Escritor nariñense Alejandro García Enríquez. Reseña biográfica (5ª. entrega)

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(* Alto de El Ingenio-Sandoná, 3 de
marzo de1925-

+ Bogotá, 1° de julio de 1991)
Por Alejandro García Gómez.
TRASCENDENCIA CULTURAL, SOCIAL Y
LITERARIA DE ALEJANDRO GARCÍA ENRÍQUEZ
Su vida, además de su consagración
al trabajo para nuestra manutención, en unión codo a codo con nuestra madre
(cuyo producido cubrió nuestras necesidades y pequeños gustos de nuestra
felicidad sencilla), fue de eterna consagración al estudio, a la lectura, al
diseño de experimentos, a la producción de escritos y a la participación
política en nuestra población, ubicada en una meseta de altura intermedia (1848
msnm), enclavada entre el volcán Galeras y las hoyas encañonadas y profundas
del valle en “V” del río Guáitara.

Allí fue varias veces concejal por
el Partido Conservador y una –no recuerdo si más veces- por la Alianza Nacional
Popular (Anapo), en la campaña en la que Gustavo Rojas Pinilla -candidato-
presentó un programa socialdemócrata (que algunos llamaron “Socialismo a la
Colombiana”), y que a la postre la ganó en las urnas, pero la perdió por el
fraude reconocido años más tarde por el ministro de gobierno de entonces de
Carlos Lleras Retrepo, Carlos Augusto “El Tigre” Noriega. Esa campaña se había
convertido en un frente democrático muy amplio donde se unieron varios sectores
pluripartidistas del país, del centro y de la izquierda colombiana de entonces.
Así se explica que algunos de sus asesores y adherentes fueron grandes
intelectuales del centro y de la izquierda del momento: el sociólogo Orlando
Fals Borda, el economista Antonio García Nossa, y otros más, personalidades de
reconocida intelectualidad, transparencia y valentía que arrastraron a muchos
demócratas colombianos a la misma.
Mucho, mucho antes de su
participación en la Anapo, fue delegado por Sandoná a la única Asamblea
Departamental Municipalidades que se celebró en Pasto en esos tiempos, siendo
nosotros niños, cuando cubría su concejalía del conservatismo, lo anotamos así
porque éramos muy niños. Del objeto político de esa Asamblea no guardamos
mayores detalles. Sólo la recordamos como algo anecdóticamente familiar, ya que
nos parecía grandioso escuchar sus intervenciones y discursos por las emisoras
de la radio de Pasto, que para nosotros eran casi de fábula. Sandoná aún no
soñaba con tener una radioemisora; la tuvo pero sólo hasta mucho después.
Sentir a nuestro padre por esas emisoras era casi verlo y abrazarlo para
nosotros en ese entonces, porque eran las mismas en las que oíamos las
radionovelas, la música y sus noticias (las de él). ¡Era esa inmensa caja
eléctrica –un Telefunken- y era él ahí dentro!
Portada de Cuyanacentrismo.
Editorial El Propio Bolsillo.
Medellín. 1992. 73 pp.
(Impresor Ernesto López Arismendi, en linotipo).

Cada uno de nosotros guardamos el
recuerdo de nuestro padre entregado a la lectura de libros que entonces no
entendíamos o a la escritura de textos en algunos cuadernos que compraba para
el efecto o en los que le obsequiaban las empresas -a manera de publicidad- o
casas comerciales con las que mi padre y mi madre trabajaban; o tecleando en su
Remington o aplicado al “dibujo” de caracteres de “letras” de idiomas de
escritura cuneiforme u otros como hebreo o japonés o de jeroglíficos egipcios o
sumido en el estudio de fotografías de jeroglíficos o de lo que él llamaba
“ideogramas” de nuestra América precolombina (fue a él a quien escuché por
primera vez la palabra ideograma, y al mismo tiempo me la explicó también).
Esto, claro está, siempre y cuando no estuviera en alguna de las labores
propias de su otro trabajo, el que compartía con nuestra madre y con nosotros y
que nos proporcionaban el sustento familiar.

Cuando salía a alguno de los grandes
centros urbanos, emocionado llegaba a contarnos que había encontrado uno o dos
libros tras de los que había andado mucho tiempo. Era afiliado a algunas
revistas internacionales de la época (Selecciones, Visión y Life son las que
recordamos). Casi diariamente compraba la prensa que se editaba en la madrugada
en Bogotá y que llegaba al pueblo en el atardecer. Nosotros, niños, no
entendíamos el porqué de esa alegría. Pero, al parecer, algo nos quedó guardado
de esas emociones de él en nuestros corazones y en nuestro cerebro. Quizá ese
haya sido uno de los acicates –junto con la rebeldía que también nos la había
engendrado- por lo cual después yo, su hijo, tomé los inciertos caminos de la
literatura como opción vital y a eso le haya consagrado la otra parte de mi
vida profesional.
Aquí una digresión: Aunque siempre
nos aclaró dudas planteadas por nosotros, hay que dejar en claro que él jamás
nos “recomendó” por cuál camino debíamos abrirnos paso en nuestra vida
profesional ni menos nos lo impuso ni abierta y explícita ni veladamente o por
medio de sesgos. Su única indicación general era que cuando eligiéramos
profesión no lo hagamos pensando en las cantidades de dinero que devengaríamos
y que nos haría ricos en tal o cual profesión. Que no estudiáramos con el único
fin de vivir tranquilos de un sueldo –o de atesorarlo- ni por el de ser
importantes. Que fundamentalmente lo hiciéramos buscando nuestra felicidad y
nuestra libertad –que ambas las proporciona el conocimiento-, en esa profesión
escogida para el resto de nuestra vida. Cuando decidimos la de cada uno,
siempre nos apoyó, al igual que nuestra madre. Con esto deseo subrayar que él
jamás me recomendó el destino de escritor por el que después tercié mi vida -al
final de mi juventud e inicio de mi vida adulta- junto con la del magisterio,
desde mi inicial juventud. Dejo aquí esta digresión.
Máquina Remington que siempre
acompañó a nuestro padre.

