Por Alejandro García Gómez
A fines del año 2000 se
comenzaron a observar grandes oleadas de gentes con el característico sello del
lujo traqueto que empezaron a transformar las tranquilas regiones del Dpto. de
Nariño, provenientes del vecino Dpto. del Putumayo. Había comenzado el Plan
Colombia. Preferían a Pasto, su capital, como centro de residencia de las
familias pero empezaron a extenderse a los poblados más abrigados, camuflándose
en negocios de lavado de rebajas a granel, los populares “todo a mil” o
similares. Fueron negociando su estadía y cuidado de sus cultivos y
laboratorios con los grupos guerrilleros afincados en la costa pacífica
nariñense. El símbolo de ese crecimiento con estrambótico lujo lo representó
Llorente, un caserío de una decena de ranchos montados sobre horcones de
madera, que de la noche a la mañana se convirtió en asentamiento de lujosas
casas con camionetas, almacenes, cantinas, prostíbulos y sangre de muerte. Así
alerté en mi columna periodística Desde Nod en abril de 2001 en El Mundo, de
Medellín, y Diario del Sur, de Pasto, con el artículo “Llorente”. A finales de
2001 se hizo la primera gran operación de las FF AA colombianas sobre esa
región costera, pero luego se la dejó a la voluntad de Dios. Se volvió a hacer
algo, cerca de mediados del 2002, cuando ya las disputas por los negocios del
narcotráfico se hacían a bala entre la narcoguerrilla y el
narcoparamilitarismo. Barbacoas continuó siendo escenario de combates en sus
afueras, en los días de la infame acción de las FARC en la masacre de Bojayá
(Chocó, mayo 2 de 2002), la misma que sirvió para dar el triunfo presidencial
en primera vuelta a Álvaro Uribe (28 de mayo de 2002). Lo señalé en “Barbacoas:
¿sálvese quien pueda?” en los mismos diarios en mayo de ese año. En julio de
2002, estrenándose el presidente Uribe, las FARC se tomaron la cabecera
municipal de Sotomayor –norte de Nariño- a punta de cilindros bomba, en disputa
por un corredor que les permitiera moverse entre la costa pacífica nariñense y
la amazonía del Putumayo, como lo señalé ese mes y año en “Los otros
desplazados”, en los mismos diarios. Toda esta ola violenta -que comenzó con
los “Desplazados del Putumayo”, ironía del nariñense para burlarse de su
tragedia– atrajo la violencia que ya “estaba madurita” en todo el país y las
bandas de todo pelambre se auto invitaron al banquete de muerte. Como
consecuencia aumentaron las olas de verdaderos desplazados, creando una
tragedia adicional de escasez de las mínimas arcas municipales costeras adonde
llegaban, como la ocurrida en La Tola con comunidades (alrededor de 400
personas) que llegaban desde las veredas Vaquería, La Paulina, Viji, El
Naranjo, San Pablo y del resguardo indígena de San Juan Pampón. Así lo señalé
en “Desplazados de la costa nariñense”, en noviembre de 2006, segundo mandato de
Álvaro Uribe, mismos diarios. Según Diario del Sur, Pasto, 06.IX.06, el
gobierno y la dirigencia nariñenses habían presentado un modelo de solución al
Programa de Desarrollo Alternativo de la Presidencia de la República para que
se tuviera en cuenta su tradición agropecuaria con proyectos de cacao, palma de
aceite, café y otros pero el comité evaluador del gobierno Uribe II no los tuvo
en cuenta o los descartó de plano. En junio de 2009, ante la borrasca de
sangre, el gobierno Uribe llevó al cantante Juanes a dar un concierto a Tumaco
y las cosas, como era de esperarse, continuaron igual o peor y no por culpa del
cantante, como lo señalé en “Tumaco y el ‘Efecto Globo’”, en los mismos
diarios. En la última semana agosto de 2011 fue noticia el asesinato de unos
policías, entre ellos una mujer, en Llorente a manos de las FARC, de manera
bárbara (aunque no hay asesinatos bondadosos). El ruido de los medios duró una
semana. Hoy nadie lo recuerda. Lo señalé en “Llorente, Barbacoas, Tumaco y la
costa”, en septiembre de 2011 en los mismos diarios. El de ahora, ¿cuánto
durará? 03.II.12