Desde mi ventana
Por Ramiro García
Desde el preciso instante en que su padre, don Eliseo, encargó a don Rafael Castillo orientar, educar y pulir musicalmente a Lalo, el viejo maestro colocó en su mano la trompeta que habría de convertirse en la extensión corporal durante toda su vida; que hoy, lamentablemente, se extinguió. Hace apenas unos minutos.
Desde ese lejano e idílico episodio, Lalo no hizo nada distinto que recrear la sensibilidad de quienes tuvimos el privilegio de deleitarnos con su talento. En mi caso, inequívocamente puedo asegurar que uno de mis momentos musicales más sublimes, consistían en escuchar esas finas notas salidas de su trompeta con la sordina cerca al micrófono e imaginar el espíritu de Miles Davis reencarnado en el maestro Lalo, con toda la majestuosidad, feeling y talento fundidos. Esa es la imagen que me acompañará por siempre.
Sus pupilos, dispersos en muchos lugares del continente estarán afligidos al conocer que aquel personaje bondadoso, genial y nada egoísta maestro de maestros, ya no existe. Su legado los guiará desde la incierta eternidad.
Hace algunos meses, antes de la fatídica pandemia, me había participado el perfil de un proyecto suyo que lo inquietaba: el afán porque el talento colectivo musical guaicoso perdurara y se magnificara mediante la creación de un festival colombiano de la trompeta, evento que debía realizarse allá, en su tierra natal que tanto amó. Creo que jamás desestimó esa aplazada idea.
Lalo recibió durante su vida muchos homenajes institucionales y gremiales; incluso durante su imparable y frenética producción musical reciente, constantemente pude leer en las redes sociales el reconocimiento y afecto de sus pares artísticos y de sus fans. Todo aquel que reconociera su talento, bondad y amistad, lo gratificaba con sus emotivos mensajes.
El mío, se resume en estas sinceras frases de afecto y pesar por su partida.
Mis condolencias a Diego, Carlos, Blanca y Álvaro. Y a toda la comunidad sandoneña que tanto lo quiso.
Septiembre 25 de 2020.