No había tema vedado para sus gustos
en el mundo del conocimiento. Todo saber humano lo impactaba, aun emocionalmente.
Los temas que tuvieran que ver con el saber y la cultura formaban una
explosión, casi siempre incomprendida por nuestra infancia. Claro que sus
preferencias estaban en el conocimiento de las Ciencias de la Naturaleza, la
Filosofía, la Teología, la Literatura, el mundo antiguo con sus lenguas, el
mundo bíblico con todas sus reconditeces, la Historia y la Arqueología, que
ocupaban una gran parte de sus preferencias bibliográficas y de su tiempo.

Lo complacía el estudio y lectura de
la divulgación de las Ciencias Naturales. Junto con la Arqueología, lo llenaban
de satisfacción las ciencias que se hacían alrededor de ésta, como el estudio
de las lenguas muertas y las antiguas. Su dominio del latín y del griego fue de
gran ayuda. Su perfecto dominio del francés le permitía investigar y explorar
textos europeos que no se conseguían en Español en ese tiempo. Aun para su vida
profesional le era más fácil –en varios casos- conseguir textos en francés que
en Castellano. Recuerdo un libro cuyo nombre era “Entomologie et parasitogie
appliqué à l’agriculture”, pero no me acuerdo de su autor ni de otro dato como
editorial o similares. Mi memoria de él se puede deber a que yo me servía de él
para traducir un poco del francés con mi diccionario, y así memorizar algo de
vocabulario, en la enseñanza de mi quinto y sexto de bachillerato de entonces
(mediados de 1968 a mediados de 1970). 
Aprendió por su cuenta –y con la
ayuda de una gramática hebrea- a traducir y deducir la pronunciación algunos
sonidos no sólo del hebreo bíblico sino también del arameo. Al “dibujar” las
letras de esos “alfabetos”, fue encontrando numerosas relaciones (ahora sé que
pertenecen a la ciencia llamada Lingüística), que eran anotadas en sus apuntes
a mano en cuadernos o en papeles que luego desaparecieron. Cuando ya tuve algún
“uso de razón” -muy entrada mi juventud o quizá en el inicio de mi vida
adulta-, le rogué que con esos apuntes y esas relaciones encriptadas,
escribiera artículos que buscaríamos la manera de publicarlos en revistas sobre
estos temas. Me decía que sí, pero como eran muchos sus “frentes”, el tiempo no
le alcanzó.
Portada del catecismo católico
en idioma Kichwa mencionado en el texto

Con sus libros de la Arqueología que
en ese tiempo podía procurarse, aprendió a “traducir” algunos textos de lenguas
antiquísimas y hoy desaparecidas, p. ej. la escritura cuneiforme sumeria y los
jeroglíficos del antiguo Egipto que aparecían en las fotografías de algunos de
sus libros. Creo que algunas las comparaba con las que ahí ya aparecían, en
esos mismos libros. Se hizo a las bases de esa escritura.

Con la ayuda de una gramática y un
diccionario japonés, que le obsequió un familiar, aprendió a traducir este
idioma, a “dibujar” su escritura y a encontrar las diferencias de su lenguaje
escrito. La razón, más que de dominio en sí de ese idioma con fines de habla
escritura y traducción, fue de carácter lingüístico: quería hacer comparaciones
entre lo que pudiera de esos idiomas asiáticos del extremo oriente con los
antiguos que había ido conociendo y con el kichwa. La ocasión se le presentó
con la amabilidad de una persona de allá que había llegado a ser parte
integrante de nuestra familia extensa, y que apreciaba a nuestro padre.

Con la ayuda de un diccionario, un
catecismo católico y una gramática kichwas, aprendió este idioma: a conjugar
sus verbos, a declinar sus sustantivos –declinaciones en algo semejantes a las
del latín y del griego- y a familiarizarse con su gramática, con sus
particularidades y con los con dichos cotidianos de esa cultura. Con un amigo
ingano del Departamento del Putumayo aprendió el Kamsá (también lo he visto
escrito como Kamëntzá), lengua de esa etnia dialectal del kichwa, porque los
kamsaes o sibundoyes fueron conquistados por los incas. Esto le permitió
perfeccionar no sólo su kichwa sino tomar el frente de estudio lingüístico de algunas
de las lenguas dialectales provenientes de este idioma al norte del imperio
incaico, imperio que llegó hasta el sur de Colombia, a los hoy departamentos de
Nariño, a la parte sur del Cauca y a una parte del Putumayo. Involuntariamente
se veía abocado a atender esos frentes que cada nuevo conocimiento y su
insaciable curiosidad le abrían.

