Escritor nariñense Alejandro García Enríquez

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Reseña biográfica (1ª. entrega)

(* Alto de El Ingenio-Sandoná, 3 de
marzo de 1925-
+ Bogotá, 1° de julio de 1991)
Por Alejandro García Gómez.
“Y le hablaba así el poeta a Cristo
sus querellas:
El poeta
[…]
“-Dime, entonces, Señor, ¿qué es hoy
La Tierra?
“-¿Qué es hoy La Tierra?
“Esto es, poeta, un débil punto en
el espacio ilímite.
Vibración apenas del Tiempo y las
Distancias.
Un átomo de lágrima
Que en el cansancio de sus errantes
curvas solitarias
Derramó entristecida una galaxia.
Esto es La Tierra bella y triste”.
(El Cristo del poeta-Un fragmento
del poema de Alejandro García Enríquez).

Agradecimientos a:
Laura y Concha García Gómez.
(Necesaria Nota introductoria.- A
raíz de que este jueves, 8 de noviembre -10 am, Salón Mora Osejo, antigua
facultad de Derecho, Udenar, Pasto-, el escritor Fernando Palacios Valencia
presentará su ponencia “Cuyanacentrismo, de Alejandro García Enríquez: un ensayo
fundante del pensamiento decolonial/ descolonizador en el Departamento de
Nariño”, (en el contexto del XIV Congreso Internacional de Literatura y el XIII
Encuentro Internacional de Etnoliteratura), se presenta una reseña biográfica
de este escritor, quizá para muy pocos conocido
, que trabajó toda su vida en su
pensamiento escrito, de manera incansable, solitaria y callada, en diferentes
géneros literarios. Con ella, deseamos dar a conocer aspectos que podrían
ayudar a contextualizar un poco mejor su pensamiento en este libro, publicado
parcialmente en 1992). AGG.
Visita episcopal a la escuela de El
Ingenio (¿1934?, ¿1935?, ¿1936?)
.

La profesora de la escuela de El
Ingenio entró esa mañana al salón de las clases e informó a los niños que se
había anunciado la llegada del señor obispo a la parroquia del corregimiento
y
que su escuela haría parte de los programas de bienvenida. Entonces, en el
salón escolar distribuido para que cupieran los tres grupos de las escuelas de
los campos de entonces (las veredas que contaban con ese privilegio), se
dirigió a quienes cursaban el tercero de primaria y les dijo que, como tarea
para esos días, todos debían escribir unas palabras de recibimiento a Su
Excelencia. Que así se le debía decir al Señor Obispo, Su Excelencia,
“¡c-o-n   m-a-y-ú-s-c-u-l-a!”, les
recalcó.

La llegada del obispo de la diócesis
de Pasto, a la que pertenecían las parroquias de Sandoná y de El Ingenio, se
hacía como parte de una visita pastoral, para que –además-todos los feligreses
que estuvieran en la edad y requisitos de merecerlo, ellos incluidos,
recibieran el Sacramento de la Confirmación.
-El Sacramento de la Confirmación
nos convierte en soldados de Cristo –les agregó y esas pequeñas mentes quedaron
flotando entre la escuela, sus padres y el gran ejército de Cristo (ellos sus
soldados) del que les habló ella.
El Ingenio
Foto: Alejandro García Gómez

Pasados unos días, cada niño salió
ante sus compañeritos, en la clase, a leer las palabras del saludo. La maestra
pidió los escritos a dos o tres para discutir la escogencia con el señor
párroco. Cuando llegó donde el prelado, ella ya se había formado la idea de
cuál de los trabajos le llamaba más la atención, pero no le dijo nada al
entregárselos. Pasados pocos días se reunió de nuevo con el sacerdote. A él,
igualmente, le había llamado la atención uno sobre todos, pero antes quiso
escuchar la opinión de la profe. Lo que ella había pretendido –por el
contrario- era no tener esa responsabilidad frente a su párroco, aunque desde
su primera escucha, había llegado a la escogencia de uno sin dubitaciones y por
eso lo buscó entre las hojas de los niños que le había proporcionado para que
las leyera previamente y se lo mostró; pero además vio que tenía una señal que
no era de ella ni la había tenido antes de la entrega al párroco.

