Por Enrique Herrera Enríquez
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Hace unos años, dictaba una conferencia en Ambato (Ecuador) sobre el humanista y literato Juan Montalvo Fiallos, al término de la cual fui sorprendido por una joven pareja de recién casados, que se acercaron en medio del grupo de asistentes que estaban felicitando y agradeciendo el tema de la disertación sobre el crítico mordaz ambateño. ¡Somos pastusos! Dijeron a una sola voz, situación que me alegro de manera inmediata y pasé a preguntar de que Barrio eran, creyendo que habían llegado también de Pasto. ¡No! ¡Somos de Cuenca Ecuador! ¿Cómo así? pregunte con sumo interés. ¡Si, señor! Vamos rumbo a Pasto su ciudad para dar cumplimiento a una promesa, compromiso o como quiera llamarse de parte de nuestros padres y abuelos que ancestralmente y de línea directa, descienden de unas matronas pastusas que se radicaron en Cuenca luego de ser desplazadas de Pasto por órdenes del General Simón Bolívar.
Recordé, entonces, un episodio de los tantos que han sido olvidados o a propósito desconocidos por la historia oficial de Colombia, cuando de hablar de Pasto y su gente se trata. Son dos los historiadores: Alfonso Ibarra Revelo y Sergio Elías Ortiz, que registran este infame y criminal acontecimiento perpetrado por órdenes del General Simón Bolívar en contra de la población civil de Pasto, establecido en un documento encontrado por el historiador Marceliano Márquez Rivera, suscrito en Quito el 22 de julio de 1823 en respuesta al General Bartolomé Salom que se queja: “que las mujeres no solo servían de espías, sino de conductoras de comunicaciones…” ante lo cual Bolívar dispone en el Artículo Cuarto: “Que todas las mujeres godas (no afectas al nuevo gobierno) vengan a esta ciudad (Quito) con el mismo destino de los eclesiásticos godos, y que solo quedaran en Pasto las que sean muy conocidas por patriotas (amigas de su gobierno)”. Cuando habla: “con el mismo destino de los eclesiásticos godos”, de acuerdo con el Artículo Primero de la citada orden dice el General Bolívar: “los remita a todos a esta ciudad (Quito) para que luego sigan a Guayaquil”. No en vano Bolívar calificaba: “Las mujeres mismas son peligrosísimas”. El término “godo” como se puede apreciar, es el calificativo que daba Bolívar a las personas no afectas a sus planteamientos ideológicos en su habitual dictadura y tiranía que ejercía en los pueblos donde llegaba bajo el supuesto manto de libertad que pregonaba.
El General Bartolomé Salom, como bien lo califica el historiador Ibarra Revelo: “Ese Monstruo venezolano ávido de sangre humana como hiena insaciable”, a quien se le había permitido derramar su venganza por todo este territorio otrora lugar de paz, de tranquilidad y trabajo; y con un gran número de soldados ídem, se adueñó otra vez de la ciudad devastada, arrasada y desolada, es decir totalmente destruida después de los criminales acontecimientos del 24 de diciembre de 1822, donde empezaría el terror bolivariano para las gentes de Pasto, con las fatales consecuencias que tendrá que afrontar y soportar en medio del desastre que deja la violenta toma militar de la ciudad en esa triste y macabra navidad de 1822.
El historiador Sergio Elías Ortiz, dice respecto a la actitud del General venezolano Bartolomé Salom: “Enviaba partidas armadas que con infinitas precauciones mandaba a las haciendas a coger a los dueños y también los ganados y víveres que pudieran encontrarse. Algunas de esas partidas no regresaban a sus cuarteles y esto no dejaba de inquietar a Salom que suponía que todo iba a quedar terminado, con tanta mayor razón cuanto que por medio de un bando leído en los lugares públicos, y aun en las iglesias, ofrecía en nombre del Libertador un amplio y generoso perdón, que nadie iba a creerle por el indulto anterior”, se refiere a la denominada jura del 20 de enero de 1823 donde se congregó con malicia, engaño y astucia a la población en la plaza mayor de Pasto, para luego remitirlos en calidad de presos a Guayaquil con destino al Perú para ponerlos de “carne de cañón” en las batallas que se irían a presentar en ese país, pero ellos prefirieron morir antes que luchar por la causa dictatorial y tiránica del Presidente Vitalicio, como él pretendía, hablando del General Simón Bolívar.
