Nariño, un polvorín anunciado

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Por Pablo Emilio Obando Acosta
peobando@gmail.com

Parece un chiste, pero no lo es. Mientras el departamento de Nariño se enciende como un polvorín, desde el mar hasta el Galeras, el gobernador del departamento publica en las redes una serie de fotografías promoviendo el uso y comercialización de la pólvora en las festividades navideñas. Por supuesto que una campaña de esta naturaleza es loable, pero se constituye en un verdadero desacierto en momentos en que Nariño se encuentra sitiado y bloqueado por todos sus flancos.

Los reportes oficiales nos informan que se encuentran cerradas todas las vías de acceso hacia y desde el departamento de Nariño:

¡CIERRE DE VÍAS, INFORME OFICIAL!

*CIERRE TOTAL PUENTE INTERNACIONAL DE RUMICHACA.

*CIERRE TOTAL VÍA PASTO – CALI, SECTOR DAZA.

*CIERRE TOTAL VÍA PASTO – TUMACO, SECTOR MALLAMA.

*CIERRE TOTAL VÍA PASTO – IPIALES, SECTORES BAVARIA, CORREGIMIENTO DE CATAMBUCO Y SECTOR ACOPIO, MUNICIPIO DE IPIALES.

*CIERRE TOTAL VÍA PASTO – EL ENCANO.


La precaria economía de los nariñenses sufre, una vez más, una estocada mortal. Se restringe la comercialización de combustibles, se pierden toneladas de alimentos perecederos, se bloquean y cierran vías y se anuncia un cese total de actividades.

Mientras tanto, el gobernador se dedica a promover una campaña contra el uso de la pólvora, como queriendo minimizar la protesta de la Asociación de Camioneros de Nariño, que toma visos preocupantes y seriamente alarmantes.

Todo indica que Nariño le quedó grande a un gobernador que no se atreve a hablar por sus reales intereses, que únicamente asiente tímidamente ante la presencia del presidente de los colombianos o de alguno de sus ministros.

Este paro y toma de las vías y el cierre total de nuestra economía se anunció por parte de los transportadores en espera de un pronunciamiento de nuestras autoridades o la convocatoria por su parte de unos diálogos tendientes a alcanzar algunos acuerdos que mitiguen en algo su precaria condición laboral en materia de seguridad, deterioro de sus vehículos por el pésimo estado de las carreteras departamentales, la existencia de peajes en puntos próximos y el detestable anuncio de la apertura de uno nuevo donde no siquiera existe una carretera.

No fueron atendidos. Se ignoró su anuncio y se dejó crecer una problemática que a estas horas del juego ya requiere la presencia de funcionarios con poder de decisión. Al gobernador le quedó grande Nariño, se le resbala entre las manos, se le escurre en medio de fanfarronadas y permanentes escándalos de sus funcionarios. Vive en permanentes viajes al exterior, ignorando la triste y deplorable realidad de nuestro departamento.

Ante la presencia del presidente de la república, de sus ministros o altos funcionarios, se limita a gesticular inexplicables muecas de aprobación al desgreño y abandono administrativo que padecemos los nariñenses. Aparece siempre tarde y con aires de héroe que nos hace creer y pensar que alucina ante unas tímidas vociferaciones que más parecen chapucerias del tonto del pueblo.

Que hable en los escenarios que le corresponde, que defienda los intereses del departamento de Nariño, que clame y eleve su voz oportunamente y que convoque a su pueblo a la defensa de su dignidad y decoro.

Los transportadores tienen la razón, los asiste la postración de un pueblo y el ultraje al que se lo ha sometido por parte del Gobierno central. Su protesta es la expresión del abandono y el sucio proceder de unos gobernantes que olvidaron su compromiso con una región ultrajada y permanentemente violentada.

Nos acechan vientos fríos, gélidos, hirientes y ofensivos. El único camino ante tanta desidia gubernamental fue las vías, de hecho, la toma y bloqueo de un departamento que se cansó de gemir e implorar. Ya nada tenemos que perder, únicamente nos resta tocar fondo en espera de que merced a las leyes físicas y sociales comencemos en un acto de desesperanza a buscar una decorosa salida.

Mientras Nariño se prende como un polvorín, por esas ironías de la vida, su gobernador se embelesa en una campaña contra el uso de la pólvora. Un nuevo Ricaurte que inmola a su pueblo para coronar sus sienes ante los poderes centrales con las ramas de laurel que serán testigo de su negligencia, incapacidad y vergonzoso oportunismo.

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