Ed. privada vs pública: de nuevo el bla bla

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Columna DESDE NOD
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
A quienes tuvimos el privilegio de asistir a
la educación pública antes de mediados de la década del 70’, nos tocó observar
la degradación de ésta a medida del avance del tiempo desde entonces
. Algunos
levantamos nuestra voz ante el desconcierto, pero la mayoría la observamos con
ojo indiferente “como quien oye llover”, propio del “sálvese quien pueda” y el
“coma callado”, que nos viene caracterizando como sociedad. “Otra vez los
maestros”, es problema de ellos, (y de “Fejode”) decían los grandes medios.

Graduarse en un colegio público antes, era un honor. Tanto que había quedado
instituida la fiesta del graduando (a) como un homenaje que la misma orgullosa familia
se hacía así misma y la compartía con sus familiares y amigos. Egresar del
Liceo de la Universidad de Nariño o del Colegio Ciudad de Pasto o del Colegio
Nacional Sucre (Ipiales) o del Colegio Nacional San Luis Gonzaga (Túquerres) o
del Liceo de de la Universidad de Antioquia o del Marco Fidel Suárez (Medellín)
o del Camilo Torres (Bogotá), y otros que no menciono por espacio, era un honor
que costaba y había que celebrar. Hasta la clase media alta y los adinerados
preferían los colegios públicos, por la formación académica y personal. Gabo
recordaba a algunos de sus profesores, definitivos en su formación, en los
liceos donde estudió
. A partir de la fecha señalada, estudiar en los colegios
públicos, poco a poco, fue dejando de ser lo que era. Y no por aquello de que
“todo tiempo pasado fue mejor”, sino por causas político-económicas. Veamos.

¿Por qué soy tan preciso en la fecha? Porque
fue un gobierno liberal, de manera siniestra y sigilosa, quien comenzó el
desmonte de los logros que otros gobiernos liberales, y de tendencia masona,
habían conseguido para la educación pública a través de luchas políticas y
militares en ese primer siglo y medio de nuestra vida republicana contra
fuerzas retrógradas (mayor ampliación del tema en “Los pecados de la Iglesia en
Colombia”, de Álvaro Ponce Muriel). Así de subrepticias y sibilinas han sido y
son siempre las actuaciones de nuestros mandatarios cuando se trata de un daño
a sabiendas. Ese gobierno inauguraba el primero después del interregno de
corrupción que fue el Frente Nacional en que las masacres y la violencia
salvaje legitimadas, se quedaron sin verdad ni justicia ni menos reparación
.
Las ciudades comenzaban, de manera acelerada, el desbordado crecimiento actual.
Había que acallar ante el mundo el clamoroso descontento a gritos de esa masa
humana que había sido sacada de sus campos y veredas. ¿Cómo silenciarla?
Educando a los hijos de los descamisados. ¿De qué manera si no había con qué?
Con la doble y triple jornada en la educación pública. ¿Cómo se iba a lograrlo?
No reajustando el poder adquisitivo de los sueldos del magisterio, devaluados
por causa de la depreciación anual, en 1976. Ya en el 75’ lo había hecho con el
salario mínimo. ¿Por qué se lo aguantaron los maestros? Por varias causas, que
darían para un ensayo más extenso. Una, muy bien manipulada fue: desde entonces
los maestros podrían trabajar dobles y hasta triples jornadas, con dobles y
triples sueldos.
Cuando entre 1974 y 1976, el presidente López
Michelsen pretendió bajar la inflación, no reajustando los salarios y sueldos
de las clases más pauperizadas de trabajadores y empleados, comenzó a
prevalecer la educación privada de los colegios de las clases altas
.
Paralelamente con éstos fueron apareciendo, en las esquinas de las ciudades,
los colegios de garaje, también privados, que hoy pululan, pero que ni el
gobierno a través de la mineducación Parodi ni los grandes medios de la prensa
hablan de sus resultados.
Otro día hablaremos más en extenso de la
señora ministra de educación. A primera vista, y por los efectos mediáticos que
han provocado sus actuaciones, pareciera que está administrando y gobernando
más para las tribunas nacionales e internacionales, que para quienes la
necesitan
. Mientras, démosle tiempo. 11.XII.14
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