Rincón cosaqueño
Por José Rodrigo Rosero Tobar
roserotobarjoserodrigo@gmail.com
Cuando lentamente me alejaba de mi terruño natal, sin tener nada en que pensar, me deslicé sutilmente por los senderos conocidos y no conocidos de aquellas personas que por una u otra circunstancia tuvieron que emigrar, desarraigándose de su tierra, no por querer propio, sino porque los obligaron todo lo que tenían abandonar.
¿Por qué llegué a este pensamiento? No lo sé. Alguna vez leí que el exilio es la mitad del camino hacia ninguna parte y también que uno de los capítulos más novedosos del gigantesco informe final de la comisión de la verdad en nuestra nación, es el dedicado al millón de personas que han tenido que salir del país por el conflicto armado. ¿Cómo es abandonar un sitio al que no se puede volver y no ser del sitio al que se va a llegar? Muchas historias se conocen de personas que han tenido que emigrar. En el informe, dice uno de los que lo elaboraron, que dividieron en cuatro épocas esos momentos: de 1958 a 1977, con un porcentaje mínimo de los casos, el 1,2%; de 1978 a 1991, con el 10,5% de los casos; de 1992 a 2005, que fue el peor periodo y coincidió con la agudización del conflicto armado, con el 37,4% de los casos; de 2006 a 2016, hasta que se firmó el acuerdo de paz, con el 27,9%, y una última etapa de 2017 a 2022, con el 21,9%. En estos últimos años hubo un repunte, incluso con el cierre de fronteras por la pandemia de covid-19, por el aumento de la violencia y la falta de implementación del acuerdo de paz.
Pensé en la crudeza del fenómeno, en este acontecimiento que en público y en privado se ha hablado hasta la saciedad, en las personas que no pueden regresar, anhelando que en Colombia, un país de grandeza singular, atropellado a veces y hoy vilipendiado cuando trata de avanzar, el exilio sea únicamente un flagelo que debe terminar.
Consacá, 15 de diciembre de 2023