Columna Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Se atribuye al escritor ecuatoriano Juan
Montalvo –autoexiliado en Ipiales, huyendo de la tiranía del dictador García
Moreno- el mote de “La ciudad de las nubes verdes”, con la que se conoce en el
sur de Colombia a aquella ciudad. Mi amigo Julio César Chamorro -cuando tenemos
la suerte de encontrarnos- orgulloso me asegura que él las ha visto “allá”, y
cada vez me señala un nuevo horizonte. Yo le creo porque él es poeta (“… En
este bosque/ ya nadie canta”.) y observa verdades verdaderas en diferentes confines
donde otros sólo ven nubes grises o negras.
Montalvo –autoexiliado en Ipiales, huyendo de la tiranía del dictador García
Moreno- el mote de “La ciudad de las nubes verdes”, con la que se conoce en el
sur de Colombia a aquella ciudad. Mi amigo Julio César Chamorro -cuando tenemos
la suerte de encontrarnos- orgulloso me asegura que él las ha visto “allá”, y
cada vez me señala un nuevo horizonte. Yo le creo porque él es poeta (“… En
este bosque/ ya nadie canta”.) y observa verdades verdaderas en diferentes confines
donde otros sólo ven nubes grises o negras.
“Cuando te vayas/ Quedará tu nombre vacío/
Colgado del armario/ Que llenaré cada que abra la puerta/ Y busque de reojo/ La
nostalgia que alumbra todo olvido”, dicen algunos versos de Arturo Prado Lima
(Chambú, 1960), de quien habíamos reseñado acá su novela “La guerra sigue
llorando afuera”, otro seleccionado en la antología, cuya Dirección General
corrió a cargo de Pedro Pablo Rodríguez (sin más referencias) y la Dirección
Editorial la hizo Julio César Goyes (Ipiales, 1960) “Usted también tenía duende
don Antonio,/ como el niño Lorca que murió cantando al filo del agua./(…) En mi
pueblo también el sol partía la tarde:/ yo chupaba naranja y corría perseguido
por los perros de caza./(…)Conservo un tren negro que pita silencioso por los
libros,/ un caballito de badana que relincha en el rincón/ y un serrucho de
lata…/ no se ría, poeta de los caminos, a veces los juguetes/ reparan cualquier
pena”. La violencia actual de la costa pacífica nariñense es presentada por sus
poetas: “… Un hombre cabalga sobre ideas muertas/ Contando cruces/ Casas
abandonadas/ o cuerpos mutilados./ Riego en silencio las semillas/ Mientras el
eco dispersa/ De sus roncas campanas/ Los oscuros designios de la pólvora”
(Carlos Palma Urbano, La Guayacana, Tumaco).
Colgado del armario/ Que llenaré cada que abra la puerta/ Y busque de reojo/ La
nostalgia que alumbra todo olvido”, dicen algunos versos de Arturo Prado Lima
(Chambú, 1960), de quien habíamos reseñado acá su novela “La guerra sigue
llorando afuera”, otro seleccionado en la antología, cuya Dirección General
corrió a cargo de Pedro Pablo Rodríguez (sin más referencias) y la Dirección
Editorial la hizo Julio César Goyes (Ipiales, 1960) “Usted también tenía duende
don Antonio,/ como el niño Lorca que murió cantando al filo del agua./(…) En mi
pueblo también el sol partía la tarde:/ yo chupaba naranja y corría perseguido
por los perros de caza./(…)Conservo un tren negro que pita silencioso por los
libros,/ un caballito de badana que relincha en el rincón/ y un serrucho de
lata…/ no se ría, poeta de los caminos, a veces los juguetes/ reparan cualquier
pena”. La violencia actual de la costa pacífica nariñense es presentada por sus
poetas: “… Un hombre cabalga sobre ideas muertas/ Contando cruces/ Casas
abandonadas/ o cuerpos mutilados./ Riego en silencio las semillas/ Mientras el
eco dispersa/ De sus roncas campanas/ Los oscuros designios de la pólvora”
(Carlos Palma Urbano, La Guayacana, Tumaco).
Un grupo de intelectuales nariñenses y de la
vecina Provincia del Carchi (Ecuador) se dieron a la tarea de unir las
fronteras que sólo la línea de intereses políticos y económicos, que llevan
cientos de años, ha desunido. Si el comercio y las costumbres son comunes en
esta frontera; si los ahijados tienen sus padrinos de lado y lado, los
compadres y las comadres; si con los productos de la tierra de ambas partes se
alimentan de lado y lado; en fin, si el amor comete sus diabluras –con o sin
camas- de aquí para allá y de allá para acá, ¿por qué no unir a sus poetas?
