Madre, cariñito santo

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Mi ventana
Por Ramiro J. García
ramigar71@hotmail.com

Hace unos instantes escuché una hermosa versión instrumental del pasillo ecuatoriano “Madre, cariñito santo”, interpretada en la trompeta de nuestro insigne músico Eduardo Lalo Maya.

El tema me recuerda fragmentos de uno de tantos episodios que ocurrieron en la plaza principal de mi pueblo; entre ellos, la representación teatral nocturna de una obra dramática donde un hombre convicto tararea esa canción e invoca la presencia de su querida madre. Tras las rejas del improvisado escenario, el preso lamenta su torcido destino e implora a la madre ausente que su sola mirada aliviaría su pena. En el amplio auditorio enmarcado por la plaza, miles de litros de lágrimas se deslizan sobre las mejillas de una multitud de espectadores. Para la época, Sandoná era un poblado de unos 15.000 habitantes, de los cuales el 90% presenciaba expectante la escena. Todos en “confinamiento” alrededor del tablado. Una bufanda los aislaba de la neblina, tanto como ahora un tapabocas contiene al desalmado virus que los acecha.

Solo recuerdo dos protagonistas: la madre estaba representada por la profesora Marina Zambrano, brillante educadora y de cualidades polifacéticas al servicio de la sociedad. Como presidiario actuaba mi cordial vecino Marcial Sánchez, otro personaje de la vida pública que fungía como funcionario, locutor y otros oficios cotidianos de la época.

Puedo afirmar que la representación actoral fue apoteósica, no obstante el limitado conocimiento en artes escénicas de entonces. Supongo que la producción escénica también fue iniciativa de los mencionados actores, pioneros en el arte dramático sandoneño.

Como la puesta en escena de aquella obra se realizó la noche anterior a la celebración del día de la madre, es preciso recordar que en aquellos tiempos esa conmemoración era un acto solemne, donde los hijos expresaban el afecto, respeto y amor a su progenitora. Era el día para rendir un homenaje a la figura única del seno de toda familia. Obviamente, no podían faltar regalos y gastronomía propia. También algo de licor, pero “en sus justas proporciones” como diría un expresidente colombiano con resonancia nasal.

Con el tiempo, y hasta el año pasado, este tradicional festejo se había convertido en una fecha indeseable por la cantidad de personas fallecidas en peleas callejeras, heridos con armas de fuego o blancas, consumo desmedido de licor; en fin, un hecho contradictorio donde el registro estadístico ascendente de muertos coincidía con la fecha en que se halaga a quien engendra vida. Qué cosas de nuestra Colombia.

Ahora, en tiempos de “aislamiento social”, los festejos virtuales estarán a la orden del día, los platillos llegarán por encargo a domicilio, las lágrimas empañarán pantallas del computador o celular, y las redes estarán congestionadas de prosaicos mensajes. Con toda seguridad las cifras de riñas, heridos, muertos y accidentes vehiculares no tendrán más de dos dígitos.

Lo único que se mantendrá intacto será el amor a todas las madres; tanto como el mío a mi madre Conchita, quien ya cumplió 96 años.

El novelista francés, Honoré de Balzac, se refiere a la madre en los siguientes términos: “Jamás en la vida encontrareis ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de vuestra madre”.

Felicidades a todas las madres en su día.

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