-Para mí es éste, reverendo padre.
-Hemos escogido al mismo. ¿Quién es
este niño, es decir su autor, profesora?
Se llama Alejandro García Enríquez.
Es hijo del señor Julio García, agricultor como todos aquí, y de la difunta
Concepción Enríquez
. Ella falleció hace algunos años. El niño es de y vive en
la vereda El Alto de El Ingenio con don Julio y sus hermanos. El señor a veces
trabaja en sus tajos de tierra, en El Gallinazo y El Colorado, y otras como
peón. El niño, con algunos de sus hermanos, con los que aún estudian, baja de
esa montaña fría todos los días, a pie, a la escuela. Ese trayecto, con buen
tiempo, es de más de casi dos horas, a buen paso. En invierno la situación se
torna más difícil. Con las lluvias los caminos se vuelven resbaladizos y se
pueden sufrir caídas. Es un tiempo en el que se requieren más cuidados y más
tiempo. Los mayorcitos que ya hicieron los tres años le ayudan al papá. Al
mayor de todos no se lo ha vuelto a ver. El menor murió como de cinco años, más
o menos, y parece que fue criado por sus hermanos en su mayor parte. Parece que
Alejandro quedó de ocho, más o menos, a la muerte del menor. Al dar a luz a ese
niño falleció la difunta Concepción, hermana que fue de don Aquilino Enríquez,
de doña Pastora, de doña Sofía y de doña Abigail –y se quedó mirando al
párroco; pero éste, con una seña, le pidió que le diera más datos.
-Su abuelo materno se llamó don
Pedro María Enríquez. Él fue militar, con grado ganado por méritos de acción en
el ejército del gobierno [conservador] durante la Guerra de Los Mil Días
.
Perteneció a uno de los batallones que derrotaron al masón Luis Avelino Rosas,
el general caucano que venía formando un ejército de liberales, masones y
descreídos, como él, desde el Ecuador con la ayuda del también masón presidente
de allá, Eloy Alfaro.
La profe hizo una pausa para mirar
el efecto en el clérigo, pues el Partido Conservador había perdido la
presidencia de la República, hacía cinco años, frente al liberal y masón
Enrique Olaya Herrera
(1930-1934).
Con la subida de Olaya Herrera al
solio, el porvenir para las devotas gentes católicas y conservadoras de El
Ingenio había cambiado. Ya lo habían notado desde las primeras elecciones
posteriores al ascenso de El Indio Blanco de Guateque, como motejaban a Olaya.
Él había sido escogido como el candidato de su partido, porque no se
caracterizaba como un liberal “duro”, sino, por el contrario, su característica
era la “blandura”
. Se había desempeñado como ministro o embajador de gobiernos
conservadores. Desde 1922 hasta 1930 aceptó la legación diplomática en
Wáshington, que le brindó el conservatismo. Para el dirigente Alfonso López
Pumarejo –uno de los máximos líderes liberales- su blandura lo hacían el mejor
candidato del cuatrienio 1930-1934, para que los conservadores continuaran desunidos
en torno a los suyos y fueran así a las elecciones de 1930, como finalmente
ocurrió.
De ahí en adelante el liberalismo
había sido un enigma, pues ahora se encontraban en el primer año del gobierno
del también liberal Alfonso López Pumarejo (1934-1938), de quien se decía
igualmente que pertenecía a la masonería, pero nadie pudo probarle eso. En esos
tiempos, la francmasonería era sinónimo de maldad –obra de El Maligno- para los
devotos católicos
. No importaba que algunos clérigos católicos colombianos y
latinoamericanos en general, de baja y alta graduación –religiosos, curas y
obispos y más- hubieran pertenecido a ella, desde antes de los tiempos de la
Revolución Independentista de la España colonialista y hasta hubieran sido
piezas clave en ese proceso, precisamente.
El Ingenio
Foto: Alejandro García Gómez

