Por Emilio Jiménez
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En la vida, mis queridos amigos, todo pasa. Pasa el éxito, pasa el creerse por una marca, pasan los años, pasa el tiempo, pasa tu coraza, pasa tu piel, pasa tu forma de poder, pasa tu elegancia, pasan tus órdenes, pasan tus proyectos. Y eso pasa, porque aumenta tu edad.
Decidirán por ti, escogerán hasta qué comes y hasta qué vestirte, sin embargo, hay algo que jamás pasará, y es el amor que construiste; ese amor a tu familia, a tus seres queridos, a quienes nunca elegiste para adorar, con quienes peleas diariamente, pero siempre están para darle sentido a tu vida…
Ese amor no puede quedarse únicamente en fechas, en días de la madre o del padre, el día del sobrino o del hijo o del amor y de la amistad. Ese afecto, así como lo has entregado a tu prioridad, será mutuo. No permitas que tu apego se destaque en un funeral por el ramo de rosas más esbelto. No toleres que ese momento doloroso te lleve a arrepentirte y a terminar en lágrimas vanas.
Si bien nuestra cultura occidental nos llevó a creer que el morir es sinónimo de tristeza, les recuerdo que hay sociedades que aplauden cuando ven a un cadáver; hay ciudadanos que se esmeran por la muerte. Pero esas poblaciones tienen un sentido de vida diferente, porque no ven al anciano como a un niño, sino que distinguen a esas personas como símbolo de sabiduría, no le dan prioridad al celular cuando comparten con los abuelitos.
La muerte no es nada más que tranquilizarse, es darle armonía y sinceridad a quienes creemos en Dios. Nunca entraré a reflexionar con los que no tienen ese pensamiento, pero estoy seguro de que en otra dimensión nos volveremos a ver. No obstante, ¡Sí hay algo facto!, es que, sin importar tu creencia, ¡Sí hay amor por tus seres queridos!, y eso nos hace a todos, personas cariñosas y pensantes.
Lo anterior no es un elogio a la muerte, es una pasión por la vida; es una reflexión a la constante frase de: “mañana la llamo”.
