Por: Alejandro García Gómez
Cuando en el curso primero en mi escuela Santo Tomás de Aquino de Sandoná, después de aprender a deletrear y combinar alguna nueva consonante o vocal, o memorizar otra tabla de suma o resta, nos reuníamos para la clase de Historia de don Luciano Salas, yo me preparaba expectante a escucharla. Quizá fuera el área que, entre sus gustos, más le llamaba la atención a nuestro maestro y eso era inevitable que nos lo transmitiera. Ahí fue donde escuché por primera vez la historia de los espejos de Cristóbal Colón y sus navegantes para embaucar a los indígenas con el cambio de los cachivaches que ellos traían, por sus riquezas fantásticas. En casa al preguntarle a don Alejandro, mi padre, él, con su solícita sabiduría, me ampliaba el conocimiento. Ahora percibo repetida la historia en las concesiones petroleras que las empecé a conocer clandestinamente en mis años de colegial en el ya Instituto Santo Tomás de Aquino, con la lectura clandestina del entonces nuevo “Petróleo colombiano, ganancia gringa”, de Jorge Villegas, “Petróleo, oligarquía e imperio”, del mismo autor y otros que debía leer a escondidas por el anatema sit, expulsión incluida, que cargaría quien fuera descubierto.
La semana pasada, primera de este marzo 2011, el marasmo resignado con que los colombianos recibimos cada mes el batacazo del aumento del precio de los combustibles se transformó en una inesperada ola de rechazo. Hubo congresistas de diferentes partidos que manifestaron que llevarán al Parlamento una iniciativa de ley que desmonte las perversas y vergonzosas alzas mensuales. Que además sería llamado a explicaciones el Minminas Rodado Noriega. Pero también hay un sector tan neoliberal –con personajes como Juan Manuel Ospina y Alejandro Gaviria en el programa Hora 20 de Caracol- que piensa, con el ministro, que antes hemos debiendo con esta alza por encima de los 200 pesos y que debemos estar agradecidos que no fueron 800 o 900. Que si internacionalmente “queremos ser competitivos” debemos acostumbrarnos a precios internacionales. Dos preguntas que ninguno supo o quiso contestar: ¿Y nuestros salarios están a precios internacionales? ¿Por qué nuestra gasolina y diesel son de los más caros de América y del mundo? Veamos la posible razón:
Así son nuestras concesiones: nosotros les entregamos los terrenos, preferiblemente sin asocio con Ecopetrol con el prepago por parte de ellos del 50% por los costos de producción: la exploración y explotación. Después, ya en el tiempo de la producción, la empresa nos la vende (a Ecopetrol) y retira su 50% como autopago de costos; del restante 50% se distribuyen 25% para el Estado colombiano y 25% para la empresa, es decir, para ellos un total de 75%. Por la venta de un barril de hasta U$ 27 (que era el precio entonces, pero hoy a más de U$ 120) nuestro país recibirá U$ 6,75 como pago total por impuestos y regalías del mismo petróleo que sacan del patio de nuestra propia casa. ¿Quién va a sacar esos U$ 27 para la compra del mencionado barril? Pues nosotros mismos, sale de la economía de nuestra casa, es decir de nuestros impuestos, porque el trato es que el petróleo extraído de nuestro propio patio nos lo van a vender a nosotros a precios internacionales, para acostumbrarnos a pagar a precios internacionales ya que tarde o temprano vamos tener que salir a comprarlo, era el argumento entonces (ahora es “la competitividad internacional”, según los mencionados). De esos U$ 27 que sacaríamos para comprar nuestro petróleo del patio de nuestra propia casa nos reconocen U$ 6,75 por concepto de impuestos y regalías, ¿¡ah!? Y para una mayor justicia, “cuando los precios del petróleo sobrepasen los U$ 27, el Estado recibirá un ingreso adicional correspondiente al excedente de precio”, (EL MUNDO, 28.V.04). Realismo no mágico sino macabro, perverso y vergonzoso, el de la Ley del embudo.
Nota cultural.- Concurso de Crónica, informes www.grupoculturaleltunel.com 06.III.11