No recordamos con base en qué textos
pero sí que uno de sus amigos inganos –cuando regresaba a nuestro pueblo por
las correrías propias de sus actividades, de curandero y portador y vendedor de
medicamentos naturales- le llegaba a hacer preguntas, a la manera de las tareas
y lecciones escolares. Cuando por alguna circunstancia de su trabajo para el
sustento del hogar no alcanzaba a cumplir con todo, nos contaba que le llamaba
la atención a la manera de regaño. A nosotros, niños, nuestro padre nos
explicaba todos esos nuevos conocimientos que iba adquiriendo. Comprenderán que
nos era imposible seguirlo. Hacía experimentos de Ciencias Naturales,
preferiblemente de Botánica, que era lo que más conocía por sus estudios y su
pasado profesional; experimentos que nosotros, niños, no alcanzábamos a
valorar.
Una de las páginas del catecismo mencionado.
Se observan apuntes de mi padre y además un pequeño papel,
también con apuntes de él.

Una anécdota de esos experimentos: Cuando
niños, en Navidad, hacíamos junto con él unos inmensos y muy particulares
pesebres que cubrían la mitad de nuestra sala de recibo. Era usual que varias
personas –entre vecinos y no vecinos- fueran a admirarlo cada año. Por ese
tiempo que relato esta anécdota, él estaba haciendo un experimento con maíz.
Tenía muchas planticas del tamaño de 10 centímetros o menos con sus respectivas
mazorcas, cuidadosamente guardadas en unas cajas donde venían los hilos y los
botones de las obras de costura de las personas que cosían la ropa (en ese
tiempo aún se trabajaba de esa manera, con costureras y costureros). Nos había
dicho que eran parte de un experimento que él llamaba “Regresión evolutiva” o
simplemente “Regresión”. En una de esas navidades, las montó en el pesebre de
movimiento como parte del decorado con una minúscula chacra, huerta casera indígena
que fue la admiración de los vecinos. Un día, Concha, mi hermana menor y Amparo
Rosas, una prima –muy chiquitas ambas-, jugando acabaron con los “juguetes” que
para ellas representaban las planticas. Le dolió mucho pero jamás tomó acciones
contra las niñas. Le consolaba el que las conclusiones de los experimentos sí
le habían quedado; lo supimos cuando éramos un poco mayores; así nos lo afirmó.
Que había logrado coronar los estudios que se había propuesto con ellas y que
le sirvieron para corroborar las mismas conclusiones e iguales resultados a los
que llegó con otros experimentos, uno de ellos realizado con fríjoles, otro con
guayabas y otros que no recordamos, nos explicó.

Portada de la Gramática del Kichwa ecuatoriano.
Es una segunda edición. 1987

Era difícil, con nuestra edad e
intereses de entonces, tener una idea precisa de ese estudio. Lo que más o
menos alcanzo a recordar es que había podido comprobar que –actualmente- al
igual que existía una Evolución de la vida “Hacia adelante” (si así se puede
hablar), había otra “Hacia atrás” –hacia los estadios anteriores de la misma
vida-, y que por estas razones él la llamaba Regresión, en un lenguaje un poco
dialéctico, si se quiere. Que todas las especies de los todos los reinos
“evolucionados”, hoy y siempre, poseen y han poseído ambas propiedades:
evolutivas y regresivas.

Quizá hizo otros experimentos para
llegar a tesis, que vagamente rememoramos. Recordamos uno con cactus, pero no
nos quedan tampoco los detalles. Los cactus los había traído de la población
nariñense de Yacuanquer, en alguno de sus viajes a Ipiales o Las Lajas. Éstos
“se daban” sobre los escombros de las tapias viejas que quedaban en las afueras
de esa población. Claro que de todo esto tenía apuntes manuscritos en
cuadernos, algunos de ellos eran los que nos regalaban las empresas a las que
se les compraba las mercancías, como dije. Esos apuntes debieron ser mucho más
elaborados que esta simple explicación, porque eran prolijos en letra
manuscrita y dibujos explicativos; eso recuerdo. Todo se perdió y no tenemos
explicación para esto.
De entre sus obras que no alcanzamos
a conocer, nos hablaba de algunas novelas, una de las cuales la había titulado
“El padre Pacho”, sobre la cotidianidad de un párroco. Él nos contaba que,
mientras estuvo estudiando en el Seminario Conciliar de Pasto, había sido muy
cercano a los diferentes sacerdotes de su parroquia de El Ingenio. Él era el
único seminarista no sólo de ese corregimiento sino de todo el municipio de
Sandoná en ese entonces y visitaba al cura en las vacaciones y le colaboraba en
algunos de los oficios religiosos, tal como hoy lo hacen usualmente los
seminaristas. De esos días nos relató un hecho muy particular, del que había
sido testigo ocular y para cual no tenía explicación (aunque luego, de manera
general, trata sobre estos asuntos en su libro Cuyanacentrismo, sin que se
refiera a este asunto particular, obviamente):
Página 451 de esta gramática con un apunte suyo: Mingai: ¡A trabajar!

