
Cultivando peces, pollos, cerdos, yuca y plátano, se encuentran los pobladores del pueblo Awá en Barbacoas, Nariño. Desde hace un tiempo, ésta y varias zonas del país afectadas por el conflicto armado han decido, con resiliencia, experimentar opciones de vida para dejar atrás la desesperanza a través de los proyectos de la Agencia de Renovación del Territorio (ART) en alianza con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Con religiosa asistencia, cada quince días se reúnen hombres, mujeres y jóvenes a trabajar y concertar planes en una viva casa comunal que no tiene espacio para los malos recuerdos. Es un recinto mágico que funge como oficina administrativa en el Diviso, cargado de sueños, justicia, reforma, confianza y una sin igual energía que deja oler la visión de esta gente que poco dedica tiempo al pasado y está concentrada en el futuro. Allí, Aura López, consejera de economía y producción de la Unidad Indígena del Pueblo Awá – UNIPA y fundadora de la Asociación Granja Agrícola y Pecuaria El Maíz – Asoagrimaiz, cumple con su papel de liderar varios procesos encaminados hacia la autonomía económica, especialmente de las mujeres.
Ella, es una mujer rebosante, de múltiples capacidades, de rostro fuerte y noble, sabedora de los derechos y los deberes de las mujeres, gracias a la formación que ha adquirido en enfoques diferenciales, con un compromiso inigualable y con un dinamismo que la ha llevado a las tribunas que ocupa hoy. Tiene 39 años, y dos hijas. Vive en el Resguardo Nunalbi Alto Ulbi, a siete horas de camino del municipio. Es técnica agrícola y ambiental, ha sido Gobernadora de su resguardo, pero nunca ha dejado de ser granjera. Sin ninguna duda, esta madre de familia, de tez blanca es una lideresa innata que se ha empeñado en crecer individual y colectivamente en su afán de superación personal, sabiendo transmitir a sus compañeras toda la transformación que se está llevando a cabo.
“Lo que estamos haciendo mitiga el reclutamiento, la contaminación de la tierra y los problemas sociales y económicos. Generamos empleo y fortalecemos con el proyecto la economía local uniendo a las comunidades. También propiciamos oportunidades para los niños, niñas y adolescentes que ahora quieren ser microempresarios, socio empresariales, agroindustriales, nutricionistas”, asegura Aura López.
Como un mantra, estas mujeres de piel campesina, impregnadas de espíritu colectivo, han apropiado los conceptos de producción agropecuaria y de Derecho Humano a la Alimentación Adecuada desde su integralidad. Con la resiliencia como hábito, han dejado atrás las marcas del machismo, amenizan las dificultades diarias con su disciplina y siguen pariendo sueños, ideas, acciones, son una especie de polinizadoras de la esperanza. No se rinden, sus fibras femeninas las hacen luchar frente a las adversidades y a los retos del mercadeo de sus productos, han iluminado nuevos caminos de comercialización con la oportunidad de venderle a los mercados institucional (público) e internacionales.
Raúl Delgado, director de la ART resalta: “Las mujeres han demostrado un liderazgo admirable en la transformación de sus territorios. Estos grupos, conformados por mujeres víctimas del conflicto, están generando cambios profundos no solo en la producción agropecuaria, sino también en la organización comunitaria y en la participación activa de las mujeres en la cadena de valor. Este proceso es fundamental para la reactivación económica y la garantía de los derechos humanos en estos territorios”.
Esta es la actualidad de varias comunidades en los municipios PDET del país. Se están integrando a través de labores agroproductivas que hacen parte de los proyectos de reactivación económica del convenio de cooperación internacional “Mi Vida es el Campo” entre la ART y FAO, que les permiten soñar con la transformación de sus realidades. Es la historia de miles de familias campesinas que sagradamente cada mañana se levantan a producir alimentos, a cosecharlos y desde hace meses, a comercializarlos directamente. Hogares rurales que se han encariñado con la comida que sale de su tierra y ya no la sueltan tan fácilmente al camión de un tercero que les recogía en la puerta de su casa. Ahora se están asociando, han dejado de perder el dominio sobre los alimentos que producen, se han apropiado de la cadena agroalimentaria y asumen ellas mismas los servicios que antes prestaban los intermediarios como la clasificación, empaque y despacho hacia los comercios, permitiendo que los hogares de la ruralidad reciban un pago más justo por sus productos, frescos, sanos y de origen local.
