) serían los menos interesados en una segunda
vendida de Cristo, así como en la novela. Prefieren seguir vendiendo el
misterio y el miedo, arropados de un cúmulo de rituales costumbristas
. Ante
semejante panorama, ¿cuál debe ser nuestro papel de cristianos y católicos?
07.X.12
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