Campaña a las casas de paja

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Por Miguel Ángel Santacruz

Inició Hernando Gómez Jiménez, en su condición de Alcalde Municipal de Sandoná; fueron nueve casas construidas en bahareque, paja y barro crudo, las cuales daban muy mal aspecto a la entrada norte del pueblo y Hernando Gómez J. no podía ver a su pueblo así; se propuso ayudar a los dueños de esas casas y hasta optó por demoler el techo de la alcaldía municipal, para reutilizar esos materiales.

Paulino Botina, de Santa Bárbara, se comprometió a traer las varengas, durmientes y correas; se contrató los servicios del maestro Miguel Yépez y como ayudante a “Luis Virolas” y en la volqueta se transportó los materiales faltantes.

Cuando la remodelación estaba a punto de iniciarse y como toda obra buena tiene sus contradictores, no podía faltar en esta ocasión el famoso “Rirre” bajito de estatura, usaba sombrero de paño y dentadura con dos dientes de oro, supongo que le quedaba floja, porque cuando estornudaba lejos la mandaba, usaba también alpargatas con una franja roja en la capellada, vecino de todos y todas y de manera especial de Amable Bastidas, ambos liberales y machos como ellos mismo lo decían. Estos personajes empezaron “lavándoles” el cerebro a sus vecinos, a los que vivían en las casas de paja. Entre otras cosas les decían: vendamos estos materiales de segunda y construyamos casas con materiales nuevos, ladrillos y tejas nuevas, tenemos de nuestra parte a los doctores; Alberto Montezuma Hurtado y Carlos Cesar Puyana y en Sandoná, a los exalcaldes Zenón Zambrano Cielo, Azael Rivera y Aureliano Bolaños, estos compartidarios nuestros, tienen que ayudarnos. Esta sugerencia como que gustó a sus vecinos y ¡manos a la obra! Cuando ya estaban vendiendo las últimas tejas llegó la noticia a oídos de Hernando Gómez J. quien dijo: de mí no se burlarán.  

Pasaron pacos días y como se acercaba la fiesta de San Francisco de Asís, de mucho bombo y platillo. El Sr. Alcalde convocó a la plana mayor de la policía municipal, para una operación Supersecreta, Entre otros a Sixto Cabrera, Samuel Arcos y a Jesús Antonio “El Guirria”, Hernandista de tiempo completo, porque lo cambió de botador de basura a chofer de la volqueta. Esta reunión dio como resultado la impresión de hojas volantes, invitación que hacían los fiesteros de San Francisco de Asís, de manera especial a los habitantes de la Entrada del Monte, para que asistan a las vísperas, misa y después de la procesión, la entrega de utensilios de cocina para las señoras y herramientas de trabajo para los señores.

Antes de continuar con esta historia, les contaré los cargos que desempeñaban Sixto y Samuel: en primer lugar policías vitalicios, en segundo lugar padres de menores y en tercer lugar encargados de la vigilancia nocturna de 8:00 p.m. a 5:00 a.m. en las esquinas principales hacían sonar un pito y eso representaba el toque de queda. En esos tiempos existía una planta eléctrica de propiedad de la familia Caicedo, con una capacidad para 25 kilovatios, cada casa tenía derecho a una bombilla, nada más; la mayor parte de los habitantes se iluminaban con lámparas de querosene, el único billar que existía de propiedad de Agudelo Arcos Zambrano, se iluminaba con lámparas petromás. El Concejo Municipal, en sesión extraordinaria, había aprobado una partida para la iluminación de las cuatro esquinas del actual parque, 2 bombillos de 25 bujías en cada esquina, estaba protegido de una pantalla de porcelana (made in Germania) de todas maneras algo iluminaban. En la misma sesión del Concejo, aprobaron dotar a la policía municipal de linternas de tres pilas y de bolillos de caucho (45 cms de largo y de grueso igualito a un chorizo sandoneño) con manija de piola, para mayor seguridad; así todos: liberales y conservadores los respetarían, porque un bolillazo de esos, les aflojaban la doble y la sencilla, pues la roncha duraba hasta tres meses.

Por fin llegaron las fiestas de San Francisco de Asís, los fiesteros habían contratado los servicios de don Eliodoro Fajardo, pirotécnico sandoneño, en esta ocasión no hubo ni castillo ni vacaloca, pero si una idea nueva “Un avión” que se había ideado don Eliodoro, que soltándolo de una de las torres de la iglesia en construcción, terminaría su vuelo en un poste, situado en un ángulo del actual parque; (antes plaza de mercado), subirlo no fue difícil, por el poco peso que tenía, templar el cable para sostenerlo tampoco, gracias a la colaboración de Gonzalo Hidalgo Guerrero, quien le había acondicionado unos lazos para frenarlo y siendo las 8.00 en punto de la noche, ni un minuto más ni un minuto menos, se inició el vuelo, no había turbulencia, el cielo estaba estrellado, el avión viajaba muy bien equipado, con luces de vengala, tronantes, volcanes, cohetones, volardos y cuyes los cuales se metían por todas partes, luces multicolores lo adornaban, entre tanto la Banda Santa Cecilia, alegraba el ambiente, con la salsa de ese tiempo (la mula rucia). El avión descendía lentamente, de aquí pa’ allá y de allá pa’ acá, los sandoneños aplaudían, no dejaban de aplaudir, los cohetes sonaban por todas partes; habían transcurrido 65 metros de vuelo, cuando sonaron las alarmas, un nudo del lazo que lo frenaba se había roto y en dos por tres, el avión se había estrellado en el poste, el humo anunciaba una gran tragedia, la gente corría a la novedad, por suerte no hubo desgracias personales porque San Francisco de Asís, quiere mucho a los aguerridos sandoneños, pero sí quedó alguno que otro asustado. Al día siguiente 4 de octubre, a las 7 de la mañana, las campanas repicaban a vuelo, se las escuchaba a un kilómetro de distancia y aunque sonaban duro, no se sabe qué mayordomo de fábrica las vendió. Después de la Santa Misa y procesión se repartieron los utencilios de cocina para las señoras y herramientas de trabajo para los señores.

Minetras tanto, Sixto, Samuel y Guirria y cinco trabajadores más se dirigían a la Entrada del Monte, con escaleras y machetes a mano, una vez en el sitio convenido Hernando Gómez J. dio la orden, todos los techos de las casas de paja, al suelo, menos la de don José Riascos, quien fue el único que acogió la ayuda, a pesar de que le faltaba un ojo alcanzó a mirar mucho más lejos, las únicas que huían en manda, eran las raposas y otros bichos; una vez terminada la faena; Sixto, Samuel y Jesús Antonio, invitaron a sus compañeros a un café donde la señora Amadora Erazo, con empanadas, moncaivas y panuchas, luego se fueron a la alcaldía municipal y así le dijeron: señor Alcalde: misión cumplida.

Entre tanto, bajaban contentas a sus casas, las señoras con sus tazas, cucharas, peroles y sartenes y los señores con sus palas y picos, pero a medida que fueron acercándose a sus viviendas se fueron dando cuenta que los techos de sus casas estaban en el suelo, ¡Bámbaros!, ¡Bámbaros!, gritaban enfurecidos los dueños de las casas y los madrazos que recibieron los que ayudaron, no fueron pocos. “Palabra que sí”.

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