La dualidad del proceso de paz

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Endulzando las palabras
Por Iván Antonio Jurado Cortés
iajurado@yahoo.com
La dualidad que vive actualmente el pueblo
colombiano a medida que avanza el proceso de paz entre las FARC y el gobierno
nacional, es cada vez más compleja. Y no es para menos, gracias a personajes
que se han dedicado desde que iniciaron los diálogos en la Habana a manifestar
intencionalmente que la tan anhelada paz no llegará nunca
; otros, que es el
único camino para consolidar una democracia participativa, incluyente y
sostenible en el tiempo.

Es una discusión que ha desgastado hasta los
más entendidos en este campo; pero ha podido más la paciencia y esperanza de
millones de colombianos que palabras desalentadoras de ‘lumbreras’ e ilusos que
impulsivamente se mueven alrededor de posturas sensacionalistas
, la mayoría
cargadas de populismo y rencor desenfrenado. 
Es el caso de algunos ‘barones’ de la política que ganan sus votos a
base de las decisiones de desprevenidos, que en nuestro país existen en
abundancia.
Cuando miramos responsabilidades y analizamos
propuestas serias alrededor del tema, se concluye que el costumbrismo se
sobrepone a la sana intención de derrotar un estructural mal que por décadas ha
limitado el desarrollo y progreso de la nación. Lo preocupante del asunto es
que la guerra pareciera inherente a la cultura nacional
, complicando aún más
cualquier procedimiento para alcanzar la paz. Nunca antes en la historia
política del país se ha invertido tantos recursos económicos y esfuerzos
sociales como los que el actual gobierno ha hecho en pro de este proceso que se
desenvuelve  en Cuba.
No sé si es una enfermedad o simple
coincidencia de tomar el tema de la paz para despotricar y contratacar a la
ciudadanía que piensa distinto a la guerra. Es el pueblo colombiano quien al
final debe determinar sobre la continuidad o liquidación de la confrontación
armada
. Tanto el congreso de la República como el ejecutivo y el sector
judicial, necesariamente deben limitarse a canalizar el clamor de los
afectados, más no a sobreponer sus puntos de vista que de por sí son sesgados,
antiéticos y en algunos casos irresponsables.
La sensibilidad humana está tan atrofiada que
peligrosamente auspiciaría una decisión contraria a la realidad popular. Y no
es para menos, con tanta presión de mercantiles guerreristas, hoy, es fácil
expresar que se acabe con este convulsionado proceso de paz, sin medir las
consecuencias, mucho menos el futuro de la patria
. La historia universal ha
demostrado que la guerra es el peor flagelo en contra del desarrollo de la
humanidad.
Pero la responsabilidad no es solamente de los
políticos o empresarios, es también de la guerrilla y el pueblo, quienes
equivocadamente se conjugan en tendencias egoístas y caprichosas, destruyendo
la esperanza de una sostenibilidad estatal. Colombia no puede caer en el
jueguito de propuestas impulsivas, nocivas desde todo punto de vista a la
necesidad popular
.
El proceso de paz adelantado en la Habana,
también es un ejercicio psicosocial que permite esclarecer la intencionalidad
del pueblo y sus gobernantes. Desde que iniciaron las conversaciones el 18 de
octubre del año 2012, se ha detectado posturas encontradas
, resaltando las
contrarias a la intención de lograr la paz, por sus argumentos vacíos, cargadas
de odio y una venganza intestinal, que indudablemente perturban los aconteceres
diarios sobre el tema.
A pesar de que la mayoría de las expresiones
concluyen que el actual proceso de paz es más demorado de lo que se pensaba, la
insistencia en continuar puede más que la desinformación alrededor de la
temática. Es la primera vez en la vida política del país, que se plantea en
estas negociaciones propuestas estructurales para una verdadera transformación
del Estado
. La complejidad de los temas justifica  la lentitud del proceso. El pueblo debe
sortear esta dualidad en beneficio del sentir cotidiano. Que no sea el interés
bélico de unos caudillos el que se imponga, y finalmente termine determinando
por el futuro nacional.
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