Cuyanacentrismo de Alejandro García Enríquez y la posibilidad de un ensayo fundante del pensamiento decolonial/descolonizador en el sur de Colombia

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Por Fernando Palacios Valencia

«¡Ha fulgido tu llauto, Khori-Challwa!
Hice mi rol de gérmen y en el gérmen,
mostrando del agua la bondad,
la bondad de la piedra,
la bondad fértil de la nube,
la bondad de los pastos,
del Sol que trae su calor bueno…
Mas no pude a la vida negarle mi gusano,
y aunque de piedra bondadosa,
mortal la hice,
como somos inmortales los dioses inmortales.»
(Gamaliel Churata,
poema Haylli de El pez de oro)


El escritor sandoneño Alejandro García Enríquez murió en 1991, un año antes de que una parte de su obra Cuyanacentrismo. Teoría social pacífica con base en el pensamiento milenario del “Homo americanus”. Nuevo descubrimiento de América fuera publicada por la editorial El Propio Bolsillo, e impreso por editorial Lealón, de Medellín. El interés de su publicación, además de ser un homenaje póstumo, radica en insertar en el corpus literario regional un texto que hace una relectura 500 años después del proceso socio-histórico iniciado en 1492 en nuestra América.

Su hijo Alejandro García Gómez y otros familiares, quienes hicieron posible la edición de junio de 1992, tomaron la decisión de publicar sólo la Introducción del original, de un texto total de 406 páginas transcrito en una máquina Rémington (que aún perdura, en manos de su hijo Alejandro). La edición publicada no es fiel al original, presenta variaciones estructurales y omite la reiteración de ideas —propia del autor— acentuando lo que, al parecer para “los editores”, fuesen las tesis y argumentos centrales de la obra completa.[1]

En el contexto de producción literaria de la zona cultural pacífico-panamazónica, la obra de García Enríquez posee una grata singularidad, pues se trata de un tipo de ensayo que toma una doble distancia frente las formas y sentidos de producción discursiva de ensayistas canónicos locales como: Ignacio Rodríguez Guerrero, Alberto Quijano Guerrero, Edgar Bastidas Urresty, Silvio Sánchez Fajardo y Cecilia Caicedo Jurado, quienes tienen como centros de interés: la historia local, la literatura, la universidad, la cultura y algunas reflexiones sobre la sociedad y el hombre contemporáneos, textos que constituyen un amplio corpus ensayístico que no logra tomar distancia del pensamiento eurocéntrico, salvo, ciertas reflexiones propuestas por Sánchez Fajardo en Diálogos imperfectos (2004).


Cuyanacentrismo es un experimento escritural, es un texto que fisura y transgrede el prototipo del ensayo académico, su legitimación no se sustenta en la investigación formal de los centros del saber hegemónico ni en la permanente referencialidad a otros autores, se produce en el intercambio intersubjetivo, es el resultado del vaciamiento de la memoria de Occidente y de la recuperación de la memoria propia de nuestros pueblos originarios expresada en su poética, en sus textos sagrados, en su lengua, en su forma de interrelacionarse con los otros seres vivos, con la tierra y con lo sagrado. El lugar de enunciación de García Enríquez integra las múltiples voces que acontecieron en su vida, de forma específica, aquellas voces de los pueblos indígenas ingas y awá y las memorias de los pueblos originarios de América; por ello, el profesor Miguel Ángel Ochoa Barón en la Revista Reto (Diario del Sur, Pasto 27 de junio de 1993) afirma, frente a la obra de Alejandro García Enríquez:

Ahí tienen los acuciosos buscadores de una Filosofía Latinoamericana un documento valioso, para estudiar; y una propuesta, no desechable, para recuperar nuestra autenticidad en la diversidad. 

También es alimento intelectual, de alto valor nutritivo, para sociólogos, antropólogos, ecologistas y políticos pacifistas. Y no se diga que aún no hemos escrito nada serio sobre nuestra propia realidad y sobre nuestros auténticos valores culturales. Sin academicismo, sí, porque CUYANACENTRISMO es un testimonio de vida y para la vida, antes que el complicado tejido de lucubraciones intelectuales alienantes. (Ochoa, 1993)

Cuyanacentrismo, por tanto, no puede leerse bajo la perspectiva Occidental del ensayo (paper) contemporáneo, sino que debe convertirse en una experiencia atravesada por el sentir, debe ser un acontecimiento aistésico decolonial tal como lo propone Mignolo (2010), en el que la mera razón occidental pierde su dominio; esta apertura interpretativa requiere asirse a una perspectiva descolonizada de la subjetividad, para el caso, el sujeto lector debe sumergirse en la obra con la conciencia de su emocionalidad y pensamiento colonizados, y una vez consciente de esta carencia, al sumergirse en la narrativa de García Enríquez debe tratar de despojarse de esas memorias —vaciarse— y dejarse llevar por las memorias propias de los pueblos originarios que consideran un mundo de interrelaciones distintas a las propuestas por Occidente, un mundo nuevo, en el que es posible el cuyana, en el que las bondades de los seres que reconoce el poeta peruano Gamaliel Churata sean la verdad que nos constituye.

Una de las posibles vías para acceder a la narrativa de García Enríquez es la oralidad; Cuyanacentrismo es el resultado de un diálogo intercultural, diálogo que como lo señala el peruano Gonzalo Espino Relucé (2015) sólo se comprende como acontecimiento, como lugar de encuentro, cuyas significaciones son intraducibles para la escritura -que carece de lo simultáneo- y de la emocionalidad particular del encuentro.

