Por Gustavo Montenegro Cardona
montenegro.gus@gmail.com
Con el periodismo tuve la misma relación que con la poesía: a los dos oficios los he considerado un asunto de nivel superior a la hora de ejercer la comunicación y la escritura. En los comienzos de mi formación profesional aprendí a mirar el periodismo con respeto, desde una cierta distancia, creo que incluso con algo de temor, con un cierto tufo de miedo que con el tiempo me hizo desistir de tomar esa vía a la hora de decidir por el énfasis profesional.
Sin embargo, la práctica profesional me acercó con insistencia a la reportería y al constante ejercicio del oficio. Todo iba bien hasta que llegó la primera amenaza cuando apenas era un aprendiz. Algunos sectores se molestaron por escuchar un programa radial en el que un grupo de jóvenes promovíamos temas asociados con los Derechos Humanos e informábamos, con documentos, fuentes, datos y respaldo testimonial, sobre las responsabilidades de grupos de extrema derecha en la ejecución de asesinatos, desplazamientos y ultrajes contra líderes sociales, campesinos y promotores de los derechos ciudadanos y comunitarios.
“Ustedes son muy pollitos para dar la vida por estas causas”, nos dijo el equipo directivo de la organización para la que realizábamos la producción sonora. Retiramos el programa y en el alma nos quedó un vacío. A la fuerza nos veíamos obligados a poner los pies sobre la tierra. La realidad nos mostraba, sin tapujos, las condiciones con las que teníamos que enfrentarnos si queríamos ejercer el periodismo en Colombia.
Al documentar contenidos relacionados con los impactos de las petroleras sobre el entorno ambiental e insistiendo en descubrir las historias detrás de las noticias que en los años noventa llenaron periódicos, revistas y noticieros de sangre y solo sangre, conocí el dolor del reportero cuando se entera de la muerte de un testigo de excepción, justo cuando nos mataron a Jesús María Valle, fuente y protagonista de uno de esos relatos que queríamos narrar para que el país supiera sobre el trajinar de los defensores de Derechos Humanos.
Mientras el periodismo quería ir para un lado, la realidad iba por otro rumbo totalmente diferente. A la par, también se develaba la realidad de un oficio que no había logrado zafarse de las garras de la cultura impuesta por el narcotráfico y sus maneras de establecer un orden normalizado por las prácticas de quienes comenzaron a usar los medios para acomodar la verdad, para camuflar sus mentiras, para deslegitimar la institucionalidad, para trazar el campo de la guerra en el que también se combate con las palabras.
El tiempo pasó y el panorama se ha ido tornando cada vez más complejo. Para el año 2021, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) alertó sobre el creciente número de amenazas que sufrieron y siguen recibiendo los periodistas. “La mayoría de las agresiones a la prensa durante el 2021 fueron perpetradas por miembros de la fuerza pública durante las jornadas de protestas sociales. En otros momentos la presión vino por parte del acoso judicial, las amenazas y las restricciones de acceso a la información impuestas sin razón por funcionarios e instituciones estatales” argumenta la nota informativa publicada el 7 de febrero de 2022 por la organización gremial.
Por su parte, Reporteros Sin Fronteras, en su informe de 2021 ya había advertido sobre la manera en que se vienen limitando las condiciones de la libertad de prensa en Colombia. El mismo reporte indica que “la impunidad en los crímenes en contra de los periodistas ha aumentado y alimenta el círculo vicioso de violencia en la región latinoamericana. Destaca, además, que en México, Honduras y Colombia les costó la propia vida en 2020 a 13 periodistas que, en su mayoría, habían investigado sobre la corrupción y el crimen organizado”.
Ejercer un periodismo equilibrado, sensible socialmente, cercano a la ciudadanía y a los principios de la verdad, convirtió a los profesionales de la comunicación en objetivo militar, en sujeto de amenazas y homicidios despiadados. Ante tal realidad, hay que decirlo, muchos profesionales optaron por tomar otros caminos, por establecer relaciones menos riesgosas, por investigar menos, por hacerse amigos del establecimiento, por no meterse en problemas. A la par, el periodismo ha visto disminuido el status profesional que en otras épocas lo revistió de un aura especial, sofisticada, casi mística. De acuerdo con el diario El Confidencial de España, para 2021 el 56% de egresados de periodismo están arrepentidos de haber estudiado la carrera. El desprestigio, labrado por quienes han hecho del periodismo una mala práctica que perpetúa el poder de los poderosos, es otro de los lastres con el que se debe cargar en estos tiempos de incertidumbre comunicativa.
En ese contexto, urge el llamado al respeto por el ejercicio periodístico, a la asociatividad gremial, a una formación acorde con los tiempos y contextos y a la inminente protección que el Estado debe brindar, sin distinción, a los periodistas comprometidos con la labor encomendada, como la ejercieron aquellos y aquellas que en los buenos tiempos se encargaron de hacer del periodismo un oficio tan respetado, noble y sublime como la poesía misma.
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