Eso de ser profe

Yudy Zambrano Meza, abogada
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Por Yudy Zambrano Meza
Facebook: yudy.z.meza

El tiempo pasa. O mejor, ese paso inexorable del tiempo no se detiene ni un segundo: sigue su rumbo, día a día, hora a hora, minuto a minuto. Con el tiempo pasan los años, y con los años se va la vida. En esas extrañas vueltas de la vida y del tiempo, terminé siendo profe.

Muy contrario a lo que muchos podrían pensar, nunca fui buena estudiante, ni en la escuela, ni en el colegio, mucho menos en la universidad. Me gradué como abogada de la honorable y siempre bien amada Facultad de Derecho de la Universidad de Nariño. Antes de tener el título, ya trabajaba, siempre fui de botas, de terreno, de lo comunitario. No pude con el litigio, ni con la “ropa formal”, aunque hice mi judicatura en la Fiscalía e intenté, en algún momento, dedicarme al Derecho Penal, Disciplinario y Administrativo, pero pronto comprendí que mi lugar no estaba en los escritorios, sino en el diálogo con la gente, en la escucha activa, en los caminos empolvados de la justicia social.

Me dediqué a trabajar con la gente y en los territorios. Nunca dejé de leer, y no solo libros, también leí la realidad, los gestos, los rostros, los silencios. Comencé a hablar de Derechos Humanos con las comunidades, entonces volví a estudiar, y esta vez la academia, me encontró; así llegó la especialización, la maestría, y espero el doctorado.

Hace quince años entendí que la mejor forma de aprender es compartiendo el conocimiento, aún no sé muy bien cuál es el efecto, pero ese conocimiento siempre regresa multiplicado, enriquecido, vivo. También comprendí que la educación transforma, no únicamente la vida de las personas en su individualidad, sino que transforma a las comunidades, educar es sembrar posibilidades, es abrir horizontes, es construir mundos. Entonces surgió la docencia, sí, la docencia universitaria.

Recuerdo mi primera clase, los primeros viajes: Pasto, Ricaurte, Policarpa. Atravesar la cordillera, llegar al pie de monte costero, encontrarme con estudiantes llenos de preguntas, de sueños, de desafíos. La alegría del encuentro fue, y sigue siendo, una constante. El abrazo fraterno, la mirada cómplice, las historias compartidas. Enseñar en esos espacios no solo me ha dado experiencia: me ha dado sentido, identidad, pertenencia.

Esta semana, el 15 de mayo, se conmemora el día del Profesor, así que feliz día a mis colegas, a quienes ejercen esta labor con amor, vocación, paciencia y resistencia, a quienes enseñan con el ejemplo, a quienes acompañan cada paso, a quienes siguen creyendo que educar también es un acto de esperanza, pero, sobre todo, feliz día a mis estudiantes, de tantos sitios, de tantos lugares, con sus historias, acentos, heridas y sueños, porque han sido ustedes quienes me han enseñado, quienes me han formado, quienes me han permitido ser lo que nunca me imaginé llegar a ser, pero que hoy es lo que me hace feliz: ser profe, ser su profe. Se les quiere y mucho.


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