
Por Yudy Zambrano Meza
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Cada 24 de junio, San Juan de Pasto se viste de historia y memoria para conmemorar su onomástico, una fecha cargada de simbolismo y arraigo cultural. En sus orígenes, esta ciudad llevó el nombre de Villaviciosa de la Concepción, pero con el tiempo adoptó una nueva identidad bajo la advocación de San Juan Bautista, el Precursor, figura espiritual que representa el inicio, la palabra que anuncia y prepara. Más allá de la efeméride, esta celebración nos invita a pensar en lo que Pasto representa hoy: una ciudad que se reinventa sin olvidar sus raíces, una tierra que acoge y transforma.
San Juan de Pasto es más que un nombre, es un testimonio vivo de historia, de fe, de resistencia y de transformación. Es la ciudad sorpresa porque en cada esquina hay algo que sorprende: su gente, su cultura, su arquitectura, su vocación artística, su compromiso social, su lucha por la vida digna, pero, sobre todo, sorprende por su capacidad de acogida.
Porque Pasto, por excelencia, es una ciudad de puertas abiertas. Aquí llegamos desde distintos rincones de Nariño, de Colombia y del mundo; llegamos por razones diversas: a estudiar, a trabajar, a sanar, a resistir, a refugiarnos y Pasto nos abraza, nos permite arraigarnos, rehacernos, encontrarnos y ser parte de una comunidad, incluso sin haber nacido entre sus montañas.
No es casualidad que el 24 de junio también coincida con el solsticio de verano en el hemisferio norte, fecha en que los pueblos originarios celebran el Inti Raymi, la fiesta del Sol. Esa coincidencia simbólica entre lo espiritual y lo ancestral habla de un territorio en donde confluyen mundos diversos: el mundo indígena, el mundo mestizo, el mundo afrodescendiente, el mundo migrante, Pasto, entonces, es también un punto de encuentro de culturas que se entrelazan.
No todo ha sido fácil, esta ciudad también ha sentido el peso del conflicto, la pobreza, el abandono estatal, la estigmatización y, sin embargo, sigue siendo faro de esperanza, porque, no renuncia a la posibilidad de vivir en paz, de resistir con arte, con palabra, con organización comunitaria, con ese sentido tan arraigado de lo “colectivo”.
En este aniversario, es necesario pensar en cómo retribuirle a esta tierra todo lo que nos da. ¿Cómo cuidarla mejor? ¿Cómo hacerla más justa, más equitativa, más incluyente? ¿Cómo soñarla colectivamente sin excluir a nadie? La mejor manera de celebrar a San Juan de Pasto es comprometiéndonos con su transformación cotidiana.
Desde aquí, desde mi voz guaicosa, escribo este homenaje sincero, gracias, ciudad sorpresa por abrirme tus puertas, por enseñarme que la diversidad es riqueza y que la acogida también es un acto político. Que cada 24 de junio no sea solo una conmemoración, sino un recordatorio del compromiso que tenemos con esta tierra que nos dio un lugar para habitar, para soñar y para hacer esos sueños realidad.
Junio 30 de 2025