Pero además, apenas se encontraban
sobrepasando duros tiempos: la economía mundial se había estremecido hasta en
sus cimientos en los años de 1929 y 1930. Sus consecuencias se reflejaron hasta
bastante después de 1930. A esta conmoción la historia la ha llamado como la
Gran Depresión
. Los países latinoamericanos, aunque con menor fuerza, también
sufrieron el golpe. Esa menor rudeza que sufrió América Latina se debió a que
su economía era, en su mayor parte, más campesina que urbana. La gran mayoría
de las gentes de estos campos y villas latinoamericanas no tenían muy grandes
expectativas y eso aminoró el golpe. Historiadores y economistas centran la
causa del fenómeno económico de la Gran Depresión como una consecuencia directa
del abrupto rompimiento del modelo capitalista que se traía desde el siglo XIX
hasta antes de la Primera Guerra (1914-1918). La Gran Guerra produce este
fenómeno mundial, dicen ellos. A su vez, la misma Gran Depresión fue otro de
los causantes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Por esta razón, muchos
historiadores están de acuerdo en que hubo una sola Gran Guerra Mundial de 31
años, desde 1914 hasta 1945, con un interregno más político que militar. Por
motivo de que no es relevante este tema con lo que estamos tratando, dejamos
aquí.

La pérdida del poder del partido
Conservador por el Liberal en 1930 se debió a varios factores. Voy a mencionar
tres, advirtiendo antes que muy probablemente no los agote y, además que, con
este orden, no fijo ninguna prelación. Así, podemos mencionar como primero, el
haber sido uno de los efectos de la Gran Depresión de octubre de 1929
. En el
mundo, después de ésta, el poder tomó diferentes corrimientos: hacia la
izquierda en unas partes o hacia la derecha en otras. En América Latina, el
poder se corrió, en general, hacia una izquierda matizada. En Colombia, Enrique
Olaya Herrera no era precisamente de izquierdas. Más bien al contrario, era un
liberal, si se quiere de derechas, pero liberal, y con esto el liberalismo de
diferentes matices le ganó de mano el poder al conservatismo de los
terratenientes, militares y aristocracias en general congregadas bajo la sombra
de los clérigos colombianos dependientes del omnímodo poder del Vaticano de
Roma. ¿Por qué la Gran Depresión es factor de caída del conservatismo? Porque
los mercados de productos agrícolas –sobre todo el café, para nosotros- decayó
en el mundo. Europa era una de las grandes compradoras. ¿Quién se iba a
preocupar por tomar o no café en una guerra como esas?
Segundo, la criminal manera en la
que el presidente del gobierno conservador acabó con la huelga de los obreros
bananeros en Ciénaga (Magdalena)
. Hasta ahora se la conoce como la Masacre de
las Bananeras (5 y 6 de diciembre de 1928), de la que la mente desbordada de
García Márquez informa que “el ejército acorraló y ametralló a 3.000
trabajadores, y que se llevaron los cadáveres para echarlos al mar en un tren
de 200 vagones”, en Cien años de soledad. Para el gobierno de entonces (Miguel
Abadía Méndez, 1926-1930) “sólo” fueron nueve las personas que cayeron baleadas
en el terrible acto de esa noche- madrugada, más tres heridos que fallecieron
posteriormente, según el parte del masacrador, General Carlos Cortés Vargas. La
gente que estuvo ahí asegura que hubo más de cuatrocientos y que algunos fueron
enterrados en fosas comunes en una finca aledaña y otros lanzados al mar, como