El documento en concreto que nos ha llevado hacer este ligero análisis de la situación de las mujeres en Pasto durante el proceso de ocupación violenta que ejecutara el General Simón Bolívar en Pasto, vamos a extractarlo en todo su contenido del libro “Agualongo, de Alfonso Ibarra Revelo”, que dice así: “Esta mujeres valientes y fuertes que bien comprendieron la consigna de Agualongo: VENCER O MORIR, por sus tradicionales convicciones, sus actividades como Espías, Postas y Chasquis Reservadas eran casi notorias, apenas tuvo la Orden respectiva Salom hizo recoger un buen número de ellas con el propósito de enviarlas al Piura (Perú). El Oficial encargado de conducirlas fue el Alférez Arteaga, que con una Escuadra Armada tomaron el camino del Sur. No se tiene conocimiento del número exacto de las desterradas, pero por comunicación que el Comandante General de la Provincia de Cuenca, recibida el 17 de julio de 1824 se sabe que: “El Aspirante N. Arteaga conduce a disposición de Vuestra Señoría las cinco mujeres pastusas que consta de la adjunta lista, DESTERRADAS POR ORDEN DEL SEÑOR GENERAL JEFE SUPERIOR (BOLIVAR) A LA CIUDAD DEL PIURA, COMO DESFECTAS A NUESTRA CAUSA Y COALIGADAS CON LOS FACCIOSOS DE PASTO. Vuestra Señoría se servirá pasarlas con prontitud y seguridad a disposición del Señor Gobernador de Loja, advirtiendo a éste las remite igualmente a Piura; pues que el Aspirante Arteaga debe pasar de Cuenca a Guayaquil a donde está destinado- Dios Guarde a Vuestra Señoría- A. Morales”.
“Relación de las mujeres pastusas que van a cargo del Aspirante Arteaga, desterradas al Piura”.
1-. María Mercedes Bravo.
2-. María Catalina Aux.
3-. Antonia Romero.
4-. Asencia Rosero.
5-. María Zambrano.
Quito, 27 de julio de 1824.
Morales.”
Cuenta evidentemente Marceliano Márquez, que tan pronto el Coronel Torres tuvo conocimiento de la pacificación de Pasto, resolvió dejar a estas cinco mujeres pastusas en Cuenca, en consideración a la buena imagen que habían dejado en su estadía o permanencia en dicha ciudad; pero es el caso que cuando llegó a esta ciudad el General Salom, aprobó tal Resolución, suspendiendo su venganza por insinuación de dicho Coronel, que era el Gobernador de la Provincia del Azuay, cuya capital es la ciudad de Cuenca.
“El mismo historiador cuenta- dice Alfonso Ibarra- que Asencia Rosero y Antonia Romero, se avecindaron en la esquina de la calle del Vado, comprendida entre La Pola y Portete; María Mercedes Bravo, en la calle Sanguirima; María Zambrano y María Catalina Aux, en la calle Sandes, que generalmente le llaman La Vecina”.
“Las Rosero dejaron descendientes en esta ciudad (Cuenca), conocidas generalmente con el nombre de PASTUSOS, prestaron servicios en Cuenca y, al andar de los años, se trasladaron a Guayaquil. De estos pastusos, uno de ellos fue impresor en la Casa Eclesiástica de Cuenca, cuyo desempeño fue a satisfacción del público. Los hijos de estos viven al presente en Manabí (1933), en donde prestan importantes servicios a la República del Ecuador, siendo uno de ellos Jefe del Ejército Ecuatoriano”.
Estando en Cuenca el venezolano General Bartolomé Salom, escribe al General Simón Bolívar: “La Provincia y ciudad de Pasto goza de tranquilidad porque ya se han exterminado los facciosos que la perturbaban. Agualongo fue fusilado en Popayán el 13 de julio último (1824); Merchancano, asesinado (por orden de Juan José Flores); el Coronel Polo, pasado por las armas en Quito; y en fin ninguno de los cabecillas a quedado impune de su delito. El correo trafica libremente, y el comercio sin embarazo alguno, extiende por todas partes sus negociaciones que las más se dirigen a Barbacoas que goza de la misma paz”.
Estamos en un todo de acuerdo con el historiador Alfonso Ibarra Revelo cuando manifiesta: “No todo ese contenido es verdadero. Pero lo que, si nos llama poderosamente la atención, es el caso de que ya con esa fecha 14 de agosto de 1823, ya le anuncia al Libertador el fusilamiento de Agualongo, que solamente tuvo lugar el 13 de julio de 1824, que así lo certifican historiadores serios y veraces como Arcesio Aragón, Tomás Hidalgo, José Manuel Castrillón, A.J. Lemus Guzmán, José María Obando y otros, es decir un año después. Lo mismo el asesinato de Merchancano, que fue mucho después del fusilamiento de Agualongo. ¿Será un error de fecha? ¿Será un error tipográfico? ¿Será convenio como aquel en que Flórez en Guayaquil anunciaba el asesinato de Sucre, con un mes de anticipación? Pero ante todo quedamos confiados en la trascripción que hizo Ezequiel Márquez, de los propios originales que reposan en el Archivo Municipal de Cuenca”.
