Madrid, mi amigo y San Isidro Labrador

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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

Esa tarde de jueves traía un encanto especial para mí: uno, estaba conociendo el centro de Madrid, pues otras veces sólo había pasado por su inmenso aeropuerto Barajas; ahora me encontraba, para empezar, en La Latina, un barrio céntrico y medio bohemio; y dos, el momento se particularizaba aún más porque iba a conocer personalmente a mi amigo, así como lo leen, yo iba conocer a un amigo de hacía muchos años con quien veníamos relacionándonos por internet alrededor de temas literarios, pues él es escritor y periodista y otro de mis deleites son también los libros y la escritura. La cita se cumplió en el restaurante bar El Búho, en La Latina. Nos dimos el abrazo y -alrededor de una tortilla de patata y una cerveza- conversamos largamente; María Angélica, mi hija mayor, escuchaba atenta todas nuestras anteriores diabluras, las de los ahora setentones. Mi hija me había hecho un mapa-agenda para esa primera tarde así como para toda nuestra permanencia, pero habíamos acordado que no habría apuros, que si nos engolosinábamos en algo y nos quedábamos más de la cuenta, el cuento sería que no tendríamos que dar cuentas a nadie. Y como la primavera había entrado hacía casi un mes, las tardes empezarían a prolongarse.

Con el escritor y periodista nariñense Arturo Prado Lima (foto María Angélica García Insuasty, MAGI)

Luego de navegar entre recodos de ventisca, amaine y carcajadas sobre esa represa de palabras y charla de años, salimos a nuestro primer recorrido en el centro histórico de la ciudad y, después de visitar el palacio del rey muy cercano a la Catedral de La Almudena, el viento primaveral nos llevó por calles pintorescas e iglesias. Una de ellas, la de San Isidro, patrono de la ciudad. Con el santo, recordé mi infancia en Sandoná, cuando debía atravesarlo para llegar a mis labores escolares de la mañana, volver a casa al mediodía para el almuerzo, regresar a las clases de la jornada de la tarde y, terminada la jornada, regresar a casa a realizar las tareas y estudiar, a participar en algunas de las labores domésticas que nos dejaban nuestros padres a mis hermanas y a mí, luego a cenar y a dormir. Medidos en su moto por mi amiga LM, cada tramo entre nuestra casa y la escuela es de aproximadamente 700 metros para un total diario de casi 3 km, en donde -por la situación geohidrológica de Sandoná- la lluvia era (y es) continua y tupida, casi siempre.  Con el primer amago de llovizna coreábamos “San Isidro Labrador/ quita el agua y pone el sol/ San Isidro Labrador…”, estribillo que nuestros campesinos lo cantan, pero al revés, a su santo patrono, en tiempos secos. A veces parecía que nos escuchaba y el coro de agradecimiento se volvía gritos de júbilo. En otras, el chapuzón era irremediable; el chubasco ocurría más en las tardes, en la vuelta al hogar finalizadas las labores del día de clases. También el coro de nuestros reproches y reclamos a san Isidro era a los gritos. Si el aguacero nos agarraba por las deshabitadas calles del hospital, la mojada era imperdonable. Claro que una vez pasado el susto del inicio del señor aguacero sandoneño, siempre le encontrábamos encanto a jugar bajo la lluvia con mis amigos, muchas veces con barquitos de papel que salían desde los astilleros de nuestros cuadernos escolares (¿Dónde están ellos hoy? ¿Dónde, yo? La lluvia no ha parado de arrastrarnos…). Nuestros padres estarían imposibilitados para el regaño, porque la mojada había sido inevitable.