Nos contaba que en una de sus
vacaciones de seminarista, como desde la cabecera del corregimiento de El
Ingenio, donde queda aún la iglesia de la parroquia, hasta su casa en la vereda
El Alto de El Ingenio quedaba muy retirado -había casi dos horas-, el sacerdote
lo invitaba a veces a almorzar o a cenar o a ambas cosas. Hay que recordar que
allá en El Ingenio vivían todos sus familiares maternos y paternos también,
donde pernoctaba el joven seminarista cuando se le hacía tarde, o también
comía. Pero en las ocasiones que el párroco lo invitaba, nos contaba que –de
manera inexplicable desde la razón- le caían al señor cura, a la mesa donde
almorzaban o en otro sitio de la casa cural, terroncitos o piedrecillas. Que
incluso a veces encontraban –de manera también racionalmente inexplicable-
excrementos de vaca o de caballos o aun humanos y otras inmundicias. Que el
sacerdote le decía que era El Maligno que quería doblegarlo. Que entonces el
sacerdote oraba fuerte y que le decía “a mí no me vas a vencer”. Que a nuestro
padre le daba mucho miedo, pero que por ninguna razón se atrevió a salir
corriendo. Lo consideraba falta de solidaridad. Pero que además ninguna de esas
molestias y perjuicios procedían contra él, contra mi padre; que a él no le
hacían daño. Ni yo ni ninguna de e mis hermanas recuerda el nombre de ese
sacerdote, ni tampoco si nos lo dijo.

Traté de verificar esta historia.
Gran parte de la descendencia de los familiares de mi padre, viven allá, en El
Ingenio y eso me facilitó las cosas (esta parte la narro con cierta prolijidad,
por el respeto que me inspiran este tipo de situaciones humanas, generalmente
inexplicables dentro de nuestra lógica usual; y porque no quiero correr el
riesgo de ningún sesgo):
Portada de la Gramática Hebrea. Editorial Aramburu. Quinta edición.
Pamplona. 1958. Anotado por él: “Pasto, 1968” (esta se la regalé yo).

Un sacerdote llamado Agustín
Martínez se desempeñó como párroco de El Ingenio hasta 1951, año en que la
entregó a otro mucho más joven, recientemente ordenado, Fidencio Montenegro (al
parecer el padre Martínez cubrió toda la década del 40’). Que el padre Martínez
estuvo hasta 1951 lo asegura quien lo conoció siendo niño entonces, el señor
Clemente Martínez, natural del El Ingenio, sin ningún parentesco con el párroco
Martínez, que también asegura que el padre Martínez “tenía la cabeza blanca como
una palomita”, de lo que se infiere que su edad era bastante avanzada. Otra
inferencia es que su sucesor, el padre Montenegro, fue enviado allí para que su
juventud reemplazara su avanzada edad.

Por otra parte, el señor Pascual
Guerrero, hijo del señor  Salvador
Guerrero (qepd), síndico que fue de esa parroquia entonces, da una versión más
completa –pero no contradictoria-, que se parece a la que nos daba nuestro
padre. También menciona el mismo nombre: padre Agustín Martínez. El síndico o
“Mayordomo de Fábrica parroquial” era la persona que se encargaba de recaudar y
llevar una sencilla contabilidad (ingresos y egresos) de los recursos
parroquiales, principalmente de las ofrendas o limosnas de los fieles, pagos de
ritos litúrgicos, etc., y de ordenar gastos por pagos, reparaciones,
consecución de alimentos, etc.  El señor
Pascual relata, más o menos, lo mismo que nuestro padre, aunque hay un relato
adicional que le contaba su padre, Salvador:
La casa cural (junto al templo)
tenía una pequeña huerta, donde él cultivaba algunas plantas para la
preparación de los usuales alimentos de su casa: cilantro perejil, lechuga,
remolacha, etc. Cierto día el padre Martínez vio allí a una persona desconocida
para él pero vestida normalmente, como cualquier campesino lugareño, que
arrancaba algunas de esas plantas. El padre le preguntó entonces, como entre
asombrado y molesto imagino, que por qué estaba cogiendo el perejil y el
cilantro (sin ningún permiso suyo).
-Para hacer morcillas para los
ejercitantes –dizque le respondió.
La “morcilla” –a veces con
diferentes nombres y una que otra mínima diferencia en su receta- es un plato
de la culinaria criolla colombiana y quizá latinoamericana. Los “ejercitantes”
eran los fieles de cualquier parroquia que se dirigían a Pasto a una inmensa
casa religiosa y hacían “Ejercicios Espirituales” (charlas, reflexiones, misas
con homilías, etc., dirigidas por sacerdotes), pagando su estadía de tres días,
durante los cuales debían observar absoluto silencio y recogimiento. Que lo que
el diablo le señalaba era que muchos de los ejercitantes iban a los ejercicios
con propósitos más “mundanos” que piadosos. Que el padre Martínez era un
religioso muy sacrificado, que usaba hasta cilicios, y que por eso El Maligno
en persona trataba de quebrantarlo. Que el padre era muy tranquilo frente a
esas apariciones.
Página 120 de la Gramática Hebrea, con apuntes suyos.
Hace una corrección al libro: donde dice Ps (salmo) 106, él escribió 105.
No se sabría si es sólo un versículo o es el salmo en sí.

