Darwin Atapuma un guerrero forjado a contrapedal

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*Realización: Centro de comunicaciones Gobernación de Nariño  

Entre las nubes que destapan el paisaje de la madrugada asciende la neblina al cielo, y los hombres y mujeres de la Sabana empiezan sus jornadas de trabajo. Como si fuese una pintura, la gama de los verdes se despliega por el horizonte y los guardianes de hielo, de barro, de fuego, de viento que moran entre el frío y la niebla, cultivan, siembran, recorren, resguardan un territorio de esperanza.

Ahí estaban Don Sigifredo y Doña Betsabeth, en la vereda Chambú, en Mallama, municipio del Pidemonte costero nariñense. Hombre y mujer ocupaban el terreno que albergó a sus hijos: 5 hombres y 4 mujeres. El mismo terreno que vio crecer sus cosechas y arropó a su familia al calor de una tierra de valientes.  

Uno de sus hijos, Jhon Darwin, había recorrido cada uno de los caminos empedrados de la vereda. Le gustaba sentir el aire frío y salir a pasear en la bicicleta de parrilla que su hermano mayor, Remigio, les había regalado a él y sus hermanos.

Era una monareta, rin 22, con guardabarros, dirección de montañera y freno a contrapedal. Remigio se la entregó a Alex y le encomendó, además, la tarea de enseñarle a Darwin a manejarla para que pudiera salir a pasear.

Entonces Alex agarraba la bicicleta de la parrilla, la sostenía para que Darwin se subiera y empezaran a rodar. Daban vueltas dentro de la casa mientras Darwin intentaba dar pedalazos sin alcanzar completamente los pedales. A Alex le gustaba asustar a su hermano diciéndole que lo iba a soltar, que iba a dejar que llevara solo la bicicleta y mostrándole que lo sostenía con una sola mano. Darwin, a pesar de saber que su hermano no lo iba a botar, no dejaba de sentir desconfianza, así que se bajaba del asiento para alcanzar los pedales y frenar hacia atrás. Lo hacía una y otra vez mientras Alex se burlaba del miedo de su hermano menor.  

Después de varios sustos, de raspones y caídas, aprendió a manejar. Tiempo después, Alex compró la primera monareta – una azul que sí tenía frenos-. Y así empezó todo.

Sagradamente al llegar de la escuela, Darwin salía a darse una vuelta por las laderas de la vereda. Hasta que un día, Remigio llegó con una bicicleta amarilla a casa.  

“Remigio me regaló mi primera bicicleta. La que él mismo armó para mí. Recuerdo que era de un marco en hierro Giraldo de color amarillo. Mi hermano la adecuó a mis medidas como pudo porque era mucho más pequeño en ese entonces y porque vengo de una familia humilde de pocos recursos y para la que armar una bicicleta siempre ha sido costoso. Como Remigio tenía un taller en Túquerres, recolectaba
los repuestos que le dejaban de segunda. Él los arreglaba y me iba acondicionando mí bici hasta que por fin pude tener una de carreras, así seguí poco a poco. Entonces empecé a montar de verdad”, recuerda Darwin,
haciendo de cada recuerdo una historia enlazada en sus propios piñones.  

“Mi madre es todo para mí, es mi inspiración. Tanto ella como mi padre y mi familia, son las personas que creen en mí, que me han apoyado, que confían para poder ser el hijo, ser el hermano que ha surgido a lo largo del ciclismo y que ha dejado el nombre de la familia en alto. En este momento solo sonrío y doy gracias a Dios”

Darwin recuerda que de niño miraba por televisión a grandes figuras del ciclismo colombiano como Santiago Botero y Víctor Hugo Peña. También vio ganar el Tour de Francia a Lance Armstrong, pero el ídolo que inspiró su camino desde siempre es Remigio, su hermano mayor, fuente de admiración y respeto, y un segundo padre para Darwin, culpable, además, como él mismo lo expresa, de haberlo “metido en esto”.  

“Desde niño miraba a mi hermano Remigio que entrenaba fuerte y se iba a las carreras, yo quería ir, me daban ganas de salir detrás de él. Siempre nos hemos llevado muy bien. Él se convirtió como en un padre para mí” cuenta con evidente nostalgia el campeón.  

Darwin empezó a montar bicicleta desde sus 11 años. Con juicio, dedicación y una vez radicado en Túquerres, su primera meta fue correr en la Vuelta a Colombia. Para ese entonces pensaba que ese iba a ser su máximo triunfo. Jamás imaginó que ese niño con raspones en las rodillas, que cayó y se levantó muchas veces de los caminos empedrados de Chambú, junto a esa bicicleta de freno a contrapedal, llegaría a conquistar las montañas más grandes del mundo. Esa bicicleta fue entonces su amuleto para el destino que le esperaría a Darwin y a toda la familia Atapuma unos años más adelante.  

