¿Y usted sabe qué es Patrimonio Panga?

Alejandro García Gómez, columnista
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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

 “Dios los cría y ellos se juntan” (sabiduría popular).

Por esos inescrutables caminos del azar para unos, para otros del destino, o del azar y destino arrastrados por “el verde viento” de Arturo -mágico y enigmático-, allá para la década de 1990 se encontraron tres hombres en un poblado parapetado en una montaña andina nariñense; alrededor de ellos comenzaron a llegar algunos allegados o amigos más. Los tres hombres eran: dos profes del colegio local, San Juan Bautista, Libardo Zamudio (de Funes, Nar.) y Alfonso Medina (de El Tambo, Nar). Y hablemos del tercero:

En pleno año de finales del gobierno de Virgilio Barco (quien para la época ya no timoneaba, sino que lo hacía Germán Montoya, quien lo dirigía tan subrepticiamente que todos lo sabíamos, debido al alzhaimer presidencial, tan conocido como ocultado) llega un abogado al mismo pueblo; protegía en la billetera su nombramiento como nuevo notario único municipal e iba a posesionarse ante el alcalde. Venteño, la misma patria chica del gran Arturo. Entre el delirio de la pérdida de su padre y la fogosidad de la juventud que al mismo tiempo le sembró el terror de un vientre hinchado, también adolescente, en su pueblo, La Unión, se había encaramado a un bus, de esos que pasan por la única calle de su pueblo por donde transitan buses, aventura similar para él a la de lanzarse a una guerra para sobrevivir y, en lo posible, estudiar en la insensible y helada Bogotá. Entre aventuras y hambrunas (“madre, mande dinero. Estamos aguantando filo”, eran sus telegramas), logró terminar su estudio secundario y luego graduarse de abogado. Y, con su diploma en la mano, se posesionó el 28 de junio de 1990 en Sotomayor, cabecera del municipio de Los Andes (Nariño). De esa vida en la indolente Bogotá, quedan: otra simiente de hijos, unas memorias escritas y otros manuscritos. Algunas características lo acompañarían siempre: a la par con su enardecido mecenazgo, cargaría siempre su avidez por el conocimiento cultural y su vehemencia de querer tumbar todo molino de viento que se le atravesara; Sotomayor estaba hecha para él: llena de molinos y de gigantes -reales- (los grupos armados y su violencia).

Al notario Martínez y a los profes Zamudio y Medina se les unió, posteriormente, el dinámico, creativo y bondadoso joven profe Álvaro Botina, estrenando su diploma de universitario; todos amarrados por una misma cuerda: la maníaca avidez del conocimiento. En las tardes o en las noches, las conversas de sus “café tras café”, fueron girando alrededor de ese suelo, de esa región que los arropaba. Fueron empapándose de algunos conocimientos y tradiciones. Hubo quienes comenzaron a hablarles de Los Abades, un desconocido pueblo prehispánico asentado en esa vasta región. En duras caminatas (y arriesgadas y hasta peligrosas por aquellos tiempos), la gente comenzó a mostrarles sitios que estaban llenos de sus vestigios: agricultores, orfebres y también comerciantes de algunos de sus productos, de los que quedaban petroglifos, utensilios cotidianos y más elementos que empezaron a recolectar con alguna empírica o primitiva técnica. Al grupo, se fueron uniendo otros; y también se salían algunos más, como es siempre. En el municipio de Pasto, la poeta Lydia Inés Muñoz Cordero, presidenta de la Academia Nariñense de Historia, había logrado que se impusiera la “Cátedra Nariño”. Aprovechando esa coyuntura, los “andenses” (gentilicio para los de Sotomayor, pues Los Andes es su municipio), se propusieron implantar la “Cátedra Panga”, con los respectivos permisos, papeleos y obligaciones. Lo lograron; algunos alcaldes y rectores de municipios vecinos se sumaron, con un entusiasmo un tanto sí y un tanto no, como lo que conocemos en general de los políticos. Especial mención merece la rectora del Colegio San Juan Bautista, de Sotomayor, Sonia Apráez (qepde), víctima del covid. El grupo se llamó, desde entonces, Ágora Panga.

Pasado algún tiempo se fueron haciendo a las enseñanzas que les generó alguno que otro antropólogo, conseguido con las generosidades de parte y parte. La idea inicial era hacer una(s) cartilla(s) de estudio para los escolares, desde su primerísima infancia hasta el final de la secundaria, capacitando a los maestros. Se dieron cuenta de que primero debían dominar ellos mismos un tema que era novísimo (y aún lo es para muchos de nosotros) y, de ahí sí, elaborar textos para la enseñanza. De todas maneras, han ido aprendiendo sobre la marcha y -lo más importante- integrando colegiales andenses, de diferentes escolaridades, a los estudios. Han desarrollado y publicado tres revistas (una por año). La revista se llama “Patrimonio Panga”: la primera en 2022, luego en 2023 y, la última en 2024. Yo que tengo una experiencia en este tipo de revistas “auto insostenibles” (como de manera brillante señaló un panelista en Medellín), sé lo difícil de la tarea de hacerla, difundirla y recuperar la inversión para el siguiente número. Patrimonio Panga se consiguen en la librería Shirakaba del Parque Nariño, de Pasto. Por tiempo y espacio dejo aquí, aunque los nuevos Pangas, ya trabajan en la número cuatro.

Eso es Patrimonio Panga, una revista antropológica y literaria, hecha desde las entrañas del corazón y cerebro de unos nariñenses, centralizada en Sotomayor y unida por los amarres de nuestra génesis. Sus padres se llaman Grupo Ágora Panga.

Apostilla: A propósito de revistas literarias y de temas afines (hojas volantes, p. ej.), ¿cuántas se han producido y han circulado en Pasto y Nariño. No hablo de las universitarias, de las que también se debe hacer otra investigación, recopilación y centralización de consulta, sino de las que nacen “espontáneamente” de personas o grupos inquietos por estos temas y aportes. Sería un trabajo importante que lo podrían liderar algunas instituciones y gentes interesadas en estos asuntos (aun universidades). Podría fijarse un límite de tiempo, p. ej: desde tal a tal año (p. ej: 1950 o 1960 hacia acá). Por accesibilidad y otras características, podrían centralizarse esas búsquedas y hallazgos en el Banco de la República, sede Pasto. O el mismo banco podría liderarla. Medellín, 21 de mayo de 2025.


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