cuenta Gabo. Que su transporte también se realizó como él lo narra. Se asegura
que los nueve que menciona el parte militar del general asesino fueron dejados
ahí “para la vitrina”, para que la prensa informara su versión al país.
El congresista Jorge Eliécer Gaitán
–de veintiséis años entonces- tomó parte activa y se convirtió en la cabeza
nacional que lideró la denuncia. Visitó la zona del crimen y regresó a Bogotá.
Elaboró un informe para el Congreso que demoró cuatro noches exponiéndolo.
Llevó –como prueba testimonial- una carta acusatoria del sacerdote ocañero
Francisco Calixto Angarita (párroco entonces de Aracataca, quien bautizaría a
García Márquez). Como una de las “pruebas documentales”, llevó el fragmento del
cráneo de un niño asesinado en la matanza. Con ello, y con el resto de
testimonios y evidencias, demostró a la gran prensa bogotana con audiencia
nacional e incrédula (como ahora), que en verdad sí había ocurrido una masacre
y que en verdad sí había sido indiscriminada contra hombres, mujeres, niños y
ancianos indefensos. Todo esto motivó una reacción no sólo del aún débil
liberalismo colombiano, sino de todo el pueblo, reacción poco a poco in
crescendo hasta lograr el derrocamiento del Partido Conservador y la toma del
poder por el liberalismo.
Tercero, los errores de cálculo que
producen la embriaguez y el abuso del poder
, en este caso el del partido
Conservador, que traía su hegemonía desde fines del siglo XIX. En aquel
entonces, y hasta mucho después, el arzobispo y cardenal primado de Bogotá era
el que recomendaba el candidato conservador a elegir, es decir daba el Nihil
obstat. Él era quien daba la aquiescencia, y –por su intermedio- al resto de
obispos y arzobispos colombianos y otros jerarcas de alto rango. Resulta que
para el período 1930-1934 había tres aspirantes. Dos eran los más sonados y con
similares posibilidades: el uno era el de la alta clerecía de la Iglesia
Católica, Alfredo Vásquez Cobo, militar, y el otro el de los de los
congresistas (es decir, el de un cenáculo politiquero bogotano medio
“rebeldón”) era Guillermo Valencia, el payanejo del poema de los “dos lánguidos
camellos”, padre del que aplicaría por primera vez la doctrina de la Latin
American Security Operation (o plan Lasso) en Latinoamérica –o Doctrina de
Seguridad Nacional del Pentágono-, el dipsómano presidente Guillermo León
Valencia (1962-1966).
El Ingenio
Foto: Alejandro García Gómez

Vásquez Cobo había aspirado como
precandidato para 1926-1930, pero el Cardenal Primado y Arzobispo de Bogotá,
Bernardo Herrera Restrepo, le pidió que declinara en favor de Abadía Méndez,
asegurándole que iba en el siguiente turno. Vásquez Cobo accedió obsecuente,
pero luego el arzobispo falleció y, claro, no pudo cumplirle.  El presidente Abadía Méndez apoyó a Valencia,
por malquerencia personal contra Vásquez Cobo. El otro conservador en disputa,
el de los jesuitas, casi no contaba: José Joaquín Casas, fanático religioso.
Los liberales se presentaron con un solo candidato, Olaya Herrera que, a la
postre, ganó la presidencia
. El gobierno conservador había sido incapaz de
sortear la crisis económica del país debida al desplome de los precios externos
del café y de la apertura de los créditos externos, a causa de la Gran Depresión,
como se dijo, en la que se encontraban los grandes países. Esto sumado a la
división interna de los conservadores y a la Masacre de las Bananeras (en
Ciénaga, Magdalena), los había derrumbado del poder.