Darwin Atapuma es hoy uno de los mejores ciclistas de Colombia y es el primer ciclista de Nariño que ha logrado llegar hasta el Giro de Italia, la Vuelta a España y el Tour de Francia. Su carrera inició en 2006 y desde entonces ha sido ganador de varias competencias nacionales e internacionales. En 2009 fue Campeón de Montaña del Tour de Beauce en Canadá. En 2013 ocupó el puesto 18 en la general del Giro de Italia y en 2015 acabó de 16 en esta competencia. Este año obtuvo un destacado desempeño al ubicarse en la casilla 13, a 20 minutos y 47 segundos del ganador, fue su tercera participación en el Giro y es el mejor corredor de su equipo BMC. “Fue pasando el tiempo y tuve la oportunidad de ir a los 21 años a Francia y a España a correr unas carreras en el tour de L’Avenir de Francia. La verdad a mí me daba mucho temor estar allá con los grandes que yo vi alguna vez en la televisión y luego ya estar en el lote con ellos. Eso era un sueño hecho realidad”  

De piel mestiza, herencia campesina, ojos tímidos, acento marcado y esencia guerrera, Darwin cuenta que cuando está fuera, lo que más extraña es la comida de su tierra, especialmente el cuy y los platos que su madre le preparaba. Ver a Darwin a los ojos, es ver lo que somos: silenciosos, humildes, trabajadores, perseverantes. Este hombre encierra la naturaleza nariñense que sólo puede relacionarse con la fuerza viva de este territorio. Su mirada guarda la imponencia del taita Azufral, la protección de cada montaña en este Nudo de los Pastos que como si se tratara de un abrazo, protege, guarda y acuna a su gente y su legado ancestral.  

“Cuando vengo aquí a Nariño vengo a descansar, a abandonar un poquito el ciclismo para salir de la rutina, aunque no puedo extender mucho eso, 1 día o 2 días quizás porque debo seguir entrenando y haciendo las cosas bien para llegar nuevamente a Europa con muy buen nivel. Eso sí, lo primero que hago al llegar es ver a mi familia, visitar a mi papá e ir de casa en casa por donde mis hermanos”.  

Darwin hala la cintilla para apretar fuerte el casco que protege su cabeza, respira profundo como si se tratara de una alarma que anuncia que una nueva carrera está por comenzar, ajusta el cierre de su chaqueta talla S marcada con “El Puma” en su reverso. Da un pedalazo, y en cuestión de segundos, desaparece entre las montañas.  

Sale a las 8:40 am de la mañana de San Juan de Pasto, y en 1 hora 10 min llega al Puente de Juanambú.

Reconoce que el poder del paisaje de su tierra es impresionante pues tiene altitud, plan, loma y todas las condiciones que un ciclista profesional desearía tener, además, teniendo en cuenta la cercanía para correr a los brazos de los suyos a unos cuantos pedalazos.  

Mientras avanza, la llovizna va cayendo, y casi como si se encontraran en un diálogo fraterno con el cielo, el sol sale para abrigar la espalda del Puma. Asciende, desciende, afana, contonea, mantiene, adelanta. Nunca deja de pedalear. Algunas personas en medio de la vía y con la velocidad con la que corre, alcanzan a reconocer a este grande que regresó a su tierra. Unos cuántos gritos apoyan su recorrido.  

Con fatiga dice que, a veces, en medio de sus entrenos en el exterior, cuando ve algún paisaje similar al de Nariño, decide cerrar los ojos y recordar el aroma de su tierra, la calidez de su gente, las voces de su familia apoyándolo, y en general, a un territorio que late al ritmo de un sólo corazón.  

“Llevo la sangre de mi Nariño. Mi familia es de aquí, yo me críe aquí y eso me incentiva a brillar más. Para mí, un pedalazo es aportarle un granito de arena a este gran momento de nuestro país” comenta con pausa, pero con orgullo pleno. Hace algunas semanas y como un guerrero que llega victorioso a su casa después de una gran batalla, entre banderas, ovaciones, abrazos, elogios, y el fervor de quienes expresan su admiración, recibió de manos del Gobernador de Nariño un reconocimiento por ser una figura del deporte que enaltece e inspira a todo un departamento.  

El Puma es un ejemplo de lo que se puede conseguir desde este sur. Nos juntamos hoy para valorar un futuro brillante. Es nuestro deber impulsar lo bueno y positivo. El deporte, la educación y la cultura, son los caminos para la paz“, expresó el Gobernador de Nariño, Camilo Romero.  

Darwin, con su calidez entrañable, agradeció la oportunidad que tendrán nuevas generaciones para representar a Nariño internacionalmente. Es consciente del talento que existe en nuestro territorio y de que el deporte es una herramienta para transformar vidas. Que esa primera bici de parrilla y a contrapedal que hizo frenar su proceso de aprendizaje, hoy visibiliza un camino de progreso, de empeño, de perseverancia y de lucha. Que su nombre lleva el apellido Nariño y que es su bandera también para arropar cualquier sueño.  

“Como deportista, además de ganar personalmente, queda la alegría de poder subirse al podio y que suene el Himno de Colombia. Se siente mucho orgullo cuando a uno le preguntan ¿de dónde eres tú? y poder decir soy nariñense, Tuquerreño.”

*Esta crónica fue publicada el pasado 22 de julio, luego del regreso de Darwin Atapuma a Nariño después de correr el Giro de Italia y el Tour de Suiza.

Nota original:

https://social.shorthand.com/gobnarino/nyIdMkXh2e/darwin-atapuma

Author: Admin

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