El historiador ecuatoriano Roberto Morales Almeida, hace una gráfica descripción de la situación que viva Pasto en tiempos del terror bolivariano que ejercía a su nombre el General venezolano Bartolomé Salom, cuando manifiesta: “Por desgracia, esas medidas y esas instrucciones fueron la causa de muchos males y la fuente trágica de mucha sangre. En la historia tremenda de la independencia de América no haya hechos de mayor crueldad que los que se ejecutaron contra loa vencidos pastusos: destierros en masa al Perú, a Guayaquil, a Cuenca; contribuciones forzosas, confinio de mujeres, requisa de caballos, ejecuciones secretas, lanzando a los abismos del Guáitara amarrados por parejas a las víctimas, despojos de bienes y redadas de hombres para formar batallones. Y esas bárbaras represiones tuvieron que soportarlas todos los hombres del pueblo y los nobles, los clérigos y los labriegos, los indios, los mestizos y los blancos. Los tiempos heroicos de Pasto están floridos de episodios de singular grandeza de ánimo. Cualquiera de ellos es sugestionante y revelador del carácter del pueblo pastense”.
De manera indiscutible la mujer pastusa siempre ha tenido gran protagonismo en nuestra historia, recordemos como ejemplo la derrota que dieron al General Antonio Nariño en mayo de 1814, razón por la cual el escritor ecuatoriano Juan Montalvo escribió: “He oído en Colombia que, para esposa, la pastusa, leal, constante, su adhesión no se detiene ni ante el sacrificio. En cuanto a las labores propias de su sexo, ella toma sobre si el trabajo de los dos: a todo atiende, todo lo hace sin descuidar la crianza de los hijos, y los cría de tal modo que forma varones fuertes. Estas mujeres pueden responder lo que Gorgo, madre de Leónidas, a la que afeaba el predominio de las espartanas sobre los hombres. “Si, nosotras los mandamos porque sabemos criarlos”.
Esta apasionante situación que se me presentó en Ambato cuando terminaba de dictar mi conferencia sobre Juan Montalvo, se la referí en cierta ocasión a mi entrañable amigo Roberto Segovia Benavides que reside algo más de cuarenta años en la ciudad de Palmira -Valle del Cauca-, pero en momento alguno a renunciado a ser pastuso autentico, todo por el contrario siempre vive preocupado de cuanto pasa en su ciudad nativa y naturalmente visita cada fin de año a sus parientes más cercanos y a los amigos de su juventud. De manera inmediata se puso en contacto con otro paisano Luis Alfonso Moreno, su compañero de niñez y juventud, quien también por avatares del destino, hace muchos años está fuera de Pasto y ahora radica en Santa Marta. Me cuentan que fue más largo el relato que la decisión de emprender una aventura para dar con los descendientes de esas bravas y geniales pastusas del ayer que supieron imponer su carácter y amor a su terruño, cuando fueron condenadas a un destierro involuntario en aquel tiempo del terror bolivariano, para llegar a Cuenca, población que supo apreciarlas y tomar la decisión por medio de sus autoridades de no permitir su salida a parte alguna, brindándoles hogar y comodidad para que puedan rehacer sus vidas como en efecto así lo hicieron.
¿Que cual fue el motivo por el cual la gente en general de esa bella ciudad no permitió la salida de las pastusas a su destierro a San Miguel del Piura en el Perú? Se ignora. Se deduce, con base en todo cuanto se sabe de la presencia activa de la mujer pastusa en defender cuanto tenga que ver con sus principios y costumbres, que al ver que la gente de Cuenca las acogía con aprecio y estimación, deslumbrantes quizá por su belleza femenina, no dudaron en adaptarse y asimilar su nueva vida en aquella ciudad que guardaba grandes características con la suya, comenzando por el fervor religioso de su gente, que se refleja en la gran cantidad de templos, capillas y conventos; El clima similar a Pasto, con cercanía de lagunas y volcanes, que, si en verdad estos últimos no están tan cerca de la ciudad, como sucede con el denominado hoy Galeras en Pasto, fueron varios de ellos observados a su paso y seguramente impactaron con su particular belleza y majestad: el Chimborazo cubierto de nieve o el Cotopaxi a su salida de Quito.
El viaje inesperado a Cuenca (Ecuador).