García Enríquez asume con conciencia lo que significa la oralidad, sabe que detrás de la tradición oral están los sentidos simbólicos que sustentan a la comunidad que la transmite. Gonzalo Espino (2015) advierte que la tradición oral posee una trama que la constituye. Lo primero, señala, es que todo texto oral es un texto con historia, es decir, no surge espontáneamente, sino que está vinculado con los procesos socio-históricos de la comunidad en donde éste acontece. Sin embargo, refiere Espino, el texto oral presenta variaciones que poseen una huella de tiempo propia, que lo hace único como evento narrativo cada vez que es contado.

Otra posible ruta de acceso radica en comprender que la propuesta teórica de García Enríquez es un ejercicio del pensamiento que, si bien se ha construido bajo una doble colonización: la estructura lógica en el uso de la lengua castellana en la escritura y, posteriormente, la reelaboración del texto producto de la economía editorial[2], es salvable en tanto propone un centro sobre el que gravitan los diversos argumentos del autor para sustentar su teoría social pacifista: renacer libremente como humanidad por fuera de la distorsión venida de la irreflexión cultural reaccionaria traída por Occidente.

Esta tesis, propuesta por García, entra en concordancia con lo propuesto por Hugo Zemelman (2012) en su libro Pensar y poder. Razonar y gramática del pensar histórico, en el cual afirma que para enfrentar la colonización del poder se requiere poner en el centro del pensar una episteme nueva, orientada a reconstruir los procesos socio-históricos, episteme que traspase los límites de lo meramente explicativo, que no esté subordinada a cualquier constructo teórico hegemónico universal y que, por tanto, devenga en formas de razonamiento que gesten ideas de la propia historicidad de los acontecimientos; lo que implica una transformación en la naturaleza misma de las premisas sobre las cuales se ha organizado el pensamiento en el mundo (Zemelman, 2012).  Así, la premisa sobre la cual se construye Cuyanacentrismo es distinta porque advierte otra forma de saber-ser en el mundo que, como se ha dicho, tiene sus raíces en las memorias de los pueblos ancestrales de América.

Otro elemento clave para leer la obra de García Enríquez es la vuelta a lo sagrado; si bien es el aspecto más controversial de Cuyanacentrimo, se hace imprescindible ahondar en esta vuelta para comprender la propuesta civilizatoria del autor. Para ello, retoma un texto proveniente de la Historia de la literatura Náhuatl (1953) en el que se narra lo siguiente:

«Las plumas del quetzal
Las obras de jade iridiscente
Todo roto e ido
El recuerdo de un mundo bello,
Lleno de Dios y de verdad…»

El autor encuentra que la cultura Occidental, si bien trajo una Verdad Revelada, también trajo la aniquilación de lo sagrado, en tanto irrumpió con las formas de trascendencia humana propias de las culturas precolombinas. Occidente invadió lo sagrado y fragmentó en el propio ser la posibilidad del encuentro con lo divino. Luego, gracias a la imposición férrea de una única forma de relación con lo trascendente impidió la correcta armonización de lo sagrado, dando paso a la mercantilización de lo sacro en beneficio de una civilización que aborreció la verdad sagrada y conllevó, en consecuencia, a la negación de la presencia de Dios en las tierras del Nuevo Mundo. Es claro para García Enríquez que Dios no vino a América en los barcos, Dios habitaba estas tierras, su fuerza armonizadora era inagotable y libre de distorsión.

Por ello, cuestiona lo que canta el poeta Náhuatl, afirmando que no todo lo sagrado se ha roto e ido, por el contrario concibe lo siguiente:

El “homo americanus” percibió competentemente la imponderabilidad, inagotabilidad y fecundidad de la naturaleza como infinitud de bondad natural y la convirtió en fruto concreto y práctico de bondad social. El nombre propio, libre de toda confrontación estéril, de esta percepción en la cultura kechua es “Pachamama”. El significado de bondad social es Madre infinita, imponderable e inagotable desde lo infinitamente alto hasta lo infinitamente profundo en fecundidad y bondad, en transformación progresiva, en renovación, en belleza, armonía, orden, perfección y paz. (García Enríquez, 1992, p.17)

En la dinámica de la colonialidad del poder, apropiarse de lo sagrado fue fundamental, pues con ello vino la colonización de los lenguajes simbólicos más profundos de los pueblos originarios. Sin embargo, es en lo sagrado donde los colectivos humanos pudieron sobrevivir; las memorias de sus narrativas ancestrales son la evocación de un tiempo anterior donde lo sacro era parte fundante de interrelaciones sagradas entre los seres. La vuelta a lo sagrado, es, entonces, una de las formas más profundas sobre las que se descoloniza el poder, porque permite que el ser colonizado recuerde que hubo un tiempo antes del dios impuesto en el que el padre y/o la madre de todos convivían en una armónica interdependencia, lo divino concedía un poder fundado en la esencia social pacífica propia de la reflexión humana acontecida en la palabra (García Enríquez, 1992).

Desde estas tres rutas de abordaje, se puede afirmar que Cuyanacentrismo es una propuesta constituida para descolonizar la existencia a través de: la recuperación de la historia milenaria circundante en las memorias ancestrales y la reconstrucción del sentido histórico que pone en disputa el poder colonial. Así, enfrentamos un texto que propone una historia vaciada de las memorias de Occidente y repleta de las memorias de los pueblos originarios, que hoy siguen resistiendo y enfrentando el poder hegemónico, para reestablecer la armonía originaria de sus recursos, de la biocultura, de la pacha, de sus epistemes, imaginarios, memorias, de sus subjetividades.


[1] Hago esta precisión con el fin de señalar que para este prólogo se utilizarán para las citas, tanto los textos de la edición publicada como del texto original.

[2] Este nuevo trabajo editorial logra, en gran medida, recuperar lo propio del texto, salvar la palabra primera y verificar la relación entre la forma espiral del discurso oral con las posibles intensiones metatextuales del autor.

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