Estas redes asociativas que se vienen consolidando en los territorios PDET se caracterizan por ser agrupaciones de carácter sostenible con principios de armonía con el ambiente que merman la presión a los ecosistemas marinos y terrestres. Con estas acciones le aportan al cumplimiento de los acuerdos de paz en términos de reconciliación, gobernanza y producción sostenible y limpia para una mejor nutrición.
UNIPA, de la cual hacen parte las mujeres viudas y víctimas del conflicto del resguardo, ha sido una de las empoderadas desde lo territorial con la confianza que han depositado en ellos la ART y FAO para la implementación del proyecto de “Fortalecimiento de la cadena piscícola para las/los productores/as de las Comunidades Étnicas del Consejo Comunitario La Nueva Esperanza y el Resguardo Indígena Awá El Gran Sábalo mediante el establecimiento de unidades productivas requeridas en el cultivo de tilapia roja en el municipio de Barbacoas, en la subregión Pacífico y Frontera Nariñense”.
Esta iniciativa está centrada en contribuir a la mejora, diversificación productiva, alimentaria y de ingresos de 77 miembros de estas comunidades, incluye el desarrollo de capacidades productivas, comerciales, socioempresariales y de gestión, así como de participación incidente, integrando los enfoques transversales: género, étnico, territorial, reparador como acciones que aportan a la garantía progresiva al Derecho Humano a la Alimentación.
UNIPA es una entidad sin ánimo de lucro que está innovando con la transformación de alimentos, conformada principalmente por población afro e indígena que no olvidan quiénes son y de dónde vienen pero que se forman para ser competitivos en el mercado. Están sembrando de manera escalonada y planificada; ubicándose cerca de la carretera Panamericana para aprovechar los circuitos próximos de comercialización; gestionando su propia marca; mejorando su electrificación; proyectando una planta de cuartos fríos para la comercialización a mayor escala en grande cumpliendo con todos los protocolos de bioseguridad y registro Invima; soñando con exportar a España, Ecuador y China merced de la preparación territorial para la internacionalización; tocando las puertas de grandes superficies como Éxito y Alkosto y, agregando valor a la tilapia roja, una especie criolla (adaptada al ambiente) apetitosa que se vende en filete, entero o ahumado y que además tiene derivados atractivos como el aceite.
“El proyecto que estamos implementando con FAO tiene un impacto que va más allá de lo económico, estamos contribuyendo a la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza, y la construcción de paz en territorios donde el conflicto ha dejado profundas cicatrices. Lo más importante es que estas comunidades, a través de su trabajo colectivo, están construyendo un futuro en el que la sostenibilidad y la justicia social son pilares fundamentales”, afirma Raúl Delgado, director de la ART.
Al convenio ART–FAO, han contribuido otras iniciativas como el programa DRET (Desarrollo Rural con Enfoque Territorial) impulsado por la UE, AICS y la FAO, aportando enfoques y experiencias que están siendo incorporadas en el proceso de actualización y estructuración de 48 proyectos de inclusión económica para las zonas PDET, que beneficiarán a cerca de 4800 familias campesinas, indígenas y afrocolombianas. También se apoya la estructuración de un macroproyecto de inversión para el litoral pacífico nariñense, con el objetivo de mejorar las condiciones laborales y modernización de las cadenas de pesca artesanal y de piangua.
Estas iniciativas de progreso desde las zonas más alejadas y afectadas por el conflicto del país, está contribuyendo al cierre de brechas, promoviendo la innovación social y la asociatividad en el campo para impactar positivamente en el acceso a los alimentos y, sobre todo, a una inclusión equitativa de las poblaciones rurales -que antes eran básicamente pescadoras, recolectoras, cazadoras y consumidoras que esperaban el carro de la comida- a sistemas agroalimentarios más exigentes, sostenibles y resilientes.
Fuente y foto: FAO Colombia