Por Ramiro García
ramigar71@hotmail.com
Hace unos días me enteré del resultado de un sondeo virtual realizado por “El informativo del Guaico”, donde se menciona que conocer la industria del sombrero sandoneño es uno entre diez atractivos para motivar a turistas que visitan nuestro poblado.
Desde la fría y escarpada Santa Bárbara hasta la verde planicie de San Miguel, al despuntar el alba, centenares de hiladores de sueños “iracados” toman asiento para retomar ese centenario oficio que contribuye al aumento del ingreso familiar en muchos hogares. Se menciona que, en promedio, dos personas por familia se dedican en improvisadas e incómodas estructuras de madera y bancas, al tejido de sombreros en el área rural. Hombres, mujeres y niños se dedican a elaborar esta artesanía. Casi en el 25 % de hogares urbanos también ocurre esa dinámica laboral.
Desconozco indicadores económicos sobre cuánto dinero mueve esta actividad manufacturera en su cadena productiva integral, es decir, desde el angustiado y empobrecido agricultor que siembra la iraca en “guachos” de terreno, hasta célebres y exitosas diseñadoras que colocan ese objeto distintivo de pueblos sudamericanos en la estilizada cabeza de una reina o modelo que desfila en pasarelas de París, Milán o Nueva York, tal como lo registran algunas noticias del glamour. En otros escenarios menos prolijos y con diferentes propósitos, también lo exhiben políticos en campaña, traquetos, deportistas, personajes de farándula, papas, etc.
En contraste, de esa fabulosa y espléndida torta de utilidades -dependiendo del segmento social receptor del producto y en cuál eslabón de la cadena se analice-, quien recibe migajas del pastel es alguien como la anciana tejedora de la fotografía que acompaña este escrito y muchas campañas publicitarias.
Mi encantadora y confiable fuente de datos menciona que una tejedora logra elaborar un sombrero ordinario en un día alternado con oficios domésticos. Si a los $32.000 que el tejedor (a) recibe por un sombrero ordinario le restamos el costo de materia prima, transportes y preparación de la fibra para el procesamiento, quedan $20.000 de “utilidad”.
En el siguiente eslabón de la cadena, esto es, en las labores de pulir, planchar, moldear, prensar, filetear, finalizar y vender en la tienda local, se escala a un valor de $45.000 por la misma unidad. En cambio, un sombrero elaborado en un tejido extrafino, casi en hilo, logra un precio de hasta $300.000, en un período de elaboración de un mes, lo cual equivale al ingreso de una cuarta parte de un salario mínimo mensual.
Ahora bien, si ese producto manufacturado con arte llega a ciudades intermedias o logra posicionarse en el exterior, estaría cuadruplicando su valor.
Lo anterior confirma que es absolutamente desigual e inequitativa la distribución de utilidades en este lucrativo y ancestral negocio. Sin duda, esos desequilibrios ocurren en cualquier injusta cadena de valor.
Recuerdo, en mi niñez, escuchar comentarios sobre boyantes comerciantes sandoneños, quienes en épocas de bonanza sombrerera, y embriagados por parrandas de días y noches sucesivas, utilizaban billetes de alta denominación para encender sus cigarros importados, muy al estilo de clanes napolitanos.
En la otra orilla, la pesada carga del negocio está soportada en la base piramidal conformada por una inmensa “colmena” de mujeres, hombres y niños laboriosos, hilanderos de sueños maltrechos, remendados cada día con estoicismo, quienes jamás renuncian a esa esquiva esperanza por un mejor porvenir.
Esta realidad no ha sido contada; no obstante, nos ufanamos del famoso sombrero guaicoso – oficialmente, es el trofeo anual para sandoneños destacados en diferentes profesiones u oficios-, como el accesorio indispensable en ferias, fiestas y playas atiborradas de cualquier destino turístico. En la ciudad y en el campo.
Es relevante mencionar que en esta cadena productiva existen algunas estructuras locales asociativas exitosas que contribuyen a redistribuir el ingreso de manera colectiva, ya sea por la vía de repartición de excedentes o bajo la oferta de servicios sociales, pero la gran masa de tejedores está aislada de esas complejas organizaciones comunitarias, muchas de ellas creadas en el marco de proyectos financiados con apoyo de organizaciones estatales, cooperación internacional, ONG, o por la mano generosa de ciudadanos altruistas. Es válido comentar que casi siempre este tipo de asociatividad se diluye o atomiza cuando el cooperante culmina la ejecución del proyecto y se logran ciertas metas específicas. No son sostenibles.
Quizá esa resistencia al trabajo colectivo se deba a que cada persona o familia padece sus propios apuros domésticos rutinarios; iluso egoísmo; timidez a lo grupal; dificultades para desplazamiento; ausencia de apoyo gubernamental, etc.
En fin, mi modesta pretensión es que este escrito sea tenido en cuenta como una reflexión para replantear la distribución de beneficios que cada actor debería recibir en este relevante modelo de negocio del esquema económico y social sandoneño.
En consonancia, comento una minúscula “propuesta decente”, en la tarea de contribuir a disminuir semejante inequidad:
Una lejana noche de algún diciembre pasado, recibí una llamada de mi amigo y paisano Álvaro Maya Agreda, residente en la isla de Aruba.
Me comentó sobre su interés de participar en una convocatoria para seleccionar el “Afiche del Carnaval” de esa temporada. Había diseñado su propuesta basada en la incidencia del sombrero y la mujer sandoneña en el devenir de las festividades carnavalescas. Mi rol consistía en la intermediación para entregar ese encargo a los organizadores del evento.
Ambos planteábamos que la municipalidad y los organizadores del festejo anual, mediante generosa y amplia publicidad, concedieran una oportunidad a los tejedores de sombreros para COMERCIALIZAR DIRECTAMENTE sus creaciones, sin acabado técnico, a turistas y lugareños. Que esa iniciativa permitiera percibir mejores ingresos, así fuera por aquella circunstancial ocasión, con la posibilidad de replicar la iniciativa en otros eventos populares, locales o regionales.
Por alguna respetable decisión, Álvaro decidió declinar su participación. Quizá algún día se retome esta novedosa idea u otras iniciativas que permitan reivindicar a este ignorado segmento poblacional. Que los visibilice en el escenario y contexto social y económico. Que los tejedores sin amparo tengan el protagonismo y protección que merecen. Así sea para ser sujetos de subsidios estatales por su esfuerzo y compromiso en la propia generación de su mal remunerado empleo; además del ocasionado posteriormente a la entrega de su producto.
Abril 8 del 2023.
Un texto de reflexión dedicado a la labor de nuestras artesanas y artesanos que nos dan reconocimiento y renombre a nivel mundial; cada sandoneño menciona con orgullo este gran atractivo de nuestro pueblo, hay que saber conocer para reconocer.
“A cada señor su honor”. 🙋🏻