Columna Desde Nod por Alejandro García Gómez

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Suicidios en Sandoná y Nariño. Segunda parte
pakahuay@gmail.com
Al igual que en otras regiones nariñenses, el
tejido familiar en Sandoná ha estado sustentado en las creencias religiosas

(antes sólo católicas, hoy de otras corrientes cristianas cada vez más grandes)
y en la sumisión absoluta de la mujer, en su condición de esposa o madre o
hermana o hija o amante, hacia el varón, en su condición de esposo o padre o
hermano o amante o, aun, de hijo.

Toda actitud humana trascendente es generada
siempre por alguna o algunas causas, visibles o aparentemente invisibles; si algunas
actitudes degradantes llegan a sostenerse y reproducirse con el concurso de la
propia voluntad, es porque posiblemente de ellas se derivan –consciente o
inconscientemente- beneficios secundarios que, muchas veces no son fáciles de
captar ni tampoco de desechar. Sin negar la violencia como una de sus causas,
si la sumisión de la mujer –machismo- se ha reproducido de la manera como lo ha
hecho hasta nuestros días, posiblemente es porque también ella ha obtenido
beneficio secundario de tal estado. La mujer, en su misma postración, quizá
como una forma de sobrevivir a la misma, de sobrellevarla, aprendió a
obtenerlo; hoy aún lo disfruta y le cuesta deshacerse de él. Hasta hace poco,
entre el fogón y la cocina estaba el trono desde donde ella gobernaba o cogobernaba.
Por espacio no podemos explayarnos aquí.

Es innegable que muchos cambios se han
presentado desde entonces hasta hoy en la estructura familiar sandoneña
en
particular (hablo del casco urbano, que lo conozco mejor), y nariñense en
general. Las causas pueden ser múltiples y entre ellas –quizá las principales-
están: la preparación intelectual y el trabajo remunerado de la mujer, que
permite un mayor desahogo económico del hogar, pero que también desequilibra la
fuente del poder, que antes sólo se concentraba en el varón proveedor, sin
discusión. Esta nueva situación de la mujer causa, a su vez, dos hechos que van
a influir en el destino del hogar: el uno es el reconocimiento de sí misma, de
su propio valor –principio de independencia-, el otro el abandono temporal, por
parte de ella, del hogar, durante la jornada de trabajo, esto sin contar con su
fatiga en la jornada postlaboral, porque aún hoy, el varón no considera suyas
las labores hogareñas, a causa de su cómoda posición machista que haría ver vergonzosa
otra actitud, reforzada por su familia de origen. Por razones obligadas de
tiempo, de fatiga y de dinero, el consumo de los habituales alimentos diarios
dejó de ser el momento de íntima reunión familiar en muchos hogares, y se ha
trasladado al pago de una mensualidad en los restaurantes o casas-restaurante
de la localidad, donde la cohesión de la familia desaparece. No se puede hablar
de los trapos sucios de la casa, ni comen todos a la misma hora. Comer unidos
permite enfrentar y resolver los conflictos entre sus integrantes
. Hoy varias
familias son sólo estaciones de paso de paso, ni siquiera “hotel mama”.

La familia así como es el summum del bienestar
también lo es del conflicto
. Y así como el bienestar se genera por el
equilibrio del poder o, muchas veces, por la sumisión de algún(os) individuos
hacia otro(s), el conflicto se genera por la disputa que produce la sed de
posesión del mismo entre los “fuertes”. Por obvias razones, los llamados a
disputar su máxima fuente son los esposos, como pareja, como padres, como
decisores. Ante el conflicto, cuando en vez de enfrentarlo, uno de los padres
manipula el poder contra el otro, los hijos observan que se lo puede
quebrantar. A la larga, esta forma de violencia en forma de manipulación se
convierte en un bumerang y el golpe va primero contra el “objeto” al que se lo
lanzó, uno de los padres, pero se devuelve contra el otro y luego, y de manera
definitiva, contra ambos. Es en este momento cuando los padres se quejan ante
los profesores de sus hijos o ante sus confesores o confidentes, “se nos fueron
de las manos, ¿¡qué hacemos!?”. 
02.VII.12

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