
Todo empezó el pasado Miércoles Santo, 31 de marzo, al llegar a su sitio de trabajo. Su compañera le contó que en la ceremonia de la noche anterior, del Señor de las Siete Caídas, sucedió algo raro. La imagen del Señor, ubicada en la parte anterior del altar de la basílica de Nuestra Señora del Rosario de Sandoná, tambaleó y de no haber sido por los integrantes de la congregación religiosa, se hubiera ido al piso.
Por las medidas tomadas por la Diócesis de Pasto y por el Gobierno Local para evitar la propagación del coronavirus, en esta oportunidad no se pudo realizar la procesión con la imagen por las calles sandoneñas, como de costumbre. Los devotos del Señor de las Siete Caídas ubicaron la urna donde está la imagen sobre un caballete.
El sacerdote comenzó la ceremonia con una eucaristía y a continuación la reflexión de las Siete Caídas; en la cuarta, en el preciso momento de la inclinación de la imagen, se presentó el incidente y el susto de todos los asistentes al templo parroquial.
Al escuchar este relato, Helena se puso helada y un frío recorrió su cuerpo y de inmediato la angustia se apoderó de ella. No pudo articular palabras porque la emoción era más fuerte. Sin embargo, al observar que los vellos de sus brazos se habían erizado tomó aire y a su mente le llegó un pensamiento que la intranquilizó. ¿Qué irá a pasar en nuestro pueblo?
Helena había cumplido sus 49 años ese Martes Santo. Sus compañeros de trabajo le habían celebrado su cumpleaños unos diez días atrás. Ella nació un Jueves Santo, el 30 de marzo de 1972, el día siguiente de la inundación de Sandoná. Esa mañana inolvidable para los sandoneños porque se enteraron que en la noche anterior habían muerto seis personas. Grandes franjas de potreros y cañales se habían desprendido dejando los suelos desnudos. La carretera de acceso a Sandoná no se podía transitar por la cantidad de deslizamientos. El río Ingenio se salió de su cauce. Los servicios de agua y energía se suspendieron. El incipiente sistema de alcantarillado colapsó.
Sus padres y sus tíos le contaron sobre lo ocurrido aquel Miércoles Santo de 1972, cuando la chorrera de Belén se desbordó y de igual manera se creció otra corriente de agua en la parte alta del barrio Meléndez (en la actualidad barrio Hernando Gómez). Las calles de Sandoná parecían ríos que arrastraban de todo: cuyes, gallinas, maíz; bultos de papa, vacas, café, panela; plátano, leña, ropa, cobijas, libros, cuadernos máquinas de coser, sombreros de paja toquilla; la furia del agua entró a las casas y sacó las pertenencias de los sandoneños.
El profesor Nelson relata que esa semana llovió mucho y mucho más el Miércoles Santo en la noche. La quebrada de Belén tumbó los muros, entró a las casas aledañas y puso en riesgo la vida de varias personas. “Yo alcancé a mirar vacas arrastradas por la calle octava. A las señoras que querían atravesar las calles tocaba ayudarlas para que el agua no las arrastrara”.
Por su parte Héctor, quien en la actualidad vive en Bogotá, recuerda que empezó a llover a las dos de la tarde y el aguacero continúo por unas cinco horas más. “Al escuchar los gritos de auxilio de un vecino, nos tocó abrir la puerta y entrar a salvarlo, porque el agua lo había arrinconado contra una pared. De las casas salían bultos de papa y máquinas de coser que la corriente se llevó por la calle sexta”.
En este mismo evento el río Ingenio, que nace en las faldas del volcán Galeras y que antes del cruce de la vía que comunica a Sandoná con la ciudad de Pasto, sirvió de recreación a una gran cantidad de personas porque en su lecho se construyeron varios pozos, se salió de su cauce. Sus aguas enfurecidas tumbaron dos viviendas ubicadas en la vereda San Antonio y arrastraron con todo, incluidas cinco personas que en medio de lamentos no encontraron ayuda en esas horas aciagas de la noche. El río nunca volvió a su cauce original.
Varios relatos que llegaron al oído de Helena, señalaban que la inundación de la Semana Santa de 1972 comenzó el Martes Santo, dos días antes que su madre la trajera a este mundo. Fue ese martes, signado por el destino trágico del pueblo, cuando a un grupo de jóvenes le dio por lanzar cáscaras de granadilla a la imagen del Señor de las Siete Caídas, en el momento de la procesión. Nada pudo frenar la ira de Dios, ni la indignación de la gente, ni los insultos del cura párroco.
A los pocos minutos de terminada la procesión comenzó a caer un fuerte aguacero sobre la población; todos se fueron corriendo a sus casas.
Durante los años anteriores era muy común observar a niños y jóvenes de Sandoná y de El Ingenio lanzarse cáscaras de granadilla entre ellos durante los Viernes Santos. Los de El Ingenio los esperaban a sus contemporáneos de Sandoná en la calle de entrada al templo del Sagrado Corazón de Jesús “armados” con abundantes cáscaras de granadilla para lanzarles en el momento que pasaban en los carros “escalera”. Lo propio hacían los niños y jóvenes de Sandoná: acumulaban un gran montón de cáscaras de granadilla y subidos en la parte superior del carro lanzaban estos elementos al llegar a El Ingenio.
La granadilla tiene una cáscara muy fuerte y gruesa de color similar a la naranja. Se cosecha en los meses de marzo y abril, que coinciden con la temporada de Semana Santa.
El miércoles las compuertas del cielo se abrieron. Cayó un segundo aguacero de mayor intensidad, el mismo que causó la inundación, que fue noticia a nivel nacional. Al domingo siguiente el diario El Tiempo, que en esta época se acordaba de las regiones olvidadas por las tragedias, se refirió al hecho como “Diluvio en Nariño”.
Las personas que salieron al parque principal de Sandoná el Jueves Santo, en medio del dolor y la tristeza, en sus comentarios señalaban que lo sucedido era un castigo divino por las burlas y ofensas que hicieron los jóvenes al Señor de las Siete Caídas.
En medio de sus cavilaciones y al escuchar a su compañera que le ofreció café, Helena regresó a la realidad y en medio de la gran angustia tomó la decisión de asistir a la basílica y elevar oraciones al Señor de las Siete Caídas, por las familias que sufren las consecuencias de la pandemia.
El pasado lunes 31 de mayo en horas de la noche, en Sandoná, volvió a caer un fuerte aguacero que inundó varios barrios, afectó varias carreteras veredales y dejó una gran cantidad de familias damnificadas.