Para comenzar, un libro. Para comenzarlo, intercambios y reuniones. Noches de
amistad y maíz tostado con chicharrón picado y vino. Y papa fresca, cosechada
el día, asada entre el rescoldo, y cerveza. Y cerveza y cerdo frito o cordero
asado. Y esta la antología (*).
vecina Provincia del Carchi (Ecuador) se dieron a la tarea de unir las
fronteras que sólo la línea de intereses políticos y económicos, que llevan
cientos de años, ha desunido. Si el comercio y las costumbres son comunes en
esta frontera; si los ahijados tienen sus padrinos de lado y lado, los
compadres y las comadres; si con los productos de la tierra de ambas partes se
alimentan de lado y lado; en fin, si el amor comete sus diabluras –con o sin
camas- de aquí para allá y de allá para acá, ¿por qué no unir a sus poetas?
Para comenzar, un libro. Para comenzarlo, intercambios y reuniones. Noches de
amistad y maíz tostado con chicharrón picado y vino. Y papa fresca, cosechada
el día, asada entre el rescoldo, y cerveza. Y cerveza y cerdo frito o cordero
asado. Y esta la antología (*).
“Llega el amante milenario con su caricia
solariega/ llega el amor y me rompe este sostén de porcelana./ (…) El viento
también llega,/ y nos arranca el ceniciento beso/ y lo vuelve pan(…)/ Yo me
quedo como un jardín en llamas”, escribe Sonia Montenegro (Tulcán, Ecuador.
1988). Félix Yépez Pasos –para mi gusto el mejor de los hermanos ecuatorianos
en esta antología- nos universaliza la misteriosa mitología de su pueblo, San
Pedro de Huaca, Carchi,: “Anoche me encontré con El Cantuña./ Lo encontré
amargado,/ en la última joda/ y casi fumo;/ estaba allí,/ en la vereda,/ junto
al templo que construyó hace siglos,/ apoyado en el olvido y su bailejo./ No
hubo amores/ ni pactos con el diablo;/ estas manos –me dijo-/ sufrieron
peripecias/ y fueron ellas con todos mis hermanos/las que abrieron,/ a fuerza
de dolor esas canteras./ A pesar de los años/ no había envejecido/ ni tenía
rencores en el alma./ Detrás de las murallas/ que cierran el convento,/ vive el
cura y su sobrina, el monaguillo/ con toda su familia/ y la corte celestial
cómodamente…”. Un lejano sabor al gran César Dávila Andrade, quizá.
solariega/ llega el amor y me rompe este sostén de porcelana./ (…) El viento
también llega,/ y nos arranca el ceniciento beso/ y lo vuelve pan(…)/ Yo me
quedo como un jardín en llamas”, escribe Sonia Montenegro (Tulcán, Ecuador.
1988). Félix Yépez Pasos –para mi gusto el mejor de los hermanos ecuatorianos
en esta antología- nos universaliza la misteriosa mitología de su pueblo, San
Pedro de Huaca, Carchi,: “Anoche me encontré con El Cantuña./ Lo encontré
amargado,/ en la última joda/ y casi fumo;/ estaba allí,/ en la vereda,/ junto
al templo que construyó hace siglos,/ apoyado en el olvido y su bailejo./ No
hubo amores/ ni pactos con el diablo;/ estas manos –me dijo-/ sufrieron
peripecias/ y fueron ellas con todos mis hermanos/las que abrieron,/ a fuerza
de dolor esas canteras./ A pesar de los años/ no había envejecido/ ni tenía
rencores en el alma./ Detrás de las murallas/ que cierran el convento,/ vive el
cura y su sobrina, el monaguillo/ con toda su familia/ y la corte celestial
cómodamente…”. Un lejano sabor al gran César Dávila Andrade, quizá.
(*) “Nubes verdes. Antología poética viva
nariñense-carchense”. Caza de libros editores. Ibagué. 2013. 380 pp. 03.V.14.
nariñense-carchense”. Caza de libros editores. Ibagué. 2013. 380 pp. 03.V.14.
Este es un espacio de opinión destinado a
columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas
pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a
este fin por el blog Informativo del Guaico y no reflejan la opinión o posición
de este medio digital.