Que le decía:

-No puedes nada contra mí –y oraba
fuerte.
O si había otras personas, se
dirigía a ellas les decía:
-Este no puede contra mí –y oraba
fuerte.
Que esas apariciones del diablo se
repitieron periódicamente, pero que la vestimenta no fue la de una persona
normal sino poseído de las usuales maneras con que hemos visto representado al
diablo: cachos, cola, etc. Que otras veces no se presentaba sino que le tiraba
terrones y hasta excrementos de animales vacunos, equinos y aun humanos (como
nos había señalado que vio nuestro padre).
Por deducción, pienso que el tiempo
de ocurrencia que se contaban de estos sucesos pudo haber sido entre 1940 y
1942, que deduzco porque la vacación de 1943 (junio o julio) pudo ser año del
retiro de nuestro padre del seminario conciliar.
Ya en sus años de concejal municipal
de Sandoná, nos contaba de un libro de ensayo cuyo título era “El municipio,
célula integral de la nación”, en donde quizá por primera en vez se planteaba
la importancia de estos entes territoriales para el concierto de los Estados
modernos y por ende para nuestro país. Allí proponía –quizá también por primera
vez- la elección popular de alcaldes que siempre se había descartado, por
mandato de la Constitución de 1886, vigente. Más tarde fue una de las reformas
de La Constitución de 1991. Un anónimo amigo 
impresor –no nariñense- le propuso su edición, a lo cual accedió. Le
entregó los originales mecanografiados, pero no dejó copias para él. En ese
tiempo no había fotocopias. Quizá por premura no alcanzó a hacerlas a la
máquina, como era lo usual en ese tiempo, quizá por lo dispendioso para las
correcciones en las equivocaciones. Jamás volvió a saber del amigo ni del
libro, del que con el tiempo hasta su nombre olvidó. También escribió para
revistas y periódicos de Pasto; una de estas revistas nos parece que se llamaba
“Actualidad” y uno de los periódicos era El Derecho. Es decir, varias obras
desaparecieron aún inéditas, de varios géneros, entre los cuales también la
poesía, además de lo que se ha mencionado acá.
EL CUYANACENTRISMO
Un libro al que consagró varios años
de su vida -y que se sentó a redactarlo en su época de madurez- fue
“CUYANACENTRISMO. Teoría social pacifista con base en el pensamiento del ‘Homo
americanus. NUEVO DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA”. (Por error de impresión, en la
carátula quedó como “teoría social pacífica” en vez de “pacifista”, como él lo
tituló. Por su fallecimiento, no alcanzó a ver esa impresión).  Así lo llamó finalmente, aunque como es usual
entre los escritores, la mayoría de las veces, el título es lo último que se
hace. Él le tuvo algunos otros títulos que recordamos, pero no mencionaremos
ninguno más, porque finalmente su voluntad fue dejarlo como Cuyanacentrismo,
palabra compuesta del kichwa Cuyana y del latín Centrismo (Centrus), por
razones ampliamente explicadas en esa obra. Los escritores sabemos que muy
pocas son las ocasiones en que el título viene de primero y, aparejado junto a
él, el resto de la obra. El título casi siempre se lo escribe al final y mi
amigo el poeta cubano Olivares (José Pérez Olivares) me sentenció un día, a
propósito del de un libro mío: “los libros los escriben los escritores; los
títulos, sus amigos”. Como toda ley tiene su excepción, ésta “ley cubana” es
verdadera.
Portada del libro Los tiempos mitológicos.
Editorial Schapire.
Buenos Aires. 25.VII.1947.
Aparece rubricado por él en 1963.

Mi padre escribía cada parte y luego
la reescribía; y así muchas veces. Nosotros no entendíamos ese proceso. Sólo
mucho después vine a darme cuenta de su auto exigencia, honradez y
escrupulosidad en su trabajo. Mucho más tarde, cuando yo también torcí mi
destino por los inciertos caminos del oficio o de la profesión –si así se la
puede llamar- de escritor, entendí que era su honradez la que le conminaba a ser
exigente consigo mismo.

Alguna vez, en ese proceso de
escribir y reescribir, nos contó un hecho extraño o al menos curioso:
A mi hermana Laura y a mi madre (en
la mesa del comedor -yo ya no vivía con mi familia entonces-) les dijo por
aquellos días se encontraba no sólo fatigado con ese trabajo sino extenuado,
exhausto. Que no daba más. Que “tiraba la toalla” definitivamente. Que ya había
suspendido el trabajo de manera temporal, y que pensaba dejarlo
definitivamente. Pienso que se sentiría además de solo (sin lo que ahora se
llama pares académicos) falto de los recursos –principalmente bibliográficos-
más elementales para seguir adelante. Entonces provino un sueño:
Él se encontraba solo en un camino,
sobre lo más alto de una montaña desconocida y desolada. Caminaba con la
angustia y la desesperación que produce la soledad. Cuando –caminando en
sentido contrario- venía un hombre extraordinario, barbado, que de inmediato le
infundió respeto con su sola presencia. Se acercó junto a él, tomó la palabra y
le dijo hablando de manera lenta, con majestad (esta palabras son textuales de
su sueño, porque no las hemos olvidado): “Tú –antes- no podías hablar… Y ahora
hablas… Dile a los caminos que se levanten… Y ellos se levantarán”. Ahí
despertó. Esto lo sobrecogió y, con fuerza renovada continuó el Cuyanacentrismo
hasta terminar. Pienso yo, era el sueño de un poeta, lo cual –pienso también-
no quita para nada lo extraño y grandioso de ese sueño.
Deseo finalizar esta reseña
biográfica de mi padre, Alejandro García Enríquez, con algunos apuntes que
quizá sirvan como precisión o guía al actual lector, sobre una parte del
proceso de escritura del Cuyanacentrismo, el que hemos podido rescatar:
En 1992 se publicó sólo una parte de
la obra (1). Se hizo con el aporte económico de tres familiares: dos sobrinos
de mi padre –Orlando García Portillo y Julio García Valencia- y mi persona. Yo
acababa de ganar mi primer certamen literario en un concurso; con ese dinero y
los aportes de mis primos se lo imprimió. Nuestro deseo era publicar el texto
completo, pero no fue posible por los recursos con que contábamos. La carátula
de esta edición tiene una viñeta que amablemente me la proporcionó mi amigo
Orlando Suárez Andrade, dibujante, pintor y escultor sandoneño.
Página 160 de Los tiempos mitológicos,
con apuntes suyos frente a un corchete, que dice:
Por ese tiempo el hebreo se escribió en jeroglíficos.
A. García E. 1967.

