La rebelión de los jóvenes

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Por Juan Carlos Flórez
Tomado de www.semana.com

La ciudad estaba iracunda con la corrupción en sus empresas públicas. Ladrones de cuello blanco las saqueaban a su antojo, pues las habían recibido como botín por su apoyo al presidente durante su campaña. En diciembre llegaron rumores de una espantosa masacre cometida por el ejército contra trabajadores en Ciénaga. El embajador de Estados Unidos cablegrafió a Washington que los asesinados podían ser 1.000. Un joven parlamentario opositor recorrió la zona de la masacre para indagar si era cierta la versión del gobierno de que todo era producto de la infiltración comunista. El 8 de junio los estudiantes cruzaron la plaza de Bolívar rumbo al palacio presidencial para protestar contra la corrupción de la rosca nefanda cercana al presidente y contra la masacre en Ciénaga. A las 10:30 p. m. las tropas de Palacio dispararon indiscriminadamente hiriendo a dos estudiantes, Gonzalo Bravo Páez y Federico Scheller. Horas después el nariñense Bravo Páez fallecía. Todos estos hechos ocurrieron en 1928 y 1929. La masacre fue la de las bananeras, el parlamentario se apellidaba Gaitán y el presidente era Abadía, quien desbordado por la masiva rebelión de Bogotá tuvo que destituir al director de la Policía, a los ministros de Obras y de Guerra y al gobernador de Cundinamarca. Abadía fue el sepulturero de un atrabilioso régimen que mangoneó el país por 40 años.

Veinticinco años después, el 8 de junio de 1954, para conmemorar la muerte de Bravo, los estudiantes realizaron una peregrinación a su tumba en el Cementerio Central. Cuando regresaron por la 26 a la Ciudad Universitaria la policía irrumpió en esta y tras altercados con los estudiantes les disparó, causando la muerte de Uriel Gutiérrez, estudiante de medicina y filosofía, quien no había participado en la marcha. Al otro día, los estudiantes de todas las universidades bogotanas marcharon hacia el centro por la carrera 7a.

En un balcón de la 7a con 13 tomaba fotos de la marcha Julio Flórez Ángel, quien tenía una cámara Rolleicord fabricada por Franke & Heidecke. Eran las once pasadas cuando retrató el instante en que un pelotón de soldados disparó contra los estudiantes, foto que publicó El Espectador al otro día. En total murieron 12 personas y 50 resultaron heridas. Estaba en el gobierno el dictador Rojas Pinilla y ese día se rompió su luna de miel con la clase media. El infame ministro de gobierno Lucio Pabón dijo que la protesta estaba infiltrada por los comunistas y los laureanistas. A estos últimos les pagaba con su misma moneda, pues en 1948 Laureano acusó al comunismo ruso del asesinato de Gaitán y del Bogotazo. Pura ciencia ficción de pacotilla.

Una y otra vez los gobiernos insisten, ante el descontento de los jóvenes o el descontento popular, que todo es producto de tenebrosos infiltrados. Pero ¿acaso no ha estado el sistema infiltrado hasta los tuétanos de corrupción, narcotráfico, paramilitarismo, criminales de cuello blanco que lavan activos? Ante esta rebelión de los jóvenes, es un peligro inmenso comprar la elemental interpretación del gobierno que todo lo reduce a terroristas infiltrados. ¿Entonces un infiltrado firmó la carta de renuncia de Carrasquilla y otro infiltrado firmó por Duque la aceptación de la misma? Pues si detrás de todo esto están terroristas urbanos, ¿por qué Duque tuvo que retirar la reforma tributaria y pedirles cacao a los cacaos? La comprensión simplista de un problema contribuye a empeorarlo.

Dos encuestas llevadas a cabo en Chile y Perú nos ayudan a entender las raíces del problema. Ante la pregunta: “Pensando en el desarrollo económico en Chile/Perú actual, ¿Usted se siente ganador o perdedor?”. En Chile, los “ganadores” cayeron del 43,2 % en 2015 al 29,7 % en 2020 y los “perdedores” aumentaron del 42,7 % al 48,3 %. En Perú, los “ganadores” son un 32 % y los “perdedores”, un 55 %. (¿Cómo colapsan los establishments? C. Meléndez, mayo 5 de 2021). Si hiciéramos la misma pregunta en Colombia encontraríamos que la mayoría se siente hoy perdedora, pues las oportunidades son escasas y para muy pocos. Los jóvenes abanderan ese descontento ante un régimen que no les ofrece ni una educación que abra oportunidades, ni trabajo, ni el respeto de sus derechos. Solo en Bogotá, donde hay más de dos millones de jóvenes, pasamos, según el Dane, de 450.000 jóvenes que no podían ni estudiar ni trabajar (ninis) en abril de 2019 a 650.000 ninis en abril de 2020. Y según un sondeo realizado a jóvenes de la capital por Global Opportunity Youth Network, el 38 % perdió el empleo por la peste, según la Fundación Corona. Y esto se repite por toda Colombia.

¿Sabremos escuchar el grito desesperado de ayuda que lanzan nuestros jóvenes? ¿Seremos capaces de romper prejuicios y privilegios y ofrecerles un futuro?

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