El gobierno de Olaya Herrera, aunque
supuso un cambio de las personas de la administración pública –cambio de los
porteros, como se le dice ahora- fue absolutamente tibio en propuestas, como lo
suponían los liberales y, luego de la pérdida, los mismos conservadores. Como
había sido embajador casi eterno en EE UU, todo paso lo daba con el visto bueno
del ya poderoso país del norte, claro.
El sucesor de Olaya Herrera sería
Alfonso López Pumarejo. Sus ideas de cambios reformistas progresistas en
educación, en la tenencia de la tierra y en el tratamiento a los problemas del
agro
, y en otros campos de la administración pública, le granjearían
admiración, cariño y respeto de las clases populares, pero la malquerencia de
las élites clericales y civiles quienes a la postre, mutilaron sus deseos de
modernizar a Colombia desde la óptica de un capitalismo más avanzado, dejando
los rezagos del feudalismo rampante. Hasta de comunista fue tildado López
Pumarejo, un hombre de entraña capitalista.
Sus modelos paradigmáticos fueron
dos: el primero fue el que estaba en boga en América Latina en aquellos
tiempos, el mismo que había dejado la Revolución Mexicana (iniciada en 1910) y
el otro, el de la Segunda República Española (1931). Él llamó a la suya la
Revolución en Marcha
, o “el deber del hombre de Estado de efectuar, por medios
pacíficos y constitucionales, todo lo que haría una revolución”, según su lema.
El objetivo era democratizar al país y crear un nuevo tipo de ciudadano. Para
eso se propuso como uno de sus instrumentos la transformación de la educación
–con una Ley de Educación-. Convertirla en pública, pagada por el Estado pero
con profesores laicos, sin quitarle a la Iglesia el derecho de tener sus
colegios, bajo los parámetros estatales, eso sí. Otro de sus instrumentos fue
la Ley de Tierras, de 1936, que a la postre se convirtió en otra frustración
más para la humilde masa popular trabajadora.
Siguiendo con nuestro relato, la
profesora, después de una breve pausa, retomó el hilo de la información de la
charla.
-La abuela materna del niño
Alejandro fue, Martina Gómez de la Portilla hija de Miguel Ángel Gómez de la
Portilla –continuó-. Sus abuelos paternos, don Bonifacio García y su esposa
Rosa López. Se dice que don Bonifacio llegó acá, a El Ingenio, desde el Ecuador
y, como había sido un hombre estudiado, fue profesor de los niños de aquí. De
su esposa casi no sabría decirle nada, porque conozco muy poco de ella. Que
ambos eran muy católicos. Por ambas partes, el niño desciende de familias
católicas devotas y conservadoras
, reverendo padre –y, con una venia de
respeto, miró al párroco como significándole que ya había terminado; que el
niño pertenecía a una familia de fiar en la fe y en la política.
-Este niño es el elegido, entonces
–dijo el clérigo y se despidieron.
Nuestro padre había nacido el 3 de
marzo de 1925 en la vereda El Alto de El Ingenio (hoy Alto Ingenio, Sandoná)
y
falleció el primero de julio de 1991 en Bogotá. Y las anteriores escenas, que
se desprenden de las narraciones que nuestro padre nos hacía (la elaboración
literaria es del autor de este escrito), se supone que podrían haber acontecido
hacia 1934 o 1935 o 1936. Como siempre ocurre en todas las charlas familiares,
muy poco se hablaba de fechas, a no ser que representasen un hito para ese grupo
o algo similar. Mi padre tampoco nos contaba los hechos del acontecer político
del país de su entonces. ¡Era un niño!
El Ingenio
Foto: Alejandro García Gómez

Su primer gran viaje. Dudas de su
padre
.

