Nariño, territorio pluridiverso y pluricultural

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Por J. Mauricio Chaves Bustos

Tomado de https://blogs.elespectador.com/

Nariño, ese resquicio de patria del sur-occidente colombiano, al que muchos identifican con su capital Pasto, olvidando que se es Pacífico, Andes y Amazonía. Si, el Nariño pluriétnico y plurifacético, el de negros, indígenas y mestizos, aún recuerdo cómo los compañeros en la universidad se asombraban cuando yo llamaba a muchos afro descendientes “paisanos”, ignoraban ellos que gran parte del departamento está en el litoral Pacífico y que, desde Chambú al occidente, el Nariño de las fotografías comunes y de vírgenes adoradas es diferente; ni qué decir del Oriente, en donde compartimos con el Putumayo el inicio de ese piélago verde que inaugura la Amazonía colombiana. Además el Nariño indígena, el que vive de la chagra, del campo, y que están en todo el territorio del departamento: Awá, Eperara Siapidaara, Inga, Kofán y Pasto. El Nariño afro, con una cultura milenaria traída del África y arraigada en nuestros ríos y mares.

Atardecer en Curay, Tumaco

Ese es el Nariño pluricultural que nosotros mismos nos hemos encargado de invisibilizar; parte de la historia recoge las leyendas de mestizos convertidos en supuestos generales de los Ejércitos del Rey luchando contra la independencia durante gran parte del siglo XIX, pero ignoran que siglos atrás se había desatado una búsqueda por la libertad y la independencia, como lo hizo el liberto Juan de la Cruz en Tumaco, o que el pueblo Pasto se levantó y asesinó a los recaudadores de impuestos “Los Clavijos”, como un resquicio de los Comuneros, pero claro, estos están invisibilizados, los libros de historia olvidan que si bien San Juan de Pasto buscó por todos los medios detener el avance independentista, gracias al pueblo de los Pastos, alentados por Francisco Antonio Sarasti, las ideas patriotas germinaron en el Sur y las Actas de Independencia de los Pastos, firmadas en Ipiales y en Cumbal son hoy muestra de que no todos fueron realistas en Nariño.

Volcán Cumbal, Oscar Sarasty

Pero nos hemos convertido en un cliché de fotos y de frases, el latifundio de los Andes es para los visitantes todo el departamento de Nariño; se asombrarían si yendo al occidente hasta la gastronomía cambia, y que el suculento cuy andino es dejado a un lado por un buen pusandao barbacoano; pero no se conoce, se oculta, claro se invisibiliza. Y este es un mal interno-externo que difícilmente se puede superar, lo explicito así: interno, porque desde adentro nos borramos como región, nos desconocemos en nuestras alteridades, porque todo gira en torno a lo común y conocido: Nariño es Pasto y Pasto es Nariño, ahí no hay provincia que valga. Y externamente, en la medida que se asume el prototipo generalizador con que nos ve el país, si bien se puede hablar de un grupo unido por determinados aspectos culturales en una misma región, cuando hablamos de pastuso, desconocemos casi un 75% del territorio. Particularmente no me desagrada que me digan pastuso, lo he asumido inclusive en la medida que implica reconocerme dentro de ese 25%  que comparte algo en común, pero ¿y el resto?, los invisibles, los sin voz, las alteridades supuestas por las endogamias en las que nos hemos mantenido por más de 500 años.

Hay un problema muy grave, y es el que detentan las élites, claro, las de Pasto, pero también las de un grupo social sobre otro, por ejemplo, en Barbacoas hasta hace poco era común y normal que fuesen los blancos quienes detentaban el poder político y social, igual que en Tumaco, baste nombrar sólo a una familia, o en el proceso de invisibilización, donde todo queda en el centro, dejando a un lado las periferias y desconociendo las otredades. Nariño es por eso un cuy o un volcán, una carroza y una canción. Pero somos mucho más que eso, somos variedad en los gustos y en las tradiciones, somos pluridiversos en nuestra geografía y en nuestro telurismo, asombra ver como muchos compatriotas se enteran de que en esta tierra no solamente existe el Galeras (4.277 msnm), sino que también están los volcanes Azufral (4.070), Doña Juana (4.250), Cerro Negro (4.470), Chiles (4.748) y Cumbal (4.764).

Diversidad de maíz, Henry Manrique


La escasez de gasolina y de gas, la actividad de sus volcanes que siempre han estado ahí, hacen que hoy la patria vuelva los ojos sobre Nariño, entonces somos algo más que carnavales y cuy, más que chistes y acento pausado, pero falta volver la mirada sobre un territorio que es presa de una cantidad considerable de grupos ilegales, algunos de los cuales no son otra cosa que autodefensas que llegaron de Antioquia y del Valle y se asentaron en los corredores por donde sale la Coca del Putumayo, pasando por Nariño, para llegar a Centro América y de ahí a Estados Unidos; si las casas de pique en Buenaventura horrorizaron a todos los colombianos, sería bueno ver en qué medida no se han desplazado al Pacífico nariñense, donde la violencia es pan de cada día. Asombra ver cómo en el interior del país – del Tolima hacia Cundinamarca- se detectan camiones llenos de contrabando de productos y de armas provenientes del Ecuador, inclusive la trata de blancas o el transporte ilegal de cientos de orientales que llegan por Ecuador, pasan por Nariño y buscan llegar a Norteamérica, la pregunta es ¿dónde están los controles de policía en Nariño? Sin temor a equivocarme debo decir que las mafias y la corrupción reinan en esas líneas fronterizas imaginadas, y que tal vez pase lo que hace 20 o 30 años, en donde entonces los agentes de la Aduana Nacional dejaban acumular su salario hasta por 12 meses porque vivían del diario acumulado de sobornos y robos.

Para nadie es un secreto que en Ipiales y en Pasto, principalmente, impera el narcotráfico y que se pasea como Pedro por su casa, en hoyas por todos detectadas, y que inclusive el menudeo de estos estupefacientes atrae a gente de todos los rincones del departamento y del Ecuador, sin que nadie haga nada al respecto. Que quienes hemos salido hace más de 20 años, cuando regresamos, nos asombramos de las costumbres que han aparecido y que tienen un marcado caris de narcotraficantes y de paramilitares, traídos por los cientos de aventureros de otras regiones del país, principalmente paisas, que inician con un puesto de empanadas en la calle y terminan siendo los nuevos gamonales de los nuevos siervos sin tierra. Y ni para qué hablar de los municipios de la sierra y de la costa donde no hay fuentes de empleo, en donde los campesinos siguen siendo los más perjudicados con los TLC y el contrabando, y que nadie, pero nadie es capaz de velar por ellos, ni siquiera sus propios gobernantes, obnubilados en las viejas costumbres electoreras y de pillaje. Ni para que reiterar la situación de la costa Pacífica, empezando por la otrora próspera Barbacoas, despojada del oro de los encantamientos a quién como recuerdo se le dejó durante siglos una trocha que iba de Junín a su territorio y que en nada habla de ese pasado glorioso en donde un tal Agualongo hizo su propio campo de Marte.

Este es el Nariño que no queremos ver, o que vemos pero que en silencio cómplice callamos. Esperemos a que un volcán vuelva hacer erupción, a que la gasolina escasee, esperemos a que un futbolista tumaqueño vuelva a brillar, para así volver a ser fotografía de postal.

Nota original:

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