Cuyanacentrismo: Filosofía Latinoamericana desde el Sur de Colombia

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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

El investigador y docente de la Universidad de Nariño, Pasto, Fernando Palacios Valencia, se refiere así en su presentación sobre la obra que hoy nos convoca, de nuestro padre Alejandro García Enríquez:

“Cuyanacentrismo es un experimento escritural; es un texto que fisura y transgrede el prototipo del ensayo académico. Su legitimación no se sustenta en la investigación formal de los centros del saber hegemónico ni en la permanente referencialidad a otros autores; se produce en el intercambio intersubjetivo; es el resultado del vaciamiento de la memoria de Occidente y de la recuperación de la memoria propia de nuestros pueblos originarios expresada en su poética, en sus textos sagrados, en su lengua, en su forma de interrelacionarse con los otros seres vivos, con la tierra y con lo que han considerado sagrado. El lugar de enunciación de García Enríquez integra las múltiples voces que acontecieron en su vida; de forma específica, aquellas voces de los pueblos indígenas inga y awá y las memorias de los pueblos originarios de América; quizá por ello, el profesor Miguel Ángel Ochoa Barónen el suplemento Reto, Diario del Sur, Pasto, 27 de junio de 1993, afirma, frente a la obra de Alejandro García Enríquez:

‘Ahí tienen los acuciosos buscadores de una Filosofía Latinoamericana un documento valioso, para estudiar; y una propuesta, no desechable, para recuperar nuestra autenticidad en la diversidad.
También es alimento intelectual, de alto valor nutritivo, para sociólogos, antropólogos, ecologistas y políticos pacifistas. Y no se diga que aún no hemos escrito nada serio sobre nuestra propia realidad y sobre nuestros auténticos valores culturales. Sin academicismo, sí, porque Cuyanacentrismo es un testimonio de vida y para la vida, antes que el complicado tejido de lucubraciones intelectuales alienantes’.

“Cuyanacentrismo, por tanto, no puede leerse bajo la perspectiva Occidental del ensayo contemporáneo (paper), sino que su lectura debe convertirse en una experiencia atravesada por el sentir (…) …al sumergirse en la narrativa de García Enríquez debe tratar de despojarse de esas memorias —es decir, vaciarse— y dejarse llevar por las memorias propias de los pueblos originarios que consideran un mundo de interrelaciones distintas a las propuestas por Occidente, un mundo nuevo, en el que es posible el cuyana, el de las bondades de los seres (…).

“(…) García Enríquez asume con conciencia lo que significa la oralidad; sabe que detrás de la tradición oral están los sentidos simbólicos que sustentan a la comunidad que la transmite”, hasta aquí el fragmento de la presentación por el profesor Palacios Valencia.


Y ahora paso a narrarles sucintamente el misterioso camino del hacedor de este libro (sucintamente digo, porque en la obra encontrarán adjunta una reseña biográfica de él):

En algún lugar de una de las faldas heladas de un volcán al extremo sur de nuestra Colombia, un hogar campesino formado por guaguas varones, ha perdido a su madre dando a luz al séptimo (Ramón). Desde entonces la vida se transforma radicalmente para estos chiquillos, que se convierten en niñeros de su hermano bebé. Vicente, el mayor, después de unos años, ya adolescente, madura la idea de escapar. En una carta deja la parte de su corazón roto con el fin de que a él, a esa parte de su corazón que deja, no se le ocurra perseguirlo. Jamás se vuelve a saber de sus pasos, pero todos lo conocemos por los relatos familiares. A los salvajes niños-niñeros se les muere Ramón a los cinco o seis años de edad, a pesar de su amor y de sus cuidados. Su padre, don Julio García López, desde entonces viudo eterno de doña Concepción Enríquez de García, se gana la vida jornaleando en predios ajenos y en dos o tres minifundios propios y con ese producido y con su amor y con su dolor los alimenta.

Los vientos que bajan del gélido volcán Galeras engrosan el ramillete de niños salvajes. Manuel, Luis Antonio, Enrique, Alejandro y Juan, deben asistir a la escuela campesina a dos horas diarias bajando las laderas, potreros y caminos de a pie, cada que hayan crecido lo suficiente para celebrar su Primera Comunión. El retorno, otras dos horas, llueva o truene. Por los ocultos misterios que la realidad nos tiende como enigmáticas alfombras en nuestra vida, el discurso del niño Alejandro es escogido para la bienvenida de los escolares campesinos de El Ingenio, corregimiento de Sandoná, al Obispo de Pasto. Aquí cambia la vida de este hacedor. En una carrera no sólo de escollos sino de casi imposibles obstáculos, comienza la educación del niño Alejandro García Enríquez, en Pasto, narrada en una separata adjunta del libro que hoy presentamos sus hijos, Laura, Conchita y quien les habla. Sentimos la presencia de nuestro padre y de nuestra madre Angélica Gómez de García (como siempre se firmó después de su matrimonio en Sandoná, un 25 de diciembre de 1946). Ella fue un puntal donde se apoyó, un pecho donde descansó y quizás lloró, la madre de sus hijos, y todo lo más bello, bueno y tierno que la felicidad puede dar a la vida de un hombre bueno.