Roberto Segovia Benavides, se comunicó conmigo para plantearme el viaje a Cuenca a ver si lográbamos encontrar a los descendientes de las desterradas pastusas en la citada ciudad, naturalmente tampoco dude en hacerlo, no sin antes ver que podíamos hacer para poder llegar con mayor seguridad a cumplir nuestra tarea. Frente a no haber logrado una mayor información al respecto, se estuvo de acuerdo que iríamos a “la Atenas Ecuatoriana”, como se conoce a Cuenca, para dialogar con sus autoridades, con los medios radiales y televisivos, con los directivos de las universidades y en general con cuanta personalidad nos pudiera guiar al respecto.
Todo estaba acordado que realizaríamos el viaje en el mes de septiembre del presente año, hasta que definimos el día 11 para concentrarnos en Pasto y viajar de manera inmediata a nuestra ciudad objetivo en la Provincia del Azuy. Los tramites de emigración en Rumichaca, paso fronterizo entre Colombia y Ecuador, faltando un documento indispensable del vehículo, retrasó el viaje para el día siguiente.
El lunes 12 sorteado el impase del día anterior, tomamos rumbo hacia el Sur no sin antes hacer una parada o pascana en Tulcán para comprar algunos elementos que nos pudieran hacer falta en la aventura a emprender. Luis Alfonso Moreno, experimentado hombre de viajes hizo una vuelta por la ciudad regresando con un folleto que contenía la Guía Turística del Ecuador, obsequiada por la Cámara de Comercio de Tulcán. Roberto, frente al volante inicio nuevamente el recorrido por una espléndida carretera que cada vez se iba tornando interesante hasta llegar a Bolívar donde encontramos doble calzada con un peaje que apenas se cancela un dólar, valor que se seguirá cobrando en los pocos peajes que se ubican a lo largo del trayecto que nos llevaría hasta Cuenca.
El día era esplendoroso con un sol radiante que disfrutaríamos en todo el viaje pasando por Ibarra y sus majestuosos lagos de Yaguarcocha y San Pablo al pie del volcán Imbabura y los pintorescos poblados de San Antonio de Ibarra, Cotacachi y Otavalo, que pasamos raudo para llegar a Cayambe en la Provincia de Pichincha, con su volcán-nevado y los deliciosos biscochos que no se puede despreciar.
En Calderón, próximos a Quito preguntamos y logramos ubicarnos en una ruta que nos llevaría directamente al Sur de Quito, sin entrar a dicha ciudad capital del Ecuador, observando a lo lejos el volcán Cotopaxi también nevado, considerado uno de los más altos del mundo en actividad, quien da a la vez el nombre a la Provincia que tiene como capital a Latacunga, de gran importancia histórica para la conquista del Norte de la región, cuando motivados por la leyenda del Dorado que contara el indio Muequeta, proveniente de Cundinamarca, animó a la gente de Sebastián de Belalcázar para salir de Quito en conquista y consecución de la riqueza que hacía alarde el citado personaje.
En Ambato, la tierra de los tres Juanes: Juan Montalvo, Juan León Mera y Juan Benigno Vela, cada quien con su propia historia, es nuestra próxima parada para pernoctar y poder continuar al día siguiente hacia Riobamba, Provincia del Chimborazo donde el espectáculo de tan maravilloso volcán hizo que vayamos parando en varios sitios para tomar las fotografías de rigor, sabiendo que ya nos encontrábamos cerca a nuestro objetivo como era la ciudad de Cuenca, situación que nos llenó de alegría y regocijo cuando pudimos verla a la distancia, siendo de día y con un sol que aún no declinaba.
Ya en la ciudad nos empezó a deslumbrar las torres de templos, capillas y conventos, en particular las de la catedral que se manifestaban imponentes, sirviéndonos de guía en el recorrido que hacíamos por sus empedradas calles para llegar al centro de la magnífica urbe. Hicimos la parada en un parque que nos dio lugar para ubicar el sitio donde descansaríamos, y seria nuestro aposento por los cuatro días que habíamos dispuesto para alcanzar nuestra tarea de localizar a los descendientes de las matronas pastusas que habían sido obligadas a salir de su ciudad, para ser llevadas en destierro a San Miguel del Piura, y la gente de Cuenca no lo permitió, dándoles posada para que se queden y formen sus hogares como lo contamos al principio de esta crónica.
