Educar y educarse

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Por Héctor Abad Faciolince
Tomado de
Lo mejor de las marchas
estudiantiles de esta semana —en defensa de la educación pública— es que nos
hacen pensar en el sistema educativo ideal para un país como el nuestro
. En un
mundo globalizado e interdependiente como el de hoy, ningún país es una isla.
Desde una perspectiva internacional, no solo nuestra educación es mediocre y
anticuada: las mismas consignas de los estudiantes lo son, y los líderes
políticos (sus faros y sus ídolos) que supuestamente los orientan, o que se
hacen pasar como los dueños de estas marchas, están anclados a una concepción
del mundo que no es la de hoy ni la del futuro, sino la de hace medio siglo.

Quizá el sistema escandinavo de
educación básica y superior sea uno de los más exitosos del planeta. Acabo de
estar en conferencias en Suecia y Dinamarca. También fui profesor invitado,
hace poco, en la Universidad Libre de Berlín. Lo que caracteriza los sistemas
nórdico y germánico es una cobertura total, gratuita y de gran calidad, desde
el kínder hasta los 15 y 16 años. Esta es la educación universal obligatoria, y
se financia gracias a un sistema de impuestos feroz: toda persona devuelve
entre el 40 % y el 60 % de sus ingresos al Estado
.
Hasta ahora los políticos
responsables que ganan las elecciones en Dinamarca no son los que ofrecen bajar
los impuestos, sino subirlos
. Para los ricos, para la clase media y para los
que tienen ingresos menores: para todos, si bien en proporciones distintas. No
existe allá el populismo nuestro de amplios sectores que, más que exentos,
están marginados: al no pagar impuestos, tampoco exigen lo que necesitan, y su
lucha se parece más bien a la mendicidad: dennos algo gratis.
Allá, a partir de la escuela
obligatoria, se sigue ofreciendo, no para todos, sino para quienes quieren y
pueden (y cerca del 90 % de los estudiantes quieren y pueden), varios tipos de
educación superior. Una vocacional (para oficios como plomería, agricultura,
cuidado de ancianos, albañilería, etc.), y otras más académicas, bien sea con
orientación humanística (lenguas, derecho, artes, sociología)
, o con dirección
científica (medicina, ingeniería, ciencias exactas, informática, etc.). Según
los deseos y las capacidades de los estudiantes, a partir de los 15 o los 16
años el bachillerato se orienta hacia los estudios profesionales, bien sea
universitarios o de escuelas superiores de oficios. Estos no se dividen según
la clase social o los ingresos, como aquí, sino según las aptitudes para el
estudio y las condiciones intelectuales. Y al estudiante no solo no se le
cobra, sino que se le apoya para que pueda seguir estudiando.
El tal bachillerato universal que
tenemos acá, bastante mediocre y demasiado corto, dividido además en colegios
privados para ricos e “instituciones educativas” para pobres
, siempre orientado
a unos supuestos estudios universitarios, ofrecidos muchas veces por horrendas
universidades de garaje que no se merecen el nombre de Universidad, produce los
peores efectos de mediocridad en la formación y frustración en los egresados.
Muchos supuestos “doctores” salen con el cartón, con deudas, y sin ser aptos
para casi nada. Se condena a muchos jóvenes a ser marginales e irrelevantes, es
decir, candidatos perfectos para la rabia y el resentimiento.
Las universidades públicas en
Colombia son gratuitas o casi gratuitas para los estratos 1, 2 y 3. Lo que les
falta a los estudiantes más pobres, pero con condiciones académicas e
intelectuales para completar brillantemente estudios superiores, es que los
apoyen a ellos: en transporte, vivienda, alimentación, dinero para libros e
internet
. Más que a las universidades, habría que proteger a los buenos
estudiantes. Y son ellos quienes, además de exigir educación, tienen que buscar
educarse personalmente: saber qué quieren ellos y qué necesita el mundo actual.
De lo contrario, en las profesiones del futuro, no van a ser ni siquiera
explotados: van a ser marginales sin voz, sin trabajo y sin oficio:
irrelevantes.

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