El “discurso” de recibimiento del
niño Alejandro conmovió tanto al obispo que, llamándolo y con la maestra
presente, le hizo algunas preguntas sobre sus conocimientos y otros temas, como
sus aspiraciones y otros asuntos. Al parecer, sus respuestas lo impresionaron
más
. Solicitó, entonces, a la profesora que pidiera a sus padres que, por
favor, vinieran donde él, pues deseaba hablar con ellos. Ella le recordó que
era huérfano de madre.
Cuando, con el debido respeto, se
presentó don Julio García, Su Excelencia le agradeció que hubiera dejado su
trabajo para esa reunión, porque sabía lo que significaba para él y su familia
un día de labor. En seguida le explicó que el motivo de que lo hubiera llamado
era que deseaba plantearle algo que era esencial para el futuro de su hijo: su
educación
. Monseñor veía que era un niño con unas cualidades sobresalientes de
inteligencia, deseo de conocimientos y otras aspiraciones, según se había
enterado por su charla con él mismo, con su profesora y con otras personas que
conocían al chico. Le explicó que en Pasto conocía familias de amigos que se
harían cargo de su educación en un centro educativo de calidad y muy católico.
Que él no tendría que hacer ninguna erogación y que seguiría conservando todos
sus derechos como padre y que lo tendría en su casa durante la época de sus
vacaciones escolares, si así lo deseaba.
Don Julio le agradeció a Monseñor
pero le explicó que él no podía dar ese permiso.
-Él tiene seis hermanos más, mis
hijos Vicente, Manuel, Luis Antonio, Enrique, Juan y Ramón, el menor. Con
Alejandro son siete. Aunque los más niños aún no pueden, el resto debe ayudarme
a trabajar para levantarse entre todos. Así nos toca, su Excelencia. Yo le
agradezco mucho, pero no puedo otorgar ese permiso, su Excelencia –concluyó don
Julio
y, luego de breves consideraciones menores, pidió permiso para retirarse,
con lo que se acabó la reunión.
Al parecer, el alto prelado debió
haber hablado con algunas personas en quienes nuestro abuelo confiaba y que,
posteriormente, influyeron en él, porque finalmente aceptó ir hasta Pasto, por
lo menos a darse cuenta de las condiciones reales que se le ofrecían al niño
allá
. Posiblemente le sugirieron que si las veía acordes con su parecer, podría
animarse a aceptar, de lo contrario declinaría la oferta y lo dejaría en su
casa. Pudo haber cavilado mucho en esas posibilidades, pero también en las
necesidades familiares que lo obligaban a no dejarlo partir. Además, pensaría
también en la mala propaganda que había adquirido el dar educación a los hijos.
Se decía que se volvían rebeldes y descreídos; que llegaban hasta a rechazar
las enseñanzas de la Iglesia Católica e inclusive a avergonzarse de sus padres.
Se rumoraba que una persona que había alcanzado el grado de doctor,
perteneciente a una de las familias prestantes de El Ingenio, al llegar a
Bogotá se había cambiado el apellido porque le avergonzaba el de su familia
y
le había parecido más encumbrado el que había escogido. Pero nuestro abuelo,
después de pensarlo mucho, y quizá bajo la influencia de esas personas de su
confianza, parece que aceptó la posibilidad del viaje solo, sin el niño, a
“mirar el terreno”.
Luego de haber tomado esta decisión,
quizá podría haberse puesto a pensar en el doble viaje –doble jornada y doble
gasto- en caso de que su respuesta fuera positiva. Decidió entonces llevar de
una vez a su hijo, con el ánimo de –si no veía las cosas a su parecer- se
devolvería con él y así le advirtió al niño, según nos contaba nuestro padre.
En esos tiempos el viaje, de un día de jornada completa –madrugando-, se lo
hacía por el camino de herradura que subía hacia las cimas del volcán Galeras,
las que luego se bordeaban para descender a la ciudad. El camino aún existe
hasta hoy. Hace parte del que unía a Sandoná con Pasto, la capital. Nuestro
padre nos contaba que entre su alegría y la incógnita que llevaba sobre lo que
sería la ciudad -a la que jamás había ido- y su destino, cargaba la firme
determinación de que, si su padre no consentía en dejarlo, se le escaparía. Que
de esa resolución estaba absolutamente seguro. No dejaría pasar esta única
oportunidad de estudiar
.
Felizmente para el niño, nuestro
abuelo Julio García sí consintió.
(Próximamente segunda entrega)

Author: Admin

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