Él nos aseguraba a nosotros -sus
hijos y su esposa-, que había comenzado a concebir la obra desde sus tiempos de
estudiante en Ambato, República del Ecuador. En algunos apartes del libro
completo e inédito (Introducción) señala que ese comienzo lo hizo en su
“primera juventud”:

“En esta parte de la introducción al
Cuyanacentrismo, consigno el grato asombro que causó en mí haber observado,
alguna vez en mi primera juventud, en Los Andes Ecuatorianos, una persistente
celebración aborigen muy tradicional, a la bondad de la naturaleza, Madre
Infinita, con el nombre propio de ‘FIESTA DE PACHAMAMA’. Yo ya trabajaba en esa
teoría social y desde aquella oportunidad me sentí tan motivado que decidí
firmemente superar todos los obstáculos hasta culminar el trabajo que había
iniciado. La  fiesta sobreviviría en el
tiempo a pesar de las prohibiciones que hubiesen pesado sobre ella” (inédito
mecanografiado, pág. 33).
A continuación, hace unas
aclaraciones lingüísticas sobre la palabra Pachamama y, por último, narra
sintéticamente cómo es la fiesta y su tiempo de duración. Hasta aquí habla,
pero no precisa más. Y, aunque en la obra en sí no señala nada al respecto, nos
afirmaba que su trabajo, como agrónomo, en Ricaurte le sirvió para hacer más
observaciones y deducir más conclusiones. Siempre tuvo amigos indígenas en
varias partes. A algunos de ellos, que llegaban a nuestra población a vender
mercancías –como ropas de lana ecuatoriana a plazos; o del vecino Departamento
del Putumayo venían como curanderos, con medicinas naturales de ellos, etc.-,
les encargó unos libros para aprender 
ingano y kichwa. Así consiguió el catecismo católico bilingüe, la
gramática y el diccionario del kichua ecuatoriano -del que se habló antes- y
ahí lo aprendió. Es bueno aclarar aquí que estas personas, quizá debido a los
históricos atropellos, son bastante distantes de nosotros “los blancos”, hay
que hacerlos amigos y que ellos vean que es una verdadera amistad, que no es
sólo por un interés de algo.
Página 166 de Los tiempos mitológicos,
con un extenso apunte.

La redacción del trabajo escrito
como tal no tiene las fechas ni de su inicio ni de su culminación. He inferido
sobre su final, pero no ha sido posible con el inicio de su redacción escrita.
Según algunas deducciones, la terminó a fines de 1985 o comienzos del 1986, al
parecer. ¿Cómo y por qué lo colegimos? Hay algunos hechos que permiten
afirmarlo. El primero es un dato con que, amablemente, nos ha colaborado quien
fuera su secretaria a la máquina para esas fechas, la señora Mary Córdoba,
vecina y residente de nuestra población en ese entonces y hasta la actualidad. Ella
lo recuerda, con precisión dice, porque a mediados de 1986 ella acababa de
graduarse como bachiller. En sus estudios le dieron técnicas de oficina y entre
ellas la mecanografía. Que fue su primer trabajo pagado, asegura doña Mary. Mi
padre sí escribía a máquina –en una Rémington y allí “pasaba” muchos de sus
textos literarios, cartas, memoriales, etc.- pero quizá estaba desactualizado
en las técnicas y en las normas de los trabajos mecanografiados de la época;
además su velocidad no era la de una secretaria y su intención era que su
trabajo se publicara para un poco antes de 1992, quinto aniversario de la
llegada de los europeos a América.

