La final

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Rincón consaqueño
Por José Rodrigo Rosero Tobar
roserotobarjoserodrigo@gmail.com

Había una vez un pueblo, alejado de la esfera central, coloquialmente llamado rincón histórico nacional, porque allí se sucedieron acontecimientos que marcaron el mismo desarrollo institucional; en el que una tarde de futbol dominguero, se desarrollaba la llamada gran final.

Los equipos en la cancha, el estadio a reventar, como dicen los avezados comentaristas de este deporte popular. Los árbitros, cuestionados siempre, llamaron a los contendientes para formar una fila larga, ubicarse en el centro del campo de juego y los actos protocolarios iniciar.

El nerviosismo de un quipo que nunca había ganado nada y que accedía por primera vez a la final, contrastaba con la convicción de victorias estoica del conjunto, que con figuras descollantes del fútbol en el ámbito local, convertidos en intocables por este don nato, estaba acostumbrado a las lides de ganar.

Después de un silencio prolongado de la hinchada dispuesta alrededor del campo de juego, al que habían llegado de cualquier manera de los sitios más recónditos comarcanos, se iniciaron las acciones de la batalla campal. El equipo de los intocables atacaba, conscientes de que cualquier movimiento fingido derivaría, como en otras ocasiones y aunque no lo necesitaran, en faltas que los acercarían al arco rival. Pero esta vez no fue así. Una tarjeta amarilla en los aires, atrapó la mirada de los asistentes al estadio municipal, un intocable había sido tocado en desarrollo de esa jornada dominical. El agraviado no atinaba a entender lo que acaba de pasar y con una mirada a su hinchada ordenó el ingreso a la cancha para que lo fueran a respaldar, pero esta vez la mano firme del árbitro no reversó la decisión tomada y un aplauso sonoro celebró la decisión inusual.

Las acciones, después de noventa minutos de epopeya, terminaron. El campeón se definiría desde lanzamientos del punto penalti en esta oportunidad. Los intocables fallaron el primer tiro, también los aspirantes al primer título local. Las acciones se igualaron hasta que el árbitro central, apoyado en un improvisado var, decidió repetir el cobro de los aspirantes a ganar por primera ocasión, lo que generó el delirio de su fanaticada con la consabida reacción de los intocables, que apoyados con su hinchada, lograron retrotraer la decisión arbitral.

La noche sobrevino, el estadio que pronto será un portento, carecía de luz artificial. La decisión para definir el campeón era confusa. Todos opinaban sin atinar a brindar una solución imparcial. Después de algunos minutos se comentó que compartirían el premio en dinero que se otorga por parte de la administración local y que el trofeo que se entregaba al campeón lo rifarían sin más ni más.

Ese día de añoranza no hubo un campeón. No entendí realmente para que tanto sacrificio fecha tras fecha para clasificar. Quedó en los aires diáfanos de esa noche, la sensación que trasegaron en el torneo solo por el premio en dinero y no por la emoción incomparable de un certamen ganar, sin entender de donde sobrevino la “sabia” determinación del resultado de la gran final.

Consacá, 01 de diciembre de 2023

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