Junto a una de las puertas de la Catedral de La Almudena (foto MAGI)

Todas estas consideraciones de mi infancia y de mi adolescencia en el pueblo que me vio crecer y enamorarme y sentir los primeros golpes del desamor, se me vinieron a la cabeza al entrar por primera vez a la iglesia del santo patrono de Madrid, a quien el Papa Francisco le dedicó el “Año Santo Jubilar de San Isidro” desde el 15 de mayo de 2022 hasta el 15 de mayo de este 2023. Ya Juan XXIII, el 16 de diciembre de 1960, desde Roma, había expedido la bula “Agri culturam”, en la que proclamaba a San Isidro Labrador como Patrono de los agricultores y campesinos españoles (y, por extensión, de los de Sandoná también). Un fraile franciscano del siglo XIII, Juan Diácono, redactó un códice en 1270, en el que se relatan la vida y milagros del “Bienaventurado Isidro [aún no había sido declarado santo] gloriosísimo confesor de Jesucristo Nuestro Señor”. Es un manuscrito en latín medieval de 28 folios de 30 cm de alto por 20 de ancho, del que en su iglesia se conserva el facsímil de una hoja y el total reposa en La Almudena. El tipo de letra corresponde al reinado de Alfonso X, es decir, letra gótica, según el aviso adjunto. Está decorado por bellas miniaturas en las letras iniciales, coloreadas, de las palabras con las que comienza la narración de cada milagro.

De izquierda a derecha, el actor, teatrero y escritor Carlos Bernal, Arturo Prado Lima y Alejandro García Gómez (foto MAGI)

San Isidro nace en 1082 en Madrid y fallece el 30 de noviembre de 1172. Algunos biógrafos afirman que su nombre completo era Isidro de Merlo y Quintana. Su esposa se llamó María de la Cabeza y su hijo Illán, ambos han sido declarados santos también. San Isidro fue elevado a esta categoría el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV y pienso que eso de vivir apegado a las costumbres católicas fue muy meritorio por su parte y la de todos los mozárabes españoles. Los españoles denominados “mozárabes” (San Isidro y su familia lo fueron) eran los católicos españoles que vivían bajo el dominio del gobierno de los árabes, lo que a pesar de la amplitud de criterio de ellos en la península, sería incómodo ser un católico practicante en un contexto musulmán (recordemos que éstos sólo fueron expulsados de España el 2 de enero 1492 por los llamados Reyes Católicos). Algunos cronistas, que relatan una parte de su vida, hacen suponer una mezcla de santidad islámica y cristiana en él, tipos de vida usuales para personas devotas de esa época.


En esta iglesia se encuentran varias imágenes del santo, unas en talla y otras en pintura. Todas tienen más o menos las mismas formas y diseños de las que hemos estado acostumbrados a ver, incluso algunas son iguales a las conocidas; todas menos una que fue el que a mí me llamó más la atención. Se trata de un busto que se señala que ha sido levantado con las ayudas actuales de la ciencia, por la Escuela de Medicina Legal y Forense de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, “ha sido modelado con las medidas del cráneo obtenidas del estudio Anatómico Forense realizado con motivo de la apertura y exposición del Sagrado Cuerpo incorrupto del Santo en mayo de 2023. Es imposible determinar las facciones exactas, el color del pelo, piel, ojos, etc. Así como las partes blandas de la cara, pero se incorporan como aproximación artística, para darle un aspecto más real”, dice en el aviso adjunto. El cuerpo del santo se asegura que permanece incorrupto en su inmenso catafalco de madera adornado a la usanza de entonces. El sepulcro muestra las señales del paso de los más de mil años que tiene, y también es exhibido allí en este año jubilar en su homenaje, con un guía que hace las explicaciones respectivas. Aclaro que se exhibe el gran catafalco, pero cerrado, no abierto, con su cuerpo expuesto al público, del cual sólo se muestra una fotografía.


Me despedí del santo y de esa parte de mi vida; continuamos detrás del viento de Madrid, entre sus calles, nosotros, hacia nuestra visita al Museo de la Reina Sofía y mi amigo, a una cita que tenía con el actor y teatrero colombiano Carlos Bernal, a quien conocí esa tarde, a la entrada del museo. Pero la bonhomía de Carlos tiene que ser motivo de otra crónica. París, de mayo de 2023.

Fachada de la Iglesia de San Isidro, con los pendones que enuncian el año jubilar. Foto: AGG

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