Udenar, Gardeazábal, “Cóndores…” y el P. Nobel

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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

“…Hoy, cuarenta años después, pienso que si no me hubiese idos a vivir a Pasto no habría escrito con tanta facilidad y entusiasmo una novela como Cóndores ni hubiese terminado La tara del Papa […] Mis años allá [en Pasto] resultaron ser con el paso del tiempo los años más felices e inolvidables de mi vida”, (Gardeazábal, “Cóndores…”, Grijalbo, 2011)

“…Sólo siento la inmensa gloria de haber podido vivir en Pasto los años más felices de mi existencia, y en su universidad los más fructíferos momentos de aprendizaje como maestro…”, (Gardeazábal, Universidad de Nariño, Pasto, 5.XI.2020).

Cuando este 5 de noviembre, exalumnos de la época, amigos, lectores y toda una “cuadrilla de jóvenes setenteros” asistimos vía Facebook al merecido homenaje que la Universidad de Nariño (Udenar) y en su representación su rector y las autoridades de nuestra universidad, le rindieron al escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal por los cincuenta años de su novela Cóndores no entierran todos los días, nos conmovimos… Y nos conmovimos hondo.

Sí, era honrar al escritor y a esa novela –metáfora de una parte de la historia de Colombia- escrita entre el barrio Las Cuadras y su helado cubículo de profesor en Torobajo, pero no sólo era eso. Era volver a caminar dentro de nuestro corazón las calles de la ciudad de mis estudios universitarios; la de los fríos vientos “galerunos” y de los helados amaneceres; la de las casas de altas tapias de tierra apisonada, de dos pisos con balcones de madera y angostos andenes de roca volcánica labrada (hoy casi perdida); casas que ahora van convirtiéndose en desvencijados armatostes que se tumbarán y se transformarán en parqueaderos que se convertirán en horribles estructuras cúbicas de cemento, hormigueros de cuadrículas de ventanas y cubículos, para dar paso a la posmoderna ambición y desgreño de la nueva y de la ancestral aristocracia pastusa “reproducida”, siempre tan lejana a su gran pueblo. Era honrar al controvertido amigo al que el tiempo y su coherencia y su honradez y su obsesiva búsqueda de la información y su inteligencia deductiva lo han encaramado en el montículo desde donde con su cansado pero valiente dedo señala la causa de la fetidez hipócrita de los sepulcros blanqueados de nuestra dirigencia nacional, tal como hace cincuenta años –a su edad de 26- estudió y señaló a los autores de la asesina Violencia en “Cóndores…”; Violencia ordenada desde los cenáculos bogotanos, comandados por los que hoy fungen convertidos en prohombres de la “Patria liberal-conservadora”, que impunes nos miran desde sus pedestales o desde las indiferentes páginas de los libros escolares de nuestra historia. Era no sólo recordar las clases de “Trapito” en Torobajo, en salones que se atiborraban de estudiantes, la mayoría asistentes porque les daba la gana, porque sentían la necesidad de asistir, de escuchar sus herejías, así la mayoría de ellos no estuvieran inscritos en esa clase; era recordar que había que llegar a “coger puesto”, aunque fuera en el suelo. Era intentar volver a escucharlo ahora, así hoy muchas veces no estemos de acuerdo con sus tesis y sus hipótesis; era imperioso escucharlo… tan siquiera para no estar de acuerdo. Sí era recordarlo a él, pero era quizá más que recordarlo a él; era introyectarnos en esa parte de nuestra vida que, aunque más difusa cada día, siendo nuestra… hasta ahora.

Entre las intervenciones protocolarias, hubo una con sorpresa incorporada (que de seguro ni el mismo homenajeado la esperaría): el profe y periodista y exalumno de Udenar Pablo Emilio Obando soltó una primicia: que hay unos académicos colombianos de la lengua que están en la tarea de lanzar su candidatura para el Premio Nobel de Literatura. Entre éstos mencionó el nombre del abogado y escritor nariñense Vicente Pérez Silva.

Yo estoy seguro de que nuestro escritor reúne todos los requisitos para ser un candidato al nobel. No me queda duda, porque allá llega lo mejor del mundo entero; pero también allá también se juegan muchos criterios de toda índole (y no sólo estrictamente literarios), aunque obviamente, debe haber una calidad literaria manifiesta, clara en quien sea declarado ganador, así cada año se genere el consabido debate -y hasta agria polémica-, que se ha convertido en parte misma del paisaje del premio; unos años con más virulencia y otros con menos, pero siempre se espera la discusión sobre el ganador del Premio Nobel de Literatura, que últimamente también se la disputan con el de la Paz.

Por todas estas causas creo que por ahora estaría un poco lejana la posibilidad de esa adjudicación a nuestro escritor. Y por estas mismas razones pienso que sería mucho más factible que nuestros académicos presentaran al escritor Gardeazábal para una candidatura al Premio Cervantes o al Princesa de Asturias, con la seguridad plena de que allí las posibilidades serían mayores, tanto para la adjudicación del premio como para el mayor conocimiento y reconocimiento en el mundo de la obra del mismo escritor.

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