Por Lucero Martínez Kasab
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Nuestro colegio siendo laico daba clases de religión, Colombia, por esa época, era un país católico sin mayores contradicciones de credo. Nos quedaba cerca, así éramos libres de irnos y venirnos caminando sin esa tiranía del bus. La profesora daba sus clases de una manera amplia, sin misticismo, lo hacía enseñándonos a vivir a través de la ética del amor hacia los demás. Usábamos un librito con unas ilustraciones que me llamaban mucho la atención, de todas las imágenes y de todas las clases me quedó en el recuerdo El rico epulón y el pobre Lázaro –epulón, es una persona glotona-. Fue la conjunción de esa imagen del rico a sus anchas con el pordiosero en la calle y la historia de un ser humano gozando y el otro sufriendo, lo que hizo que no la olvidara jamás. Nuestra profesora nunca mencionó que esa historia hacía parte de la Biblia, lo vine a saber mucho tiempo después. A tan corta edad entendimos la injusticia de que unos fueran ricos y otros pobres, aunque no sabíamos las razones. Años después supimos que era porque, el rico incurría en dos grandes pecados: la explotación de sus semejantes y la acumulación de la riqueza y que la riqueza es directamente proporcional a la cantidad de personas explotadas; entre más trabajadores, más riqueza porque, el rico a cada uno le va dejando de pagar un tiempo trabajado, lo que representa dinero para el bolsillo del contratante.
La parábola dice así había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. La parábola cuenta que el pobre Lázaro se fue al Cielo y el rico al Infierno desde donde le suplicaba a Lázaro que le calmara la sed. Es un relato ético estremecedor. Años después conocí otra historia, la de un rey que siempre nombro, Hammurabi, en Babilonia, en la Mesopotamia de hace cuatro mil años, quien trató de gobernar con justicia. Tiene castigos terribles como los azotes o el corte de una oreja ante los delitos, pero en general, tuvo un código de justicia que trataba de favorecer al desvalido, la manera como está escrito es de una gran belleza literaria y deja entrever el alma noble de ese rey:
Con el arma poderosa que me habían prestado el divino Zababa y la divina Ishtar, con la agudeza que me destinó el divino Ea, con la fuerza que me donó el divino Marduk, aniquilé a los enemigos arriba y abajo, extinguí la resistencia, y volví placentera la vida del País. Asenté a la gente aglomerada en regadíos, y no dejé pasar a nadie que los pudiera inquietar. Los Grandes Dioses me llamaron: yo soy el único Pastor Salvífico, de recto cayado, mi buena sombra se extiende por mi capital, llevé en mi regazo a la gente de Súmer y Acad, han prosperado por la Virtud mía, los he conducido en paz, los he resguardado con mi perspicacia. Para que el fuerte no oprima al débil, para garantizar los derechos del huérfano y la viuda, en Babilonia (…), para dictar las sentencias del País, para garantizar los derechos del oprimido, he inscrito mis eximias palabras en la estela mía, y la he alzado delante de mi estatua de rey de la Equidad.
Es indudable la histórica tradición ética de la humanidad y sus leyes para proteger a los débiles de fuerza, de familia, o de riqueza frente a los poderosos, de manera que cuando aparece Jesús, sobre quien se fundaría el cristianismo, trae consigo esa tradición compasiva. Él, logrará llevarla al punto más brillante y su sacrificio a manos del Imperio Romano sería el inicio del camino de una institucionalidad contra el indefenso. Fue un desprecio hacia el Otro pobre que no pudieron contener después los más grandes místicos como San Agustín o Santo Tomás ni el adorable San Francisco de Asís. El deseo de hacer crecer las posesiones, de acumular, esa excesiva atención hacia sí mismo que no admite lo diferente se ha venido posesionando de la humanidad desde hace dos mil años, teniendo en el genocidio que hoy comete Israel respaldado por Estados Unidos contra Palestina, su más abyecta expresión. Es originaria la igualdad entre los seres humanos, no la desigualdad; es originaria la repartición pareja de los bienes, no la acumulación por unos cuantos; es originaria la política de los mandatarios de garantizar el derecho de los oprimidos, no los privilegios de una élite. Pero, esa élite se fue haciendo, pavorosamente, más fuerte por el uso de las armas que asesinan y por otra arma, la religión, invirtiendo el orden natural de las cosas.
