Hijos de la coca

Spread the love
Endulzando las
palabras
Por Iván
Antonio Jurado Cortés
iajurado@hotmail.com
Han pasado 20
años desde que los ojos de Heriberto, un ‘manicalloso’ del corregimiento de
Llorente, municipio de Tumaco, captara los primeros movimientos extraños en su
territorio. Este campesino, clásico cultivador de palma africana, pescador en
el río Mira y ganadero por tradición, notó que a finales del siglo XX empezaron
a llegar caras nuevas, de esas que nunca había mirado por la zona
. Algunos de
mal aspecto, otros demasiado charlones; en fin, todos repotenciados en el ánimo
de adquirir tierras a cualquier precio. Lo importante era contar con suelos
apropiados que cumplieran con las condiciones para sembrar su ‘futuro’.

Obviamente en
aquel tiempo ya existían sembrados de coca, se explotaban con discreción de
manera doméstica y con labriegos propios de la región. Eran cultivos solapados
que no generaban violencia ni trascendían a niveles que pudieran afectar el
dinamismo social y político
. Fueron labores tan diplomáticas que muchos
propietarios de la época hoy gozan del título de ‘millonarios honestos’. Un
tiempo excelente dicen los veteranos que experimentaron las bondades de la  mata que 
mata.
Rematando los
noventa, la arremetida fue tan intensa que pueblos invisibles del departamento
de Nariño aparecieron en el mapa gracias a sus prominentes espacios laborales
,
hecho que en su momento activó la economía del área, invitando sutilmente a
quienes fungían como comerciantes pobres a fortalecerse. Fue así como el
corregimiento de Llorente que hasta esa fecha era una diezmada comunidad
palafítica, surge como el ave fénix, sacudiendo su parsimonia para convertirse
en incipiente cuna del traqueteo.
No se hizo
esperar la inmigración de miles de familias provenientes la mayoría de zonas
cocaleras como, Putumayo, Cauca, Caquetá, Antioquia, Boyacá y Nariño
. Despegando
el siglo XXI, florece la mata que mata, imponiendo su propio sello económico.
Llorente, comunidad que vivía de la agricultura y ganadería, inicia la
metamorfosis aceleradamente y en un par de años pasa a ser eje de producción y
comercialización de alcaloide. El comercio se volvió común, insertándose a la
cultura local como una alternativa formal para superación de la pobreza.
El tiempo
transcurre y la capital de la coca nariñense, enfila su dinamismo
socioeconómico buscando cada vez mayor protagonismo. El río Mira, fiel guía de
pescadores y aventureros, de aguas amarillentas y tranquilas alteraron su color
y mansedumbre, para corresponder a la exigencia de los primeros narcos y
agrupaciones del orden, siendo cause de incógnitos cadáveres que en vida viajaron
hasta la encantadora población costeña esperando que la suerte les sonriera
.
Fue así como una de las fuentes hídricas más importantes de Nariño se traducía
en una aliada más de los escuadrones de la muerte. El poncho ‘rayao’ y el Smith
Wesson, eran la insignia de libertad y profesión cocalera.
Cada cual
respeta su territorio y labor, de lo contrario se muere. Mensaje entendido sin
tanta explicación, que asume con responsabilidad desde el más chico hasta el
viejo tullido. Todos son absorbidos por la cultura narcotraficante. Unos
produciendo, otros grameando y los más ‘vivos’, o sea los de carriel,
transformando el polvo blanco en billete. El mercado está ensamblado y todo
mundo a vivir del usufructo
. Pasado unos años, Llorente es sinónimo de poder, dinero,
empleo y muerte. La estética de la vivienda primitiva se fue al carajo y llega
la figura de una ciudad movediza y blindada de expectativa.
El glamour
invadió las mentes y los sueños se hacen realidad; jóvenes ambiciosos la libido
sexual los alinea para dar paso a la formalización de los hijos de la coca.
Después de una década, el fenotipo interétnico es el patrón de allí en
adelante. Cuando han pasado más de 20 años, las historias amorosas hablan por
sí solas. La generación actual solo da fe de una intermitente ciudad de pasado
anónimo. Los centenares de muertos, desaparecidos y desplazados, quedan como
prólogo para la historia que se resiste cerrar un sangriento capítulo
. Los
esfuerzos gubernamentales por controlar la producción ilegal nunca han sido
suficientes, más bien débiles, forjando en los protagonistas una coraza
antigubernamental efectiva y progresista.
El apogeo ya
paso. Por temporadas Llorente se transforma en agitada mole de concreto. La
gente escabulle hasta que ‘San Juan agache el dedo’, que por lo general lo hace
cada cambio de gobierno
. Muchos legalizaron el sacrificio, otros fracasaron en
el intento, y los afortunados, disfrutan de una vida que soñaron de niños
tener. Así es la vida de la coca; las marcas son imborrables, diseñando el
sendero para mafiosos atrevidos orgullosos de su ímpetu. Hoy en día, Llorente
suspira los años de ensueño empleando el recuerdo como herramienta para
motivación de nuevas generaciones dispuestas al desafío.

Este es un espacio de opinión destinado a
columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas
pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a
este fin por el blog Informativo del Guaico y no reflejan la opinión o posición
de este medio digital.

Author: Admin

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *