Por Hernando Llano Ángel*
Tomado de www.viva.org.co
Sin duda, este tiempo aciago de pandemia, también nos está enseñando que una forma de trascender es volver al origen, retornar a lo esencial, al cuidado de nuestros bienes vitales y comunes. Reconocernos como seres del universo y no el centro del universo.
Transición parece ser una palabra mágica, dotada de clarividencia para comprender estos días que corren en forma vertiginosa y fúnebre. Una especie de palabra sortilegio que, supuestamente, nos revelará un cambio positivo de era, donde superaremos las angustias y problemas que actualmente nos agobian. Quizá por ello toda la humanidad está a la espera de la vacuna contra el sars-cov2, para volver a la “normalidad”. En medio de la ansiedad personal por la claustrofobia de las cuarentenas interminables y la crisis económica mundial, la transición que hoy más se añora es volver al pasado. La obsesión es volver a vivir como antes y recobrar rápidamente las tasas de crecimiento económico. Pero ya va siendo hora de reconocer que no tendremos futuro si persistimos en vivir como ayer. Tenemos que rechazar la transición como regreso a esta normalidad mortal e inicua y asumirla, por el contrario, como una oportunidad para trascender nuestro estilo de vida actual. Liberarnos progresivamente de la era antropocéntrica con su consumismo depredador y mercadocéntrico para adentrarnos en una era cosmocéntrica y ecologista, donde la sostenibilidad de la vida y la dignidad humana predominen sobre la ganancia y la codicia.
La vida se subasta en el mercado
Las patéticas escenas de hordas de consumidores, el pasado 19 de junio, que no dudaron en poner en juego sus vidas por ahorrarse el IVA y empeñar sus ingresos con las tasas agiotistas que cobra el sector financiero, es la más deplorable demostración de la pérdida del sentido de humanidad. Así como la decisión gubernamental de facilitar de tajo la movilidad ciudadana, levantando la restricción de las cédulas para las compras electrónicas, demuestra que su sentido de la libertad y la salud humana no van más allá de las ganancias del mercado y la codicia de la banca. Y, lo más grave, es que tal es la tendencia mundial, con ciertos matices y limitaciones. En las civilizadas y avanzadas naciones septentrionales del “primer mundo”, ya vemos sus playas atestadas de turistas, disfrutando quizá el último verano de sus vidas. Estados Unidos de Norteamérica, con su orgullo de ser la primera economía mundial, también exhibe en esta pandemia el mayor número de contagiados y de víctimas mortales en el planeta. Trump convirtió la pandemia en un pandemónium. Igual Brasil, la economía más grande de América Latina, emula con sus cifras al cementerio del norte. No por casualidad sus presidentes, el exitoso hombre de negocios Donald Trump y el autoritario capitán Jair Bolsonaro, idolatran el mercado y sus ganancias. Para ellos no hay dilema alguno entre salud y economía, pues la vida se subasta en el mercado. Como tampoco existe dilema entre el poder y la vida, para gobernantes como Daniel Ortega y Nicolás Maduro, a quienes poco importa la salud y la libertad de sus pueblos, con tal de afianzarse en sus cargos.
No más cuentos chinos
En fin, todo parece indicar que, desde la China, Estados Unidos, la Unión Europea y demás economías de consumidores insaciables, piensan que bastará con la invención de la vacuna para que la vida vuelva a ser normal y recobremos de nuevo nuestro control del planeta. En tal caso, nuestra mayor irresponsabilidad sería consentir que la vida de todos y el planeta continúen en manos de depredadores incansables y de emprendedores de hecatombes. Nada sería más equivocado que continuar viviendo en la ilusión de ser los amos de la creación.
Parafraseando con ironía a Friedrich Von Hayek, hoy la fatal arrogancia es la idolatría del mercado y su parafernalia de promoción más eficaz: la informática, la telemática y la inteligencia artificial. Pensar que nuestros más graves problemas existenciales serán resueltos por la nanotecnología, la bioseguridad de una vacuna, la telemática y la robótica, renunciando a nuestra responsabilidad personal y colectiva, es simplemente claudicar de nuestra condición humana. Pero, sobre todo, esa normalidad recobrada será más letal si renunciamos a nuestra condición de ciudadanos y ciudadanas y seguimos delegando nuestras vidas en ciertos gobernantes que no pasan de ser testaferros del mercado, la banca y la criminalidad.
La humana y trascendental política
Porque si algo nos ha demostrado la pandemia es que como humanidad solo podremos salvarnos cuando recobremos de nuevo el valor de lo público y, especialmente, que la salud pública no es un botín para el lucro privado y menos para la corrupción e incompetencia de ambiciosos y “ejemplares” funcionarios. En pocas palabras, que, si no somos capaces de resignificar la política como la dimensión más vital y trascendental en estos momentos para la humanidad, continuaremos en manos de mercaderes disfrazados de estadistas que confunden los valores y los derechos con los precios y los subsidios. En manos de farsantes que han degradado el foro político en el lodazal del mercado. Para recobrar esta dimensión terrenal e inmanente, pero sobre todo vital y trascendente de la política, debemos asumirnos primero como ciudadanos del mundo antes que como consumidores del mundo. Aprender de culturas milenarias, como nuestros pueblos originarios, que hoy son aniquilados y diezmados por la voracidad de ganaderos, agroempresarios legales e ilegales y consorcios mineros, auspiciados por presidentes y burocracias que han sellado una alianza mortal en nombre del desarrollo, la globalización y la “democracia”. Que deforestan nuestros bosques, los fumigan con glifosato y los desertizan en nombre de la “guerra contra las drogas”, convirtiendo la planta sagrada de Mama Coca en una “mata que mata”. Cuando lo que la ha convertido en una pesadilla interminable, generadora de crímenes inimaginables, no ha sido nada distinto que la estrategia prohibicionista, que eleva a precios siderales la cocaína, como sucedía en el pasado con la “maldita” marihuana, ahora trasmutada en bendita planta medicinal, gracias precisamente a la alquimia política de su legalización y el emprendimiento de la industria farmacéutica. Algo similar puede suceder con la coca, una planta con mayores y más portentosos atributos medicinales, alimenticios y bioquímicos que la marihuana. Pero una mezcla mortal de ambición y dominación política, intervención militar norteamericana, ignorancia, gobernantes sumisos y oportunistas, maniqueísmo y prejuicios morales, permite que la ambición desmesurada de unos pocos narcoempresarios y de un sistema económico narcoadicto continúe devastando la naturaleza y aniquilando a sus más leales protectores, campesinos y líderes sociales. Porque aquí también la transición del ecocidio y del “genocidio” de indígenas y campesinos hacia la protección de los ecosistemas y sus inclaudicables defensores, pasa precisamente por trascender la criminal “guerra contra las drogas” mediante la transformación y la utilización de la coca en sus múltiples usos medicinales y alimenticios, como milenariamente la han aplicado y valorado los pueblos originarios. Sin duda, este tiempo aciago de pandemia, también nos está enseñando que una forma de trascender es volver al origen, retornar a lo esencial, al cuidado de nuestros bienes vitales y comunes. Reconocernos como seres del universo y no el centro del universo. Releer Laudato SI en lugar de correr desaforadamente a los centros comerciales los próximos días sin IVA, si en verdad queremos conservarnos vivos y trascender esa deplorable condición de consumidores y depredadores del planeta.
* Profesor Departamento de Ciencia Jurídica y Política Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Javeriana – Cali
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