A mí me vale más un dicho de mi abuelo que un aforismo de Sócrates

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Por Juliana Echeverry
Tomado de paraquetenerunblog.wordpress.com
Hace un poco más de un año emprendí una
búsqueda bastante grata de discursos en torno al tema de la representación de
la clase. Uno de mis primeros entrevistados fue Mario Rodríguez Saavedra, un
poeta, compositor, intérprete y maestro en etnoliteratura sandoneño
.
Actualmente es docente de la Universidad de Nariño y director de la agrupación
musical, Los Ajices.

Mario Rodríguez es un hombre que, desde el
primer momento, causa una hermosa impresión en quienes se le acercan. Tiene la
voluntad de quien piensa que el conocimiento está en la tierra misma
, y no
tiene problema alguno en compartir su experiencia y sus reflexiones con nadie.
Además es un hombre un poco críptico, como buen poeta, y con una enorme
capacidad de mistificar los símbolos, por coloquiales que parezcan. Ésa fue la
principal razón de nuestro encuentro.
Nos reunimos una tarde en el café La Catedral,
asumiendo voluntariamente la agonía de no poder fumar un solo cigarrillo
durante varias horas. Le expliqué que estaba interesada en saber qué pensaba
una persona como él sobre el concepto de cultura popular. Lo primero que hizo
fue exponer que dicha categoría había sido cooptada por la academia y
mercantilizada por los medios
. Así lo plantea:
Partimos de que la cultura popular, como tal,
se concibe así básicamente desde los teóricos. Es desde una posición teórica
que se aborda el término de cultura popular. Yo veo un problema en la
exotización de la cultura popular, o de ciertas clases -la clase media y baja
básicamente-, en el sentido de tomarlas, por ejemplo en el caso de la T.V.,
para obtener rating no más, pero no porque se reconozca que la cultura popular
tenga una esencia y un saber
. Esto no solo sucede con los medios, sino también
con la academia. La academia también ha caído en esos prejuicios, de tomar a lo
popular como algo bonito, exótico, que se puede tomar como un objeto de
estudio, pero no se le da la posición en el saber que la cultura popular tiene.
En una entrevista que había realizado a Omar
Rincón, unos meses antes, habíamos tocado el tema de lo popular en la
televisión y, para él, lo que se había generado era una imagen kitch de lo
popular. Con Rincón hablamos específicamente de Betty, la fea, que sería mi
tema de tesis, y al mirar tropos planteados en esta telenovela, tales como la
familia Pinzón o Nicolás Mora, detectamos que había una especie de saturación
en dicha representación, un exceso en términos de arte, de color, de diálogos;
como una especie de barroco contemporáneo
. Para continuar con este tema, le
pregunté a Mario qué pensaba al respecto.
Yo creo que esas representaciones lo que
logran es invisibilizar a la cultura popular porque ponen en escena una clase,
con ciertas costumbres, pero a partir de una visión ridícula
. En Colombia hay
términos como ordinario o términos como “guiso”, por ejemplo. Esa palabra
especialmente es interesante porque, quienes lo utilizan peyorativamente para
referirse a lo popular, no saben que están “escupiendo al aire”; porque el
guiso tiene sazón y la cultura popular tiene, entre otras cosas, lo que no
tiene la alta cultura
. La alta cultura, la mayoría de las veces es sosa, es
simple, antiséptica, y yo creo que eso le quita vida. Ahí es donde veo yo un
primer problema: utilizar y exotizar ese tipo de figuras para obtener rating.
Entonces, todo el mundo lo hace, pero empieza a tomar distancia porque la T.V.
los ridiculiza. Entonces, la gente eventualmente llega a tener una percepción
de que lo que hace es ordinario, y que no está bien visto. Creo que ahí
entramos en un problema ético de pérdida de principios, de cómo se desenvuelve
uno en la vida tranquilamente
. Acá en Nariño la sopa y lo que le llamamos “el
seco” nos lo comemos con la cuchara y ésa es nuestra costumbre, o por lo menos
los de los pueblos. Y creo que no hay nada malo en eso. Es nuestro glamur, si
se le puede llamar así.
La razón por la que he querido traer esta
entrevista a un espacio menos privado que el de mi computador, es porque pienso
que en las reflexiones de Rodríguez hay una carga ética muy fuerte. No son solo
disertaciones filosóficas sobre la gente, sino expresiones de una posición
política y ética de respeto hacia las costumbres y hacia la revalorización de
éstas. Esto es importante porque, en un momento histórico en el que el
desarrollo parece el imperativo más legítimo, en ciudades como Pasto, siguen
habiendo posturas muy críticas hacia tal paradigma y eso a veces se confunde
con una suerte de anacronismo
.
En una reflexión que hace Martín Barbero sobre
lo popular, retoma a Hoggard para esbozar una especie de categorización de la
“cultura” popular y le da las siguientes características:
1 Una fuerte valoración del círculo familiar,
2 Una gran permeabilidad a las relaciones de grupo, especialmente a las de
