Por Emilio Jiménez
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Por qué será que hay unos comportamientos humanos tan incomprensibles, pero que la costumbre o la misma sociedad los ha ido aceptando sin percatarse de que dichos actos afectan al bienestar de las personas.
Uno de estos procederes tan paradójicos los vemos en la política electoral. A ustedes no les parece extraño que, cada que hay elecciones, todos los candidatos son unos genios y con su varita mágica solucionan todos los problemas y, lo más inexplicable, dicen tener la experiencia porque conocen de la administración pública, entonces, ¿por qué no lo aprovecharon, con ese corazón tan grande que muestran tener en campaña, cuando fueron funcionarios o tuvieron la oportunidad de hacerlo?
Muchos dirán: ¡pero yo no era el jefe!, de acuerdo, pero sí es un ciudadano al que debió importarle lo que no se hizo o no se cumplió, mejor dicho, poner en práctica las críticas que hoy pregonan. Es tan cómico el discurso, que usted agarra las propuestas y todas son igualitas, desde la del que aspira a edil, como hasta la del candidato a gobernador, con algunas diferencias lógicas, pero con similares soluciones a la pobreza, al desempleo, a hacer respetar el derecho a la salud o a ponerse la camiseta por proteger el ambiente, en fin, todos hablan bellísimo.
Pero no es tanta la culpa de los candidatos, a veces, por la misma presión que ellos tienen, se dejan llevar de estrategias tradicionales, y que no aportan en nada en la psiquis de los votantes. Uno se los encuentra en las calles y dicen con esperanza: “la gente está indecisa, en estos días vamos a recuperar a esas personas para que voten por mí”, ¿en serio?, ¿están seguros de que lo harán? ¡Olvídense!, esas personas están indecisas porque no creen en ninguno, ven a todos idénticos. Señor candidato, párese a ver la campaña suya con la de su contrincante, y si encuentra alguna diferencia de fondo, no de forma, le ruego hacérmela saber.
Entonces, como las campañas son similares, pues la diferencia la hará el de siempre, el dinero… Ojalá, eso sí, no coordinado por Nicolás Petro, por favor. ¡Ah!, y de pronto, la opinión.