Por Giovanny Gómez Palomino
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En Colombia, cada cuatro años parece que nos enfrentamos al mismo ritual: una avalancha de nombres, rostros y promesas que se disputan el título de “salvador de la patria”. Pero esta vez, el espectáculo ha alcanzado niveles absurdos. Más de 100 precandidatos presidenciales han levantado la mano, como si gobernar un país fuera una competencia de popularidad o una carrera de egos. ¿Qué hay detrás de esta proliferación? ¿Realmente hay tantas propuestas distintas o simplemente estamos viendo más de lo mismo, pero con nuevos apellidos?

La política tradicional, esa que se aferra a los viejos partidos, a las maquinarias, a los discursos reciclados, sigue viva y coleando. Cambian los nombres, pero no las prácticas. Muchos de estos precandidatos no representan una renovación, sino una repetición. Son los mismos líderes que han estado en cargos públicos por décadas, que han hecho alianzas con todos los colores posibles y que ahora se presentan como “alternativos” o “independientes”, cuando en realidad son parte del mismo engranaje que ha desgastado la confianza ciudadana.

Esta columna no busca atacar personas, sino cuestionar estructuras. ¿Por qué seguimos permitiendo que los mismos liderazgos se reciclen una y otra vez? ¿Dónde está la verdadera militancia política, esa que nace del compromiso con el país y no del cálculo electoral? ¿Y qué pasa con la militancia ideológica, con las ideas que deberían sostener los proyectos políticos, más allá del marketing y la estrategia?

En medio de esta sobreoferta de precandidatos, el reto no es elegir entre muchos, sino aprender a distinguir entre lo nuevo y lo disfrazado.

Corchazo: Colombia no necesita más nombres en el tarjetón; necesita más coherencia, más convicción y menos simulación.

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