El cristianismo inicial, el puro, el que difundía las virtudes de Jesús como la misericordia, la comprensión de los actos censurables, la vocación de servicio hacia los demás que se convirtió durante siglos en criterio íntimo y público hasta formar una mentalidad con la que el pueblo y las instituciones asumían la vida diaria tratando de ser justos con el pobre, fue modificado desde la religión misma por el protestantismo con la teología de la prosperidad que está inundando a Latinoamérica, donde los pastores de esas congregaciones se vuelven millonarios de la noche a la mañana. La que invertirá la lógica del pecado de la avaricia, sembrando la suspicacia: algo tiene ese pobre que no consigue riqueza, algo tiene ese pobre que Dios se olvidó de él…, algo bueno tengo yo que he podido conseguir abundancia. Así, la gente se mete de cabeza a conseguir dinero sin escrúpulos. Los delincuentes de todas las clases como los narcotraficantes y los sicarios se apropiarán del derecho a hacer sus negocios macabros porque, Dios y la Virgen bendicen a los que son prósperos; axioma teológico que tendrá su cúspide en el sionismo porque, dicen hay un pueblo elegido para una tierra elegida, con la Biblia en la mano llevan casi ochenta años tratando de borrar a Palestina.
De manera que hoy la riqueza es bendición de Dios y la pobreza el signo de algo turbio, tanto, que ya es usual apartarse de los amigos o familiares pobres porque, padecen de una enfermedad contagiosa. Fui testigo de una conversación donde dos amigos de infancia se encuentran un día, conversando, uno le dice al otro que no le ha ido muy bien en los amores ni con el dinero; el otro amigo, con una vida placentera le dice que siempre le ora a Dios, que está atento a los mensajes que Él le envía, acto seguido le pregunta a su atribulado compañero de infancia, ¿y cómo es tu relación con Dios? Ante la suspicacia velada detrás de la nada inocente pregunta, el cuestionado por poco ahorca a su amigo.
Colombia es el país más desigual del mundo según el coeficiente de Gini –indicador desarrollado por el estadístico italiano Corrado Gini- que mide la desigualdad de ingresos dentro de una sociedad. Quiere decir, de manera simple, que un gran porcentaje de colombianos vive en una gran pobreza y un pequeño porcentaje vive en una gran riqueza. Hay una inequidad en Colombia desde todas las estructuras del Estado y de la sociedad misma que traza un muro inmenso que los pobres no pueden remontar para acceder a buenos salarios; de ahí la indignación de que un congresista gane casi cincuenta millones de pesos al mes y un pobre campesino en el Cauca no llegue al salario mínimo con sus cultivos.
Cuando leo que la oposición y los escépticos dicen que el presidente Petro es poco lo que está haciendo, quisiera mostrarles la revolución silenciosa que este hombre está causando dentro de la mentalidad colombiana: la práctica de la ética del gobierno para los oprimidos soñada por Alfonso López Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán, abriéndoles a los pobres el futuro desde las economías populares, con la entrega de tierras, con la creación de cooperativas, con abrazos y besos sinceros que eso es también valoración que repercute en la imagen de sí mismo de cualquier persona. Está tratando de darnos más tiempo para el descanso. Les dice a los pobres que sean felices en este mundo, que no interpreten la pobreza como un designio de Dios, sino como la injusticia de los gobernantes y, a los ricos, que cuiden sus almas y que no interpreten la riqueza como una bendición de Dios, sino como la explotación de los más débiles. El presidente está bajando el índice de pobreza, lo dice el DANE, un enorme logro en la senda de dejar de ser el rico epulón y el pobre Lázaro a nivel de nación.