Nosotros, aunque vagamente, sí
recordamos también que parte de su obra la realizaba en su máquina Rémington o
también la transcribía, y re-transcribía, a la señora secretaria desde hojas de
cuadernos, de manera manuscrita (insisto, él reescribía incansablemente se
obra). La señora secretaria, al comienzo, trabajaba en la Rémington de nuestro
padre, en nuestro hogar. Luego ella se hizo a su propia máquina, como se dijo;
que el pago de mi padre le sirvió como una parte para la compra. Eso también lo
recuerda doña Mary, según testimonió a Concha, mi hermana.
Otros hechos para corroborar la
presunta fecha de culminación de la obra: en el capítulo V, para ampliar o
sostener algunos argumentos, él señala: “Un esforzado presidente, el de
Colombia, Virgilio Barco, sustentó este planteamiento en su campaña
presidencial y está intentando ponerlo en práctica durante su mandato”. El
gobierno Barco se dio entre 7 de agosto de 1986 y el 7 de agosto de 1990 y aquí
el autor habla de Barco candidato y Barco presidente recién electo y luego
recién posesionado; esto lo tomamos como otro puntal para nuestra deducción.
Otra afirmación, argumentativa o de
ejemplo, es la mención de la Isla de Contadora (Panamá) como centro de
reuniones preparatorias para la paz en algunos países centroamericanos. Fueron
los llamados “Acuerdos de paz de Contadora” y se comenzaron en los inicios de
la década del ochenta, con el llamado “Grupo de Apoyo de Contadora”. En enero
de 1983, México hace la propuesta a Colombia y luego a otros países. El 29 de
julio de 1985, varios jefes de Estado latinoamericanos anuncian la creación del
Grupo de Apoyo Contadora.
Página 189 de Los tiempos mitológicos,
con otro extenso apunte que incluye un dibujo.

También es importante señalar para
esta obra por algunas de las afirmaciones, que a veces son parte argumentativa
de la misma: la Unión Soviética y el bloque de países socialistas aún no habían
colapsado. El Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989 y la Unión
Soviética se desintegró 25 de diciembre de 1991. En el proceso de redacción de
Cuyanacentrimo aparecen como países en pleno desenvolvimiento aún. No hay un
asomo todavía de su colapso, que era un secreto en la llamada “Cortina de
Hierro”. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sí estuvo presente
siempre la llamada Guerra fría entre los bloque de poder de occidente y
oriente. Es verdad que, a medida que pasaba el tiempo, se presentaron picos de
acrecencia y normalización de las tensiones internas en la URSS, en sus países
satélites y de aquella con éstos, pero no se esperaba un final tan sorpresivo.
Los hechos son tozudos y ocurrieron, pero nuestro padre no llegaría a
vislumbrar la caída definitiva de la URSS; falleció a pocos meses de esa
debacle, en julio de 1991, a casi seis meses de esos hechos.

Otra situación similar se presenta
en conceptos científicos que –para hoy- están mucho más avanzados y, si se
quiere, más claros. Nos referimos a temas y conceptos como Nicho Biológico
Humano, las partículas subatómicas, el desarrollo de la Bioquímica y de la
Biología celular, que cada quinquenio avanzan agigantados pasos.
Sandoná, nuestra población, para la
década del ochenta, contaba con una precaria biblioteca escolar municipal. Nada
más. Mi padre no contó con “pares académicos” en nuestra población ni en
nuestra región para discutir sus hipótesis y su teoría social. Ni hablar de esa
maravillosa herramienta actual que conocemos como Internet y menos en una
población apartada, situada en unas breñas entre el volcán Galeras y los
abismos del río Guáitara.
Desde 1966 nuestro Departamento de
Nariño empezó a contar con la televisión. Le llegaba un canal nacional en
blanco y negro, por una antena retransmisora ubicada en el volcán Galeras. Pero
como nuestra población tiene una montaña que se interpone entre esa torre
retransmisora y el pueblo, hubo que esperar hasta 1972 para que colocaran
otra  torre retransmisora en una loma
cercana y poder ver el mismo canal que los nariñenses veían ya hacía seis años.
Angélica Gómez de García y Alejandro García Enríquez,
Sandoná 26 de junio de 1970

Salir hacia un centro urbano donde
pudiera acceder a pares académicos, o que al menos le hicieran o escucharan una
lectura comentada y crítica de su obra y se la debatieran, era imposible por
todo un cúmulo de dificultades, y la ineludibles de tipo económico. Sus ideas y
conceptos del Cuyanacentrismo sólo los comentaba con nosotros que, primero
niños y luego jóvenes fuimos saliendo del hogar paterno, por razones primero de
estudio, luego de trabajo y finalmente de matrimonio. Esto nos permitía
escucharlo no de manera sistemática sino interrumpida y, cuando salimos de
nuestro hogar, sólo ocasionalmente.