Cuenca, definitivamente es una ciudad que atrae a primera vista a quien la visita. Calles rectilíneas formando un damero característico de los planos originales de España, donde los parques, calles y avenidas se complementan con el tapizado empedrado, trazado sobre pulidas piedras que juegan y se ubican entre sí, adheridas unas a otras, sin que exista diferencia alguna en su uniforme tapizado, y nos llevó a nosotros a recordar el viejo Pasto de similares características. Los templos son numerosos, al igual que conventos y capillas que con sus espigadas torres, rompiendo los espacios del infinito cielo, dan a entender con claridad y respeto la caracterizada religiosidad de las gentes de la ciudad, manifestándose en gran parte con altares e imágenes sagradas talladas en mármol de diversos tonos. La bandera de Cuenca roja y amarillo, similar a la de España, ondea en varios edificios, ya sea oficiales o particulares conjuntamente con la de Ecuador, indicando identidad y sentido de pertenencia. Calles, avenidas y parques aseados, con permanente mantenimiento, obliga a evitar votar papeles que no sea en los recipientes adecuados. Las casas con pulcritud en el color de sus paredes, sin aviso alguno, sin manchas, grafitis o cualquiera otra situación que indique deterioro. Algo que llama la atención es que, frente a tanta pulcritud y cultura, no se ve policías deambulando por sus calles, avenidas y parques, imperando la seguridad por donde quiera que se vaya sin temor alguno. Sus mujeres son bonitas, atractivas y muy simpáticas cuando de hablar con ellas se trata. Si se pregunta de una dirección de manera inmediata entran a orientar adecuadamente en todos los sentidos, dando señalamiento exacto del lugar indicado. Si se hace necesario coger un taxi por la distancia a recorrer, advierten de cuánto podría ser el valor de ese servicio. Los taxistas son muy educados, prontos a informar cuanto se pregunta. Casi que no hay motos. No se escucha el pitar de vehículos automotores por cuanto está prohibido y tiene una multa. De extremo a extremo de la ciudad de Tarqui a Parque industrial, pasando por el centro histórico, transita el servicio eléctrico de Tranvía en un recorrido de 20 kilómetros de ida y vuelta en aproximadamente una hora que es todo un placer. Podríamos seguir expresando nuestra agradable impresión de una ciudad culta y atenta como se pudo apreciar en nuestra corta visita y estadía en Cuenca y el trato con su gente, pero obviamente estaba de por medio nuestro compromiso con la historia de las mujeres pastusas que desterradas al Piura en el Perú se quedaron en Cuenca por expresa voluntad de su gente.
Organizados en ejecutar tareas concretas para alcanzar nuestro objetivo de encontrar o localizar a los descendientes de las mujeres pastusas a que hemos hecho alusión, procedimos a visitar emisoras, canales de televisión donde fuimos atendidos con especial aprecio y se nos dio la oportunidad requerida para llevar nuestro mensaje a la población en general, claro está con la sorpresa que causaba nuestro mensaje.
Visitamos luego las tres universidades con que cuenta Cuenca, encontrando en todas ellas la atención para recibirnos y dialogar respecto a la inquietud que teníamos, siendo también sorprendidas las personas que cordial y gentilmente nos recibieron, comprometiéndose con base en los datos y documentos que dejamos en realizar la investigación pertinente para encontrar a los descendientes de las mujeres pastusas. La Dra. María Augusta Hermida Palacios, Rectora de la Universidad pública de Cuenca, se mostró ampliamente asombrada por el motivo de nuestra visita y llamando a otro grupo de docentes quedaron a prestar toda la colaboración que de ellas dependiera para encontrar información y de ser posible ubicar a las personas descendientes de las mujeres pastusas que se quedaron en Cuenca. Caso similar nos pasó en la Universidad Católica de Cuenca y la Politécnica Salesiana.
Del personal administrativo de la Provincia de Azuay y de su capital Cuenca también recibimos la colaboración pertinente, comprometiéndose de cuanto esté a su alcance para conseguir la información que esté a su alcance al respecto de un tema que como ya se dijo causó gran interés y preocupación a todos nuestros interlocutores, destacándose la participación que se nos dio en la Quinta de Bolívar a cargo de la Dra. Martha Guerrero para que dirigiéramos la palabra durante el lanzamiento de un libro que hace referencia al primer día en que llego el citado personaje a Cuenca.
Esperemos que en poco tiempo tengamos noticia sobre este proceso histórico de encontrar y ubicar a los descendientes de las mujeres pastusas que, al ser desterradas al Piura en el Perú, fueron aceptadas en Cuenca. para que aun en contra a la determinación que había ordenado el General Simón Bolívar, ellas, nuestras paisanas, se quedaran viviendo en dicha ciudad donde encontraron hogar y formaron familia, dejando como tradición el compromiso de viajar al menos una vez en su vida a conocer a Pasto, bello ejemplo que demuestra el sentido de identidad y pertenencia para con lo nuestro.