vecindario, 3 Un moralismo que mixtura el gusto de lo concreto con un cierto
cinismo ostentatorio, 4. Una religiosidad elemental, 5 Un saber vivir al día, 6
Conformismo basado en la desconfianza hacia los cambios, 7 Cierto grado de
fatalismo que se apoya en la larga experiencia de su destino socioeconomic, 8.
Una tendencia a replegarse, a encerrarse en el pequeño círculo cuando las cosas
salen mal
(Martín-Barbero, 1991:87).
Personalmente, creo que lo más fuerte de la
definición de Barbero es que se parece mucho a la manera en que el colombiano
promedio percibe lo popular y se parece mucho también a la manera en que
algunos medios lo representan. Sin embargo, lo que diferenciaría la postura de
Rodríguez, de ésta, que es obviamente teórica, es que este último sí encuentra
las razones de algunas de estas características
. Para exponerlo, traeré al caso
una anécdota que me contó Mario en la entrevista:
En el onomástico de Pasto hubo una actividad
teatral en toda la carrera 27. Allí varios grupos de teatro se unieron para
representar la pérdida de la memoria, a nombre de las decisiones apresuradas
del discurso del progreso. Allí yo hacía un papel que básicamente era un poeta
que llegaba a la casa destruida y para eso escribí un poema extenso que se
llama “liturgia de zapato”, que es como una especie de réquiem por la casa destruida
y por la calle averiada
. Era un retrato de lo que nos quitaron, todas esas
imágenes que nos quita el progreso en nombre de esa concepción absurda de que
lo viejo es viejo y ya, y que por ejemplo no tiene memoria.
Las madres –continúa Rodríguez- por lo menos
acá en Nariño, y creería yo que en otras partes de Colombia, tienen una
concepción muy bella de la memoria. Mi mamá, por ejemplo, sin ser doctora en
literatura, me enseñó cómo poetizar, sin quererlo, creo
. Cuando uno le dice a
la mamá que bote una tasa vieja, la madre se resiste. Básicamente se resiste,
porque no es una tasa vieja, sino algo que habla, algo que deposita memoria.
El texto Prosas ambulantes o cómo ser un
turista metafísico en San Juan de Pasto, le canta a las imágenes de la ciudad
que realmente son importantes, al menos para mí como ciudadano. Allí lo que
hago es describir poéticamente lugares como el bar de la Chava o como Bomboná
que, sigo pensando, son más importantes que la Academia Nariñense de Historia
.
Ahí se llevaba a cabo la vida. En esos lugares.
Siempre he defendido lo popular no porque
tenga que defenderlo, porque lo popular se defiende por sí mismo. Sino porque
vengo de una región que afortunadamente no se ha olvidado del saber que tiene,
de sus ancestros, de lo que habla la tierra, a pesar de los embates de la misma
academia
.
A mí me vale más un dicho de mi abuelo que un
aforismo de Sócrates
. Es más importante. Sin desconocer que Sócrates haya sido
Sócrates. ¿A qué me refiero con la esencia? A que lo popular no necesita
elaboración teórica, no necesita legitimarse para ser. Lo popular no le rinde
cuentas a nadie
. Y creo que eso está más de la vida que lo otro. Porque el
universo se expresa silenciosamente. Y ése es uno de los errores en los que ha
caído la academia: en tratar de explicar lo popular.
Debo admitir que, para no hacer esta
publicación demasiado extensa, mucho de lo que me dijo Mario Rodríguez no está
en el presente texto. Sin embargo, antes de terminar, me gustaría enunciar algo
de lo que este autor menciona sobre San Juan de pasto y sobre la frontera entre
la tradición y el desarrollo
:
San Juan de Pasto está también en esa
frontera; en términos arquitectónicos, culturales. Sí hay una defensa de lo
tradicional, en la medida en que eso represente algo importante para la vida.
Porque tampoco se puede caer en la defensa ciega de lo tradicional. No todas
las tradiciones son buenas. Hay que partir de que una cosa es la nostalgia y
otra cosa es ir a visitar al pasado. La nostalgia es una evocación primaria.
Defender lo tradicional es necesario solo en la medida en que eso tradicional
represente algo para la vida
. No todas las tradiciones son buenas.
Yo soy como soy. Yo soy del siglo XX y el XXI
que está empezando, me pongo tenis y me pongo gafas oscuras. Y me conmuevo
escuchando a Tom Waits, the doors. Pero también me conmuevo escuchando al trío
fronterizo. Es decir, no necesito disfrazarme, porque ése es otro prejuicio del
oficio de la representación. Yo hago mi música como la siento
.
Recomiendo de manera personal su libro, Prosas
ambulantes o cómo ser un turista metafísico en San Juan de Pasto
. Un hermoso
texto en el que, como Mario lo dice, trata tropos en los que para él se sitúa
la cultura, lugares de Pasto que conocemos, que hemos recorrido y visitado y
que, como lo afirmé en un principio, este autor sabe describir con el
misticismo ético propio de su particular estética. Dejo a continuación un video
que hice aludiendo uno de sus poemas: A los ciegos.

Author: Admin

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