Ya estudiante en la Escuela Nacional de Agronomía, en Ambato, Ecuador, y aún soltero, nuestro padre concibe el texto que luego de mucho pensarlo, escribirlo y reescribirlo innúmeras veces, se llamó “Cuyanacentrismo”, y que tuvo otros títulos, que quedan guardados debajo del mantel de la mesa de nuestro comedor familiar. En un aparte de su introducción señala que ese comienzo lo hizo en su “primera juventud” (quizá entre 1944 y 1946). Esto es lo que afirma:

“En esta parte de la introducción al Cuyanacentrismo, consigno el grato asombro que causó en mí haber observado, alguna vez en mi primera juventud, en Los Andes ecuatorianos, una persistente celebración aborigen muy tradicional, a la bondad de la naturaleza, Madre Infinita, con el nombre propio de ‘FIESTA DE PACHAMAMA’. Yo ya trabajaba en esta teoría social y desde aquella oportunidad me sentí tan motivado que decidí firmemente superar todos los obstáculos hasta culminar el trabajo que había iniciado. La fiesta sobreviviría en el tiempo a pesar de las prohibiciones que hubiesen pesado sobre ella”. Las prohibiciones, a las que se refiere, se debieron a la jerarquía clerical católica.

A continuación, hace unas aclaraciones lingüísticas sobre la palabra Pachamama y otras y, por último, narra sintéticamente cómo es la fiesta y su tiempo de duración. Hasta aquí habla, pero no precisa más. Y, aunque en la obra en sí no señala nada al respecto, nos afirmaba que su trabajo, como agrónomo, en la población de Ricaurte (situada en el piedemonte andino nariñense que empata con la selva del Océano Pacífico, en la carretera Pasto-Tumaco), le sirvió para hacer más observaciones y deducir más conclusiones. Siempre tuvo amigos indígenas en varias partes. A algunos de ellos, que llegaban a Sandoná, nuestra población, a vender mercancías –como ropas de lana ecuatoriana a plazos o medicinas naturales del vecino Departamento del Putumayo o que venían como curanderos, etc.-, les encargó unos libros para aprender ingano y kichwa. Así consiguió el catecismo católico bilingüe, la gramática y el diccionario del kichua ecuatoriano, entre otros, y ahí lo aprendió, incluyendo algunas tareas escolares que ellos le dejaban y que eran muy estrictos en su revisión. Es bueno aclarar aquí que estas personas, quizá debido a los históricos atropellos, son bastante distantes de nosotros “los blancos”, y no es fácil granjearse su amistad, ya que para entregar ellos la suya, deben “sentir” que es verdadera, que no es sólo debida a un interés por algo. 

La redacción del trabajo escrito del Cuyanacentrismo no tiene las fechas ni de su inicio ni de su culminación. Hemos inferido sobre su terminación, pero nos ha sido imposible dar con el inicio de su redacción escrita. Él deseaba tenerla lista para la conmemoración de la llegada o invasión de los europeos a nuestra América y lo logró, pero falleció en 1991 (1° de julio), antes de ver la caída del muro de Berlín. En 1988 ganaba yo por primera vez un concurso literario: el Primer Premio Nacional de Poesía del Servicio Civil para Empleados Oficiales, en Bogotá. Con esa mínima cantidad de dinero que había ganado (y que procuré guardarlo ante todas las necesidades de mi hogar en formación), y aumentado con la generosidad de mis primos Julio García Valencia (aquí presente) y Orlando García Portillo, publicamos la Introducción del Cuyanacentrismo, que apareció en junio de 1992, en Medellín (editorial Lealón, 71 páginas).

Hace unos años, sus hijos decidimos publicar de manera completa esas 406 páginas mecanografiadas del texto total. Sobrevinieron inconvenientes, el más grave la pandemia. Hoy, 27 de abril de 2024, en esta fiesta del pensamiento, como lo es la Feria Internacional del Libro de Bogotá, presentamos este ensayo filosófico de nuestro padre a la humanidad con una mezcla de humildad y cariño y, también hay que decirlo, de orgullo.

Muchas gracias.

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