Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Inicios de enero de 1998.- “Las noches nos las pasamos pegados de los radionoticieros buscando una luz de esperanza. Mi esposa [Estela Cabrera] en una radiocadena y yo en otra. Así nos llega el alba. En el día, en medio de la frustración y el cansancio, hay que trabajar [ambos eran profesores -entonces- de un colegio de secundaria en Sandoná, mi pueblo, en el sureño Departamento de Nariño]. Así hemos pasado este año”, me contaba en 1998 mi amigo Gustavo Moncayo, “El Profe” como cariñosamente fue bautizado no solo por los colombianos que nos solidarizamos con la tragedia de su familia -otra más en la historia de Colombia- sino por una inmensa audiencia mundial que, sorprendida y sorprendidos todos, no comprendíamos la indolencia tanto de la -en ese entonces- guerrilla de las Farc (o Farc-Ejército del pueblo, Farc-Ep, como se hacía llamar) quien había secuestrado a su hijo Pablo Emilio, entonces cabo del ejército colombiano, en el cerro de Patascoy, el 21 de diciembre de 1997, al sur del país, y la otra indolencia (cuando no de explícita animadversión de muchos compatriotas, incluidos los gobiernos colombianos, comenzando por el de Ernesto Samper -1994-1998- que finalizaba su escandaloso narcocuatrienio; continuado con el del fatuo, vanidoso, incompetente y débil mental Andrés Pastrana -1998-2002-; y finalizado con el tenebroso de Álvaro Uribe -2002-2010-, mandatario colombiano que la lucha de El Profe por la libertad de su hijo Pablo Emilio, la tomó como enfrentamiento personal y político contra él y contra su gobierno, por único el “crimen” de El Profe de pedir el Intercambio Humanitario en foros internacionales, de nuestro gobierno con los -estos sí- verdaderos criminales de la guerrilla de las Farc-Ep.
Las comillas iniciales de esta conversación corresponden a un viaje normal de pasajeros Sandoná-Pasto, en ese entonces de dos horas. Hacía un tiempo, habíamos sellado nuestra amistad en algunas serenatas, porque él era músico de varios instrumentos y yo algo le hacía al canto de boleros y tangos. Él, muy devoto de misa diaria y fiestas sacras (a las que acompañaba con su música, sus cantos y cánticos, trepado junto al altar mayor de nuestro templo); yo, católico de algunos domingos. Sus devociones fueron la razón por la cual, cuando Álvaro Uribe, presidente II, visitó su “cambuche” en la plaza de Bolívar el 2 de agosto de 2007 (al día siguiente de su arribo a Bogotá desde Sandoná en su Gran Marcha), él no se encontraba ahí en ese momento. Cuando los guardaespaldas de Uribe lo buscaron, sudorosos lo encontraron en una iglesia aledaña, al requerirlo entrecortados su voz para que atendiera la presencia del señor Presidente, él les contestó que, “por favor, me espere un ratico, porque he caminado mucho para misa”. Y Uribe, con notorio disgusto, se vio obligado a esperarlo. Después el país y el mundo fueron testigos mudos de las humillaciones a las que trataron de someter a El Profe y a Estela, su esposa, frente a la improvisada tarima. Ni él ni ella ni se doblegaron ni perdieron el equilibrio ni el respeto. Se quebraron en llanto, ¡ese fue su “desquite”!
Ese fue nuestro coterráneo y amigo. Un guerrero que jamás disparó ni siquiera una palabra gruesa o descompuesta, salida de los cánones del respeto a quienes habían destruido la paz de su familia y que intentaron, infructuosamente, acabar también con la dignidad de su prole, pero que nunca lo lograron, aunque sí acabaron con la cotidiana paz de una familia de clase de media poblana, formada por dos maestros de secundaria. En el día de hoy se ha ido y quedan muchas cosas por decir, y esa es la función de nosotros, quienes pretendemos dar testimonio de los días que pasamos bajo este sol, bajo esta luna y sobre este suelo, nuestros.
El trabajo de un luchador por la Dignidad y la Paz, hijas de Libertad y la Justicia, siempre queda enraizado en las indelebles páginas del tiempo. Mi abrazo solidario para su esposa Estela y para toda la descendencia de la Familia Moncayo Cabrera. 15.XI.22