Estos han sido, a grandes rasgos,
algunos apuntes con que pretendemos se interprete el sentir del –en su mayor
parte- inédito libro del escritor nariñense de Sandoná, nuestro padre Alejandro
García Enríquez, quien falleció en Bogotá el 1° de julio de 1991, en la
residencia del gran músico Pote Mideros, pues su esposa Alicia Gómez de
Rodríguez era hermana de nuestra madre Angélica Gómez de García (así se
firmaban ambas), como se dijo antes. Los dos concuñados –el gran músico y el
poeta y escritor- sentían una inmensa amistad y un mutuo profundo aprecio y
admiración. Sus descendientes hemos seguido otro tanto.
Sus hijos, sus nietos y nietas, sus
familiares y conocidos tienen el consenso de que Alejandro García Enríquez fue
Un Hombre Bueno “en el buen sentido de la palabra bueno”, como profundamente lo
entiende el poeta español don Antonio Machado. Y fue un Hombre Sabio, porque,
¿qué es ser un “Hombre sabio”, sino percibir, reflexionar y actuar
oportunamente y con humanismo y humanitarismo en todos los momentos del devenir
del hombre, principalmente en aquellos cuya trascendencia forma o puede formar
algo definitivo para la sociedad en la que vive? Pero además estamos muy claros
de que debió equivocarse también muchas veces. Pero que a pesar de esos errores
que pudo haber tenido, siempre pudo mirar con la cabeza en alto y a los ojos a
cualquiera de sus congéneres, sin arrogancia pero también sin falsas humildades
y modestias.
Por último, deseo resaltar que este
ejercicio de escribir el relato biografiado de nuestro padre ha sido no sólo de
inmenso placer espiritual para mí, sino que a todos nos ha fortalecido y unido
como familia. No sé si sea yo quién para recomendar a tantos padres de familia
actuales –o a quienes hagan sus veces, en este cada vez más convulsionado
mundo- el que cuenten a sus hijos los relatos de sus vidas. Pienso que eso da
un fortalecimiento a cada miembro familiar, que es el germen de una auténtica y
verdadera unión familiar y no de maquillaje. Pero además, esos relatos dan un
asidero invisible pero propio a cada hijo –de la familia nuclear- o a cada
miembro de la familia extensa. Esas historias vivenciales dan, a quien o
quienes las escuchan, la fortaleza de saberse pieza fundamental de todo ese entronque
y de ese engranaje social que es su familia nuclear y su familia extensa, si se
me permiten el uso de esas expresiones.
El haber tenido la narración de sus
vidas -y las de quienes les antecedieron- en la voz de mis padres, pienso que
me ha permitido comprender el porqué de los comportamientos de mi vida; por qué
han tendido y tienden a hacia un lado preferencial y no hacia otro, hacia una
visión del mundo y de la sociedad y no a otra. Me ha posibilitado aclarar cuál
es “mi Norte”, para buscarlo, encontrarlo y seguirlo siempre, aún en momentos
de confusión y frente a cualquier situación inconveniente o aun contraria.
En la próxima y última parte se hará
la entrega de una parte de la conferencia (en video) de la ponencia del
Profesor Fernando Palacios.
***
EL CANTO GRIS DEL ÁRBOL QUE SE ALEJA
CADA DÍA
Entre los ladrillos de músculo y
hormigón,
Mis huesos describen esta tarde de
lluvia.
Con su lejana mueca húmeda,
Estos cuerpos míos me advierten el
débil fulgor externo
Movido por el viento que acecha.
La tormenta espanta mi tranquilidad
de cincuenta años.
Mi mujer se aferra a mis cincuenta
años
Y ahuyenta con humo y oraciones la
borrasca.
La mirada de mis hijas gorgotea
interminable
En el techo de nuestra casa y me
arrulla.
Y mi padre nos lee sus versos
-a mi madre, a mis hermanas y a mí-
Y nos mece suave pero persistente
entre sus sueños y los ojos de esta lluvia.
Ahora nuestros padres se diluyen
Entre el vaho amoroso de la tierra y
la carcajada helada de una luna llena.
El resplandor de la sonrisa de ellos
me llega a través de la ventana ausente
Y desde el olor de los alimentos
preparados por mi madre.
Con el estallido de un tictac que
rompe cerraduras y sueños,
Mis hermanas, con ojos de ternero
degollado,
Abandonan el espejo de la casa
grande
Tomadas de la mano de sus maridos,
de sus hijos y de sus hijas
Que las miran también con ojos de
ternero.
No acierto a llegar.
Siempre estoy de partida
Dentro de la miel de mis muros de
angustia granítica
Petrificada allá, entre el verde
viento de Arturo.
El canto gris del árbol que se aleja
cada día,
Confundido con el rugido del volcán
Y con el ebrio pájaro de la tarde
andina,
Comienza a tejer, entre hilos, la
noche.
                            A.G.G. (De El
Paraíso de las carcajadas ausentes, Pasto, 2016)
NOMBRÁNDOTE ES COMO VUELVE EL PAN A
MIS MANOS, MADRE
A Angélica Gómez de García,
                       escondida en mi sangre,
                       in memoriam.
Con el viento del Sur me llegan
apacibles melodías de distancia:
En el oficio de sus días completos,
Los ojos de mi madre desmenuzan el
cariño y el pan
Y amasan las palabras que yo
convertiré en soles.
Silenciosa, como siempre,
Te llevaste escondida la gran llave
de la noche, madre.
¿Dónde nos guardaste tu lucero?
¿Dónde sigues extendiendo el mantel
de nuestras cenas del veinticinco?
He aprendido tantas cosas en estas
tardes
Y tú no estabas cuando volví a casa
para contártelas.
Pero en mis madrugadas de viaje,
Vuelvo a reclinar mi cabeza sobre tu
falda
Para que me cubras con el borde de
tu chal y me arrulles, madre.
A.G.G. (De El Paraíso de las
carcajadas ausentes, Pasto, 2016)
Notas.- 
(1).- GARCÍA ENRÍQUEZ, Alejandro.
“Cuyanacentrismo. Teoría social pacifista con base en el pensamiento milenario
del ‘Homo Americanus’. Nuevo descubrimiento de América”. Editorial El propio
bolsillo (impreso en ed. Lealón